Una editorial pide a un blog que retire sus textos del mismo, y a mí, este último, que les eche un cable
Era inevitable: vuelve la polémica de los derechos de autor. Y digo inevitable porque, hasta que no exista una normativa internacional razonable estamos condenados a que continúen los conflictos y pague el pato el de siempre: el más débil. El tema es muy espinoso, así que ruego que nos leamos todos unos a otros con mucha calma antes de encendernos. Intentemos ver el problema desde todos los ángulos, vaya. Y, para empezar, remito un fragmento del comunicado en cuestión, que encontraréis íntegro en http://biblio-peque.blogspot.com/:
[...] la convocatoria principal a la asamblea tiene como objetivo fundamental, comunicarle a los chicos que la Editorial Sigmar nos intimó a “bajar” de nuestros blogs los cuentos de Sigmar que los chicos tipearon para los más pequeñitos. Si bien, Berenice es la única que está al tanto de esta desconsiderada actitud por parte de la editorial arriba mencionada, no sabe que el contador Armando Bermúdez de Sigmar, hoy volvió a llamar exigiendo se cumpla con las exigencias comerciales de su negocio.[...]
La situación se resume, a mi parecer, en que un blog sin ánimo de lucro y con fines culturales ha publicado las versiones de determinados cuentos de una editorial comercial que, obviamente, quiere explotarlos según le convenga (porque para eso es su negocio, del cual, a priori, viven).
Lo primero que hay que aclarar es que cada país tiene una normativa al respecto, así que las consideraciones que voy a hacer poco tienen que decir frente a un tribunal: ahí lo que contará será la legislación de Argentina, si no me equivoco. No obstante, creo que dedicar un tiempo de reflexión a este asunto es importante, porque esto es un conflicto de intereses, no una cuestión de buenos y malos.
Por parte de la editorial, hay un trabajo que se está utilizando sin su consentimiento. Tras ese trabajo (no conozco en detalle las obras) hay unos esfuerzos y unos gastos de tiempo y dinero. Las traducciones, las selecciones, las correcciones de estilo, la difusión... Todas estas actividades cuestan lo suyo, y merecen un reconocimiento y un respeto.
Por parte del blog hay un deseo de difundir la cultura, especialmente entre los niños. No es sólo que sea algo loable, sino que se trata de un derecho universal reconocido: el del acceso a la cultura. Su labor, por lo tanto, es también digna de respeto.
El problema está en cómo articular estas dos posiciones para que todos podamos disfrutar de nuestros derechos básicos: el de los trabajadores y el del acceso a la cultura. Del mismo modo que no puedes ponerte a saquear los cultivos de los campesinos para paliar el hambre en el mundo, no se puede disponer del trabajo de la gente que trabaja en la cultura a cualquier precio. Y aquí está el quid: ¿cuál es el precio adecuado?
En España (¡ojo: en España, que cada país es un mundo) se decidió en su día que la solución era el canon. Este es una tasa, una suerte de impuesto indirecto, que se grava sobre determinados dispositivos de copia y almacenamiento y sobre determinados negocios, como las copisterías.
No voy a entrar en si el sistema es bueno o malo o en qué dispositivos tienen que entrar en la lista de los que son gravados. Del mismo modo que los impuestos que pagamos los trabajadores sirven para hacer carreteras, por ejemplo, a pesar de que no todos los ciudadanos tenemos coche y/o viajamos por España, el canon garantiza que la copia privada (es decir, la réplica sin ánimo de lucro de contenidos culturales) es legal.
De este modo, en España (insisto) los propietarios de los derechos de autor ven compensado su uso y la población tiene derecho a acceder a ellos. En Argentina, lo lamento, no sé cómo está la cosa. Pero como sería de necios largar todo este rollo sin proponer alguna solución, aquí van algunas ideas que no pasan por aspectos legales, los cuales, aunque es importante tenerlos en cuenta, ni siquiera llegan a satisfacer a todo el mundo.
En primer lugar, creo que es importante darse cuenta que el enfado hay que tenerlo con quien corresponde. El que saca beneficio económico de que el texto esté colgado en Internet no es ni el editor (que lo merecería) ni el blog. De esta difusión de contenidos se lucran las compañías que obtienen ingresos por publicidad y las que venden conexiones a Internet.
Tampoco se puede coaccionar a la gente para que participe en las buenas iniciativas. Los donantes de sangre son necesarios, sí, pero tampoco es plan de que nos pongamos a decidir cada uno, a título individual, cuánta sangre nos podemos apropiar del vecino. Un editor es un empresario, y no necesariamente uno rico.
En segundo lugar, es vital buscar el entendimiento. Si no lo hay entre este editor y este blog, hay muchas alternativas. Si el frutero de la esquina no te da manzanas para repartir entre quien pasa hambre (y no entro ya en los motivos que pueda tener, si justificados o no), la solución, a no ser que sea un caso extremo, y este no lo es, no pasa por robarle una barquilla. ¿Qué podemos hacer si un editor no colabora para que los niños sigan pudiendo acceder a la cultura?
Lo primero, trabajar con textos libres de derechos de autor. Si un escritor lleva más de cien años muerto, sus obras están "libres" de derechos de autor. Eso sí, ojo con las traducciones: el traductor también tiene sus derechos sobre su trabajo. La propiedad intelectual debería ser tan inalienable como la física. Buscar obras libres de derechos es una buena opción, y sencilla.
Lo segundo, optar por trabajar con autores que compartan la filosofía de la libre distribución de contenidos, o que quieran apoyar este proyecto en particular. Es cuestión de enviar unos cuantos correos electrónicos o de buscar un poco. Existe lo que se llama el copyleft y también las licencias Creative Commons. Muchos autores nos conformamos con que nuestras obras salgan firmadas o simplemente se mencione la fuente, y a veces no siquiera esto se respeta.
Lo tercero, se puede intentar la creación de contenidos propios. ¿Por qué copiar obras conocidas si hay tantas por crear? Los niños son muy creativos, y con alguien que se ocupe de corregir las obras ya tendríais una buena fuente de material que, además, estimularía a los propios peques.
Resumiendo: La Editorial Sigmar tiene todo el derecho del mundo a querer vivir de su trabajo y, lo que es más importante, a querer mantener la potestad sobre el mismo. Los traductores, los escritores, los editores y todo el largo elenco de profesionales de la cultura son trabajadores, y sus derechos en tanto que trabajadores deberían ser inalienables.
Al mismo tiempo, la cultura es un bien universal, y debemos luchar porque esté al alcance de todos. Pero, y esto es importante, no es lícito cimentar unos derechos a costa de los de otros. Sobre todo cuando hay hueco para todos.
Finalmente, por aportar algo más que buenas palabras, si es de utilidad para BiBlioPequE estoy dispuesto a cederles unos cuantos de mis relatos para su publicación en el blog. Para mí sería un honor, aunque mis relatos no sean tan conocidos como "Bambi". Estoy seguro, además, de que otros muchos escritores estarán deseando ceder su trabajo para una buena causa. No en vano, somos miles los que colgamos nuestras obras en Internet para su libre difusión.
Tema complicado.
Hay esta la gran verdad, aunque el ejemplo del frutero y las manzanas contra el hambre...
Se merezca un comentario por si mismo.
Mis escritos y poemas en lejosnoescerca.blogspot.com/