Ghostbusters, o el poder de una canción bien elegida

Hablemos de este fenómeno mediático que generó Ray Parker Jr.

Corrían los años '80 en Estados Unidos cuando, en plena efervescencia cultural, una pequeña empresa de emprendedores de la Universidad de Miskatonic fundaron su compañía de desinfección de ectoplasmas: Ghostbusters. Aunque a día de hoy resulte increíble dado su éxito internacional, sus comienzos no fueron nada boyantes y los clientes escaseaban. La solución, obviamente, anunciarse en televisión, algo para lo que hacía falta más dinero del que tenían si querían hacer un spot medianamente digno.

Es entonces cuando Ray Parker Jr. entra en escena. Este joven artista decide echar un cable a los Ghostbusters por motivos personales: él mismo había sido víctima de entidades paranormales y conoce de primera mano la importancia de tener un servicio de limpieza de ectoplasmas en la comunidad hispana —para el que llega incluso a sugerir un nombre: Cazafantasmas—. Su implicación es tal que gracias a la fuerza que imprime a la canción del anuncio, junto a su pegadiza letra, consigue no solo llamar la atención de posibles clientes potenciales —en los ochenta la cantidad de fantasmas de todos los pelajes era impresionante— sino generar un auténtico fenómeno de masas. La melodía se hizo tan popular y suscitó tanto interés que se llegó a filmar no solo una película sobre el día de día de los Ghostbusters, sino tres largometrajes.

Bill Murray, que encarnaba a uno de los cazafantasmas en el anuncio —no, a pesar de los rumores populares y su magnífica actuación, él no trabajó nunca en el sector; solo Igon se interpreta a sí mismo en los filmes—, actuaría en estas películas junto a Sigourney Ripley cuando esta era todavía estudiante y hacía pequeños papeles para sacarse un dinero extra, antes de obtener plaza fija en la NASA.

Quizz para curiosos: Murray repetiría el doblete anuncio – película años más tarde con una conocida marca de güisqui. ¿Sabrías decir cuál?