Piratas de ultramar

Imagen de Long Clic Silver

Una rareza de Playmobil de allende los mares

Cuando después de recibir como regalo de cumpleaños "mi" viejo barco pirata (o, más bien, el mismo modelo, porque el mío acabó en uno de esos vertederos que antes había al lado de los pueblos y que ahora, por suerte, ya no existen) me embargó la nostalgia y empecé a navegar por Internet en busca de información sobre los piratas de Playmobil de mi época. Después de naufragar por costas ignotas, terminé por encontrarme sorpresas de todo tipo. Una de ellas, grande, es la que ocupa la entrada de hoy: los piratas argentinos.

Supongo que por alguna cuestión de derechos, los Playmobil del otro lado del charco van a un ritmo distinto. En Estados Unidos se encuentran productos que no están en el catálogo europeo y viceversa, imagino que por temas de mentalidad, estudios de mercado y otras gabelas. Es más, las páginas web yanquis que he visto no permiten hacer envíos a Europa. De todas formas, groso modo, se ve que son los mismos modelos y con los mismos atributos, aunque se organicen en cajas distintas. No como ocurre en el caso de Argentina, central que supongo distribuye a los países vecinos (a juzgar por las advertencias en portugués de la caja que tengo en mi poder).

En efecto, los Playmobil argentinos son un particular híbrido entre los de la vieja escuela y los de la nueva. Encontramos parches, patas de palo de las nuevas (que no son solo un estrechamiento de la pierna, sino una pieza pegada), barbas de dos días, garfios separados... pero también piernas sin definir, torsos de colores lisos con la raya en medio, etc. Algunos elementos, además, son únicos, como el jersey de rayas de uno de los marineros, la casaca del contramaestre, la inesperada peluca amarillo fosforito del segundo de a bordo o, muy particularmente, esas botas y zapatos pintados sobre las propias piernas. La mezcla resulta francamente curiosa, como si fuera una serie intermedia.

Los elementos de atrezo se encuentran igualmente a mitad de camino. Por un lado, tenemos un armamento propio de las primeras series de piratas: sables curvos (con sus respectivas fundas cruzadas), pistolones, cuchillos, hachas, cañones de los albores de la piratería... Incluso los cofres, las bocinas, las palas, los catalejos y las monedas de oro son de los “viejos”. Pero, por otro lado, encontramos ropa con adornos “modernos”, o incluso sacos de oro como los que introducirían más tarde los vaqueros.

La composición de las cajas también resulta peculiar. No he encontrado de momento un barco propio, sino el esquema caja de tripulación – caja individual de oficial que viene complementado por una tercera en la que un clic negro se encuentra con un tesoro (y que, de algún modo, me trae a la cabeza, sin remedio, el relato de Poe El escarabajo de oro).

Llama la atención, desde luego, que en la composición de las tripulaciones piratas de estos lares primasen los marineros negros. No tengo estadísticas sobre el tema, pero cabe suponer que en la época muchos esclavos fugados de las plantaciones intentarían probar fortuna en la piratería. Seguramente estos hombres suplirían la falta de experiencia naval que pudiera aportar un amotinado de la armada británica con la tenacidad propia de alguien capaz de haberse fugado del yugo de la esclavitud. Imaginemos, por lo tanto, que esos caballeros de fortuna (incluido el solitario pirata que ha dado con el cofre del tesoro) son intrépidos (y sonrientes) esclavos fugados de las plantaciones de cacao, tabaco y azúcar. Y no queramos ver en la escasez de complementos de los mismos un reflejo de la terrible realidad clasista de la época, que, después de todo, la piratería lúdica se hizo en gran medida para soñar.

Por si alguno tiene curiosidad, que sepa que la caja que conseguí gracias a la tienda online Tyranotoys (unos grandes profesionales que, además, rebosan amabilidad) tiene fecha de 2005 y ha sido fabricada por Antex Andina. Todo un descubrimiento.

 

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