Finalistas en los Ignotus 2012
Un nuevo año en el que nos ha caído alguna nominación para estos premios organizados por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror (AEFCFyT) para galardonar distintas vertientes del género en nuestro país.
Con el tiempo —supongo que es algo normal por motivos obvios— te vas dando cuenta de lo importantes que son los premios al trabajo ya terminado y publicado. Sí, es vital estimular la creación, pero también saber reconocer los méritos de esta una vez ya concretada. Cuando te cae alguno de estos reconocimientos, cuaje luego en un premio o no, tienes la sensación de que el trabajo invertido, a pesar de múltiples peros, ha merecido la pena.
Es por eso que hoy quería dedicar esta entrada a los dos flancos por los que nos han caído nominaciones para el Ignotus. Por un lado, El monstruo en mí, la antología de José Ignacio Becerril Polo —Nachob, para los colegas internáuticos—, y por otro la propia Calabazas en el Trastero, que consigue su tercera nominación consecutiva y, quién sabe, quizás su segundo galardón —la combinación con la barra libre de sidra en la cena de gala de la Hispacón puede ser memorable, o piadosamente inmemorable—.
El reconocimiento que está cosechando El monstruo en mí —que ya ha sido premiada como mejor antología en los Premios Cultura Hache— me llena de un orgullo particular, sobre todo en esta doble nominación que refleja el valor del germen —al principio fue Casa ocupada— y el resultado final —la antología completa—.
Quienes conozcan un poco mi trabajo sabrán que soy un apasionado del lado más topero del terror: casas encantadas, niños inquietantes, fantasmas, monstruos, estética oscura... Antes que un psicópata aséptico me seduce una biblioteca polvorienta en la que se adivinen presencias extrañas. Por eso, también, he terminado por leer toneladas de material afín y, por ende, cada vez es más difícil impresionarme.
Cuando leí Casa ocupada por primera vez yo estaba inmerso en La casa de las sombras, la novela corta que me publicó en su día DH Ediciones. Y, francamente, me desmoralicé un poco. Aunque puedo decir con total inmodestia que en algunos puntos puedo aventajar a Nachob, lo cierto es que en otros me da sopas con honda. Y de estos había un huevo en Casa ocupada. Desde el primer momento supe que había que publicar este cuento en un formato adecuado: yo propuse que lo ampliara a novela corta para darle libro propio —en oposición a su descabellada idea de mandarlo con sus 10.000 palabras al Calabazas en el Trastero: Tijeras, donde no hubiera colado en siglos— y, al final, la cosa terminó en antología propia donde, está claro, esta historia brilla particularmente (para más detalles, leer el prólogo Monstruos y pronombres posesivos). Lo que es indudable, y lo digo con la boca bien grande, es que es una de las mejores historias de casas encantadas escritas en castellano. En ella se conjuga esa sensibilidad humana del autor con un imaginario contemporáneo que mezcla lo extravagante con lo clásico en un delicado equilibrio.
Y esta conjugación, en gran medida, es otra de las claves de la antología al completo: El monstruo en mí. Pedro Escudero se emperró en que el libro no saliera solo con las tres historias largas, sino con todo un muestrario de relatos cortos que transmitieran el carácter “Nachob” a los lectores que no lo conocían. A toro pasado, a juzgar por las reseñas y los comentarios leídos por Internet, creo que tenía razón. En breves intentaremos poner a la venta la versión digital del libro para aquellos que quieran seguir aventurándose en sus páginas y poder opinar al respecto.
En cuanto a la segunda nominación, la de Calabazas en el Trastero, huelga decir el orgullo particular que supone. Si del germen de Casa ocupada nació El monstruo en mí, del de Calabazas en el Trastero nació Saco de huesos. Cuando tras el cierre de la revista MiasMa y la suspensión temporal de la antología Paura decidimos liarnos la manta a la cabeza no estoy seguro de que creyéramos que llegaríamos a los doce números regulares (¡más dos especiales!) con el entusiasmo intacto.
Sinceramente, es mucho curro, toneladas de curro en cosas que ni siquiera te imaginas cuando todavía no te has metido en harina. Además, con esta crisis del demonio nuestro número de suscriptores es, digamos, limitado, las ventas no son boyantes y, cómo no, hay más gente interesada —en apariencia— en publicar en la antología que en comprar —espero que no en leerla— o en participar en cosas como los Premios Nosferatu.
Sin embargo, todo merece la pena porque, al mismo tiempo, las alegrías siguen llegando. Nominaciones como esta, que reflejan un sentir popular, gestos de suscriptores que están ahí dando un apoyo incondicional (cuando un valiente se suscribe por diez números no es ya solo el aporte económico, sino la emoción de ver que te está diciendo “cuento con vosotros para tres años más por lo menos”), el descubrimiento de nuevos autores, que en cada número hay por lo menos una nueva incorporación, el deseo de los veteranos de seguir mandando cosas, la calidad creciente que descubres en algunos de ellos, como si quisieran llegar cada vez más lejos, la aportación constante y profesional de colaboradores —portadistas, prologuistas, correctores, jurados—, la ayuda de quienes sin que se lo pidas divulgan las convocatorias, el tiempo dedicado por algunos a reseñar los libros...
Sí, sin duda merece la pena seguir en la brecha, sobre todo en estos tiempos en los que da la impresión de que la tónica general es caer más que dar a luz proyectos nuevos. Calabazas en el Trastero nació para cubrir un hueco y, con vuestro apoyo, esperamos poder seguir cubriéndolo hasta que, por lo menos, haya otros cuantos más en la brecha.
Espero que podamos vernos en la Hispacón y brindar por todo ello.
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