En el principio... un capitán pirata

Imagen de Long Clic Silver

De negro, cojitranco y armado hasta los dientes, como corresponde al más elevado cargo de un hermano de la costa.

Los Playmobil, la afortunada creación de Hans Beck, llevaban desde 1975 ganándose los corazones de los niños. Las prosaicas líneas de obreros germánicos (el auténtico germen de este juguete, que iba a ser poco más que el conductor -o el pasajero- de vehículos de plástico) convivían con policías, indios y caballeros, y las colecciones iban creciendo año a año, siempre dentro de su esquema sencillo pero con combinaciones cada vez más ambiciosas e incluso faraónicas (como el castillo del 78). Todo parecía tranquilo y bien encauzado hasta que una bandera negra se dejó adivinar por el horizonte como una nube de tormenta, como el aviso funesto de la aventura interminable. Era 1979 y, al tiempo que venía al mundo el aquí firmante, desembarcaba en casa de muchos niños la avanzadilla de los clics piratas. Capitaneándolos, el 3385.

Eran los primeros, los de las manos fijas y brazos delgados, los que parecían "jóvenes" al lado de las nuevas generaciones de muñecas articuladas. Pero este en concreto traía ya las primeras innovaciones físicas: tenía pata de palo. Era, indiscutiblemente, un pirata.

Como era habitual en los Playmobil, gran parte de su parafernalia venía de líneas anteriores. En esta época, más que nunca, cada caja era una combinación de elementos generales para "crear" un personaje concreto. Era uno de los principios básicos del juguete: la intercambiabilidad de elementos. Así, nos encontramos con la pluma roja característica de los yelmos de los caballeros, con el lucido sable plateado de los capitanes del Séptimo de caballería y las "botas" de los Robin Hood medievales (sí, esa pieza amarilla que se enganchaba a los tobillos representaba las botas, aunque de niños nos costase pillarlo). Los "puños de camisa" eran ya todo un clásico a estas alturas, aunque no se habían combinado nunca con un cuello tan amplio, con unas solapas tan vistosas. Sin duda, la idea era mostrar que el capitán llevaba una casaca por todo lo alto.

Como cierre del vestuario, un buen sombrero de dos picos con, cómo resistirse, la calavera y las dos tibias cruzadas. Este modelo, al que no tardaba en borrársele el dibujo a nada que uno fuera un poco brozas, ha hecho tanta escuela que no es raro encontrar barcos piratas con más "capitanes" que marineros. Hay que reconocer que, aunque algo napoleónico, era muy resultón.

Tampoco era el único elemento frágil: el sugerente mapa del tesoro, que se solía irse a pique ya cuando tocaba lidiar con la pegatina, terminaba por lo general bastante sobado (o incluso pasado por agua). No tenía demasiada importancia pues, con semejante cofre donde esconderlo (entraba; justo, pero entraba, a pesar del sello) y con la amplia colección de pistolones (cinco, nada menos), ¿quién hubiera querido mantenerlo en sus manos?

No, lo que uno quería era que empezara la aventura, que el capitán reclutase unos cuantos caballeros de fortuna y que se lanzasen a la caza de un fabuloso tesoro con el que rellenar ese arcón marcado con el escudo del águila. Por supuesto, este deseo estaba al alcance de la mano. Cuestión de paciencia. Por el momento, a encontrarle un nombre. Digamos "Morgan". ¿Acaso hubo mejor pirata?

Tiempo tendremos para verlo, si tenéis la paciencia de seguir leyendo esta gratuita y peregrina bitácora. Prometo, si no botín, nostalgia, absurdo y muchos piratas. Si eres de los que ha disfrutado viendo de nuevo a este elegante capitán de riguroso negro, este es tu barco.

 

Aviso a navegantes: por Internet, en páginas de venta de particulares, me encontré hace poco con esta caja. Por 40 euros y todavía cerrada, una tentación terrible para los nostálgicos. Quién fuera rico...

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