La visión del editor: Calabazas en el Trastero: Arañas
La entrada de hoy va dedicada a la que fue la segunda publicación de La Biblioteca Fosca
Mi idea desde un principio con Calabazas en el Trastero era que cada tema tuviera un fondo distinto, una esencia diferencial. El primero, Entierros, era un ritual. El segundo, Arañas —que yo hubiera querido llamar Aracnofilia, por ser más pulpero, pero que cambió de nombre porque Mik consideró que generaría confusiones— iba a ir de bichos. Las arañas parecían —y creo que eran— una buena opción: no son un monstruo, pero dan miedo.
Sí que tenían un problema que no tardaron en señalarnos una vez editado el libro: el ajuste al tema. ¿Cuál era el peso real de que fueran arañas y no, por ejemplo, escorpiones, u hormigas? La respuesta depende del relato, claro, pero aunque las características diferenciales estén ahí —las arañas son cazadoras que usan veneno, emboscadas y trampas— se levantaba la liebre sobre un asunto muy importante: qué importancia real tenían esas características en el texto. Este no tiene solución unívoca, y no creo que su sombra deje de planear sobre el proyecto durante toda su duración. El único consejo que se me ocurre a la hora de abordarlo es pensar cuál es el modo de jugar con el tema de manera que este sea una parte vital de la gracia del relato.
La convocatoria, además, la encarábamos al mismo tiempo que surgían las primeras reacciones frente a la primera antología. La acogida de esta estaba siendo muy satisfactoria en muchos sentidos, pero nos cayó también la primera polémica y —esto es algo que hay que asumir— estas tienden a pesar más que otras cosas. El caso es que había quien consideraba indispensable que se indicara cuál era la identidad de los jueces. Es más, entre estos, alguno creía que Calabazas en el Trastero era un proyecto de El Círculo de Escritores Errantes y que no había transparencia. Después de valorar la cuestión se tomó una determinación que, a mi entender, es la correcta: no se iba a revelar la identidad del jurado. Lo importante, seguimos creyéndolo, es el resultado palpable, los libros, y quienes hagan de jueces es secundario siempre y cuando cumplan con su cometido: seleccionar los mejores textos. Por otro lado, aunque El desván de los cuervos solitarios fue el germen, en cierto modo, de Calabazas en el Trastero, el proyecto nunca formó parte de ese colectivo literario.
Este asunto me suscita una reflexión que igual es muy aventurada, pero que no me apetece guardarme. Aunque no soy muy amigo de hablar de ese ente llamado fandom, sí que creo que en el entorno al que se asocia se da demasiada importancia al quién en relación al qué. No sé si como decía Canijo, de vez en cuando nos vendría bien volver a llevar máscara todos, volver a abstraernos de quienes somos y fijarnos más en lo que estamos haciendo.
Personalmente, nunca me he fijado demasiado en quien hace de jurado de nada —ni siquiera se me había ocurrido que tuviera importancia: para mí era como un algo difuso—. Desde que empecé a identificar nombres, aún me apetece menos: creo que personaliza todo demasiado.
Volviendo a la convocatoria, lo primero que hay que decir es que llegaron 98 relatos a concurso (aunque en la hoja de cálculo de los votos tengo 101, no recuerdo por qué; supongo que llegarían fuera de plazo). Casi habíamos triplicado la cifra de Entierros, lo que era una señal inmejorable, y además llegaban muchas obras de fuera de nuestro circuito directo. Algunas páginas de concursos estaban haciendo eco de la convocatoria y se notaba mucho.
También se notó en la calidad y la pertinencia: “solo” 57 se consideraron aptos para la antología, algo más de la mitad frente a los dos tercios de la anterior convocatoria. Con algunos hubo discrepancias, pero me parece significativo y, además, es una tendencia que se mantuvo o empeoró en convocatorias posteriores.
Una curiosidad es que seis relatos se llevaron la puntuación máxima, algo que creo que no se ha vuelto a repetir y que supongo que tiene que ver con las expectativas. Al mismo tiempo, la antología incluye relatos memorables, como El laberinto de la araña, de José Miguel Vilar-Bou, que no solo se llevó el Premio Nosferatu correspondiente, sino también el Premio Nocte al mejor relato nacional. Otros que destacaría serían Viespe, de Fermín Moreno, que fue la primera obra de su ciclo sobre el Circo Dragosi que he leí, y que sienta las bases de ese horror tan suyo, y Simetría entomológica, de Manuel Mije, una joya a la hora de explotar el tema con una narración, cómo no, simétrica.
Otra curiosidad es el eclipse que sufrió un relato de Sergio Mars, que se quedó fuera de la selección, a mi parecer, por su parecido argumental con otro que sí entró. Quienes hayan leído la antología y El precio del barquero sabrán a qué me refiero. Es otro aspecto a tener en cuenta: a veces no vale con escribir un relato magnífico, sino que hace falta que caiga en manos del jurado en el momento adecuado... y con la compañía adecuada.
De todas formas, en esta antología sí que se ve cierto patrón: se buscaron, o premiaron, mejor dicho, historias que abordasen la temática de un modo original e inesperado. Es algo que, a toro pasado, tengo bien claro: siempre es una buena baza que el planteamiento no sea excesivamente clásico. No infalible, claro, que las recetas mágicas no existen —como prueba que tres relatos a los que puse la puntuación máxima no entraron en la selección—, pero sí una buena baza.
Por otro lado, me llama la atención que, aunque en la selección repitieron algunos autores y había alguna cara conocida de otros proyectos, a la mayoría no los conocía todavía, aunque tengo la impresión de que unos cuantos desfilaban por Sedice y Sevilla Escribe. Supongo que era la secuencia normal de expansión de la cantera de autores.
Ya sobre la edición, podemos comentar que fue el último libro que publicamos antes de la creación de Saco de huesos, que yo no decidí el orden de los relatos —si no, mi relato Strigoi no estaría de apertura ni, probablemente, Tarántula, de Eximeno, de cierre— y que la portada de Pablo Uria ha sido de las que más repelús ha dado —y da— a los eventuales lectores.
Fue, en definitiva, un buen segundo paso. Supuso más trabajo en la selección, pero nos pillaba ya algo más organizados, y nos dejó con la sensación de que íbamos en la buena dirección. Autores que repiten, autores que no conocíamos, autores que tenían ya un cierto nombre y cada vez más postulantes. Ah, y también un prologuista de excepción al que terminamos liando para más cosas, el señor David Jasso.
Si tenéis curiosidad, hay más información sobre el libro en http://sacodehuesos.com/calabazas-en-el-trastero/2-aranas
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