La leyenda de Alexis Mac Coy
Abordamos la primera entrega del cómic de J.P. Gourmelen y A.H. Palacios reeditado por Ponent Mon
Desde que, siendo niño, cayó en mis manos un cómic del Teniente Blueberry, fui un gran fan de sus aventuras. Su estilo gráfico, su ambientación y su ritmo me sedujeron por completo. Y un día, con la cabeza bien llena de azules y grises gracias a la serie homónima y videojuegos como el Norte y Sur, me topé con La leyenda de Alexis Mac Coy. Los paralelismos y diferencias que percibí ya en su día me han impulsado a leer estos días ambas colecciones en paralelo.
A diferencia (todo es un decir) de Mike Blueberry, Alexis Mac Coy es uno de los grises, un teniente confederado cuyos avatares durante la Guerra Civil Americana vamos a seguir en el primer álbum. Esta es una primera gran diferencia tanto en el tono de la obra como en su enfoque, ya que no solo se trata de un cómic bélico, sino que tiene como punto de partida la derrota de los confederados a manos de los nordistas. Si el wéstern siempre ha tenido un fuerte componente crepuscular, en estas historias está más que acentuado, ya que se encaran con un evidente fatalismo.
El héroe que nos presenta J.P. Gourmelen no podría ser más adecuado para la situación: es capaz de afrontar el declive y la eminente derrota con entereza y hasta cierto menosprecio altanero, tanto por los peligros que tenga que afrontar como por las circunstancias. No se ahonda en sus motivaciones, más allá de un carácter temerario que casa bien con la idea de los señoritos que no se toman en serio ni la guerra y que tienen un orgullo desmedido, aunque no exento de carisma. Así, en un mundo que se desmorona sin esperanza alguna, Mac Coy brilla, ganándose la admiración de quienes lo rodean («¡Este hombre es un león!»), el reconocimiento de sus enemigos e incluso prosperando en el escalafón (será ascendido a capitán).
La propia narrativa tiene un carácter fragmentario y centrado en las personas, no en el conjunto de la guerra ni su trasfondo, lo que permite trazar personajes muy adultos, inquietantes y sorprendentes. Esto realza, además, la épica de la narrativa evitando entrar en cuestiones de fondo: más allá de la estética de la Guerra de Secesión, las batallas y gestas que se nos narran podrían ser atemporales, fogonazos de arrojo y valentía muy propios de los géneros populares que calan en el lector y lo enardecen como a los propios personajes espectadores.
Este enfoque da a la obra un carácter clásico y a Mac Coy, hechuras de un héroe arquetípico, a pesar de lo bien definido que queda su carácter. De nuevo, puntos comunes y diferencias con Blueberry, el cual se inclina más por el antihéroe bueno, incluso a nivel estético (Robert Redford vs Charles Bronson).
El propio apartado gráfico, el magnífico trabajo de A.H. Palacios, incide en esta atemporalidad. La mezcla de paisajes bucólicos y colores agresivos, el dinamismo de la acción y las poses (a veces hieráticas) de los personajes, el realismo opuesto a la fantástica épica, son una receta magistral que dan un empaque único ya a este primer cómic, el cual termina de un modo que hubiera podido ser definitivo y redondo.
Y este es quizás el elemento que más diferencia estos dos primeros cómics, más allá de la época (Guerra Civil vs Guerras Indias), los bandos, el carácter de los personajes o la estructura del guión: si en Fort Navajo tenemos los cimientos para ir construyendo una narrativa más amplia, con algunos pasos todavía inciertos sobre cómo encararla, La leyenda de Alexis Mac Coy es una obra madura y redonda que ya en sí misma contiene todo un universo desarrollado y bien cerrado.
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