Las crónicas de Conan: Éxodo
Reseña del tomo número 25 de la colección editada por Planeta Cómic
Ya en Amanecer de sangre, el anterior volumen de Las crónicas de Conan, habíamos visto cómo James Owsley había terminado por pillar el punto a la Era Hiboria y cómo, en su papel de guionista, no solo había ido escribiendo historias para cubrir el expediente, sino que había creado sus propias e interesantes sagas. En este volumen seguimos con una de ellas, la del Devorador de Almas, que va alcanzando cotas insospechadas y mucha fuerza.
Todo el escenario se caracteriza por dos elementos: Conan no es un lobo solitario propiamente dicho, sino que está rodeado por una jauría de personajes carismáticos a su altura, y sus confrontaciones, aparte de la épica habitual, están marcadas por concatenarse y tener detrás a un siniestro y poderoso personaje, el mencionado Devorador de Almas, un demonio que va sembrando el caos por Koth y alrededores.
El primer elemento emparenta por momentos la colección con las franquicias de superhéroes, aun manteniendo el toque de espada y brujería. Desde luego, es muy poco canónico en muchos sentidos, pero Owsley dota de gran personalidad al reparto y acabas encariñándote con él. Además, permite darle una dimensión adicional al cimerio al obligarlo a tratar con personajes que no solo están perfilados, sino propiamente desarrollados. En algún momento quizás vaya demasiado lejos, pero hay que reconocerle que supo sacar mucho jugo a iconos muy desaprovechados, como la propia Red Sonja, e integrar varios registros con acierto en las historias: humor, épica, drama, etc. Sin duda, sus creaciones son algo histriónicas, pero funcionan muy bien como arquetipos y como personajes palpables.
En cuanto al segundo elemento, dota de un mayor interés a las historias, ya que Conan no se limita a despachar al enemigo de turno, sino que este vuelve una y otra vez y conspira con otras fuerzas para completar sus planes, cambiando la sospechosa casualidad habitual por una causalidad que da más intensidad a la trama. Además, el modo en el que Owsley entrecruza elementos, aliados, enemigos, anécdotas y situaciones es muy hábil.
Hay un pequeño escollo, y es que Conan es más aquí el mito que nos hemos creado los lectores que el Conan de verdad. Cuando se repara en ello resulta difícil de justificar en algunas ocasiones la atención que suscita por parte de emperadores, reyes y, sobre todo, criaturas sobrenaturales de planos de existencia situados más allá del entendimiento humano. Es algo, no obstante, que se pasa por alto sin problemas porque da pie a situaciones muy coloridas e interesantes.
Visto en perspectiva, quizás el Conan canónico no era un personaje tan adecuado para James Owsley como hubiera podido serlo Elric de Melniboné, la creación de Michael Moorcock, al menos en su faceta cósmica. Sea como fuere, los guiones de esta etapa están muy conseguidos dentro de sus particularidades y algunos son sencillamente geniales, como el de La bestia.
El apartado gráfico es algo más irregular. Contamos con el siempre competente John Buscema por un lado y con un Val Semeiks poco interesado en las proporciones pero muy dinámico y capaz a la hora de perfilar los personajes y los escenarios. El color y el entintado fluctúa de un número a otro, algo particularmente chocante en las pieles de los personajes, pero también hay que entender que hablamos de un cómic de franquicia de los '80...
Con todos estos elementos, Las crónicas de Conan: Éxodo es un volumen trepidante, original y muy llamativo, poco canónico pero decidido, no obstante, a sumirse en la Era Hiboria y dejar su marca en ella. Por mi parte, al menos, muy recomendable. A su manera, claro.
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