Pesadillas: El ataque del mutante
Reseña de la novela de R.L. Stine publicada por Ediciones B
Cuando era pequeño, la serie Pesadillas me suscitaba una aversión visceral y, visto en perspectiva, injustificada. Yo ya me había iniciado en la literatura de terror y aquella colección me parecía un producto advenedizo. Supongo que tampoco ayudaba que los adultos a mi alrededor se refirieran a ella como lectura para malos leedores, como una especie de mal menor para conseguir que los niños más recalcitrantes dieran una oportunidad a la magia de los libros. Recuerdo que en su día consumí un par de ellos, con prisas y ninguna fe, y me dejaron una sensación agridulce. Por un lado, tocaban los temas que siempre me habían encandilado. Por otro, me decepcionaban en cuanto a sorpresas, calidad o intensidad del escalofrío. Lo de Pesadillas se me antojaba exagerado a todas luces.
No obstante, también me hacían pensar en aquella serie de televisión cuyo nombre no recuerdo en la que un grupo de niños se contaban historias de terror en torno a una hoguera. Seguramente tampoco sería tan aterradora, pero, menos habituado al formato audiovisual, me parecía más conseguida. Esta extraña combinación de recuerdos frustrados y anhelos insatisfechos ha hecho que terminara comprando una buena pila de libros de la colección para mis hijos... y, de paso, para leerlos yo mismo. Como no podía ser de otra forma, he empezado por el que más desconfianza me suscita: El ataque del mutante.
La portada de la edición francesa es infame (aquí la colección se llama Piel de gallina, Chair de poule) y la idea de incluir mutantes dentro del panteón de monstruos me resulta inaceptable, sobre todo porque se trata de mutantes de cómic de superhéroes. No obstante, entiendo que para los niños de mi generación era una buena combinación. Véase, si no, el famoso álbum de monstruos.
La historia en sí es más bien sencilla: un niño, algo vago y apasionado de los cómics, se encuentra fortuitamente con un edificio que parece el hogar del supervillano principal de su colección preferida, el mutante que da nombre al libro. Cómo no, se verá involucrado en una intriga mortal en la que nada es lo que parece a simple vista.
El planteamiento es ingenioso y una primera aproximación a los niveles de lectura: tenemos el mundo real de base y este se cruza con el mundo de ficción de los cómics del protagonista, que son una segunda ficción dentro de la novela. La idea, que es muy potente, no es novedosa, pero está planteada de un modo muy asimilable para el lector infantil. La trama, por lo demás, no tiene mucha más enjundia, pero hay que reconocer que la estructura está muy conseguida.
Por otro lado, hay que señalar que R.L. Stine funciona con capítulos hiperbreves, de apenas un par de páginas o tres, lo que hace que el libro sea muy digerible para los famosos malos lectores. El vocabulario es sencillo y la prosa está llena de interpelaciones y exclamaciones que buscan conservar la atención del lector, un recurso algo simplón pero que marca un ritmo de lectura sostenido que convierte la novela en un auténtico pasapáginas.
Con estos elementos, El ataque del mutante es un libro poco exigente pero que tiene más solidez de la que se podría pensar en primera instancia, y que presenta un buen puñado de ganchos para los lectores interesados en historias que susciten un ligero escalofrío. También para aquellos que quieran dar el salto entre cómic y novela sin muchas complicaciones.
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