Caseta 20
PD: es que tengo sueño...
Reseña de la antología publicada por Ediciones Evohé que recoge a los relatos premiados en el I Concurso Internacional La Revelación
Tengo debilidad por las antologías de concursos, pues creo que son un buen escaparate de muchas cosas y una buena oportunidad de aprender de los errores propios y de los aciertos ajenos. Después de haberme leído unas cuantas, puedo asegurar que ésta es quizás la más robusta que me he encontrado.
Obviamente, el mérito principal lo tienen los relatos, pero antes de comentarlos uno a uno, que se lo han ganado, me gustaría hacer algunos apuntes sobre el conjunto. En primer lugar, comentar que es un acierto tener el tema mitológico como espinazo vertebrador de la antología: queda una sensación de proyecto robusto y creo que unos relatos realzan a otros poniendo de manifiesto la gran cantidad de enfoques con los que se puede abordar este tema.
Desde luego, la labor editorial pesa mucho en este sentido: el prómito y el epímito, que ponen en contexto lo que supone el concurso La Revelación y la propia indagación en la mitología desde la óptica actual, son la guía perfecta para encauzar la lectura.
A esta intencionalidad inteligente y bien resuelta se une un muy buen trabajo de maquetación y un cuidado diseño que realza el conjunto. Las citas de los clásicos acompañan muy bien los textos -y deduzco que son cosa del antologista, pues aparecen en todos los relatos- y las ilustraciones son el complemento ideal a las narraciones. Sin duda, un marco perfecto para presentarnos los diez relatos que abordaremos a continuación (y que no aparecen siguiendo la clasificación del concurso, sino tal y como han sido dispuestos en el libro).
Empezamos con Gorgona, de Guillermo Pilía, un canto de sirena ideal para que los lectores se adentren irremediablemente en los arrecifes que propone la antología. La historia es una revisitación del mito del héroe desde una óptica intimista que, curiosamente, no se resiente a nivel acción, seguramente por el acertado ritmo que le imprime el autor. Es un relato de los que dejan huella, ingenioso y muy bien resuelto, y muy robusto en su planeamiento.
A continuación pasamos a Penélope, 2007, de Yazmín Caram. Este relato ofrece lo que su propio título promete: un remake actualizado de la Odisea sustentado en un tono desenfadado y ágil que hace que se lea con interés, aunque tampoco sorprenda en demasía. Su factura es su baza fuerte, aunque, quizás por el argumento, no brille tanto como otros de sus compañeros.
Fábula cero, de Sebastián Lalaurette es harina de otro costal. A priori se podría pensar que iba a ser de los más clásicos, pues aborda el mito frontalmente, llevándonos a una batalla entre dioses. Sin embargo, a medida que la historia avanza y nos vemos totalmente desbordados por su épica, nos vamos quedando prendados igualmente de esa magia de contemplar algo fascinante como es la mitología... Y cuando ya pensamos que será simplemente un viaje agradable a los sentidos, el autor pone toda la carne en el asador en un final del que no comentaré nada, pero que cierra con broche de oro la historia.
Aquiles melancólico, de Mariano Rodríguez, es otro de los platos fuertes de la antología; no en vano, fue el ganador del certamen, y parece dispuesto en esta posición cual Atlas sosteniendo el conjunto. Se trata de una historia sin artificios, en la que se narra la guerra de Troya (y algunos eventos previos) desde la óptica del héroe griego. Es el desarrollo del personaje y el enfoque de la narración, fresco y al mismo tiempo respetuoso con el mito, el que hace que la historia brille con toda su fuerza.
Acompañándole en su titánica tarea nos encontramos a otro relato que, sin problemas, escapa de su larga sombra: La visión de Ícaro, de Margarita Borrero. De nuevo, se trata de una historia de corte clásico, en cuanto a argumento, sobre la vida del que acabara prisionero del laberinto del Minotauro, y de nuevo es el tratamiento de los personajes y el acertado modo en el que se indaga en su psique la clave con la que el relato resulta una delicia. Son buenas muestras de cómo la mitología clásica sigue despertando la fascinación del lector si viene de la mano de un buen narrador.
Perseo, memoria de un viaje, escrito por Carlos Lorente Delirios, sigue de cerca a los precedentes, pero le pesa cierta ampulosidad en el lenguaje que acartona algunas situaciones hasta darle un toque de peplum que, si bien resulta entrañable, hace que no alcance el listón fijado. En él conviven escenas magníficas con algunos pasajes mal resueltos que me incitan a aventurar que el autor no estaba lo suficientemente cómodo con la extensión que solicitaba el relato. No es tanto un problema de ritmo ni de fuerza en la prosa -que acerca muy bien los escenarios- como de estructura, pues presenta algunas situaciones algo repetitivas o que no terminan de coger todo el dinamismo que su interesante planteamiento, sobre todo en el plano formal, prometía.
Después de esta serie de relatos centrados en el mito grecorromano, saltamos a uno de trasfondo bien distinto: Te vistará la muerte, de Fernando Lafuente. Sin duda, es un relato mitológico, y enraizado en una tradición que debe ser tan vieja como el hombre -la de las visitaciones de la muerte-, pero resulta sorprendentemente fresco, e inesperado. La sensación de angustia transmitida al lector a través del protagonista es muy vívida, y aunque analizándolo en sus elementos, y en el modo en el que las piezas van encajando, resulta de un candor casi infantil, lo cierto es que funciona a las mil maravillas y conmueve hasta niveles insospechados. Siempre me fascinará cómo algunos autores te hacen sentir un lector novel sin necesidad de salirse una línea de los clásicos. Bravo.
Cautivo de un hechizo, de Néstor Rubén, es el contrapunto a la anterior historia. Aquí nos encontramos con un escenario clásico que sirve de excusa, precisamente, para volcar una prosa muy contemporánea y un planteamiento casi coloquial. El tono desenfadado, con su punto gamberro, hace que sea una historia divertida y entretenida de leer, y que, aunque deje en el lector poco más que el chascarrillo, se disfrute página a página.
El oficio de Hermes, de Ester Ruiz, por el contrario, es mucho más ambiciosa tanto en su planteamiento como en su ejecución, y ése es tanto su punto fuerte como su maldición. Aunque sin llegar a bordarlo, el equipo de Evohé ha conseguido resolver con acierto el tema de la maquetación, crucial en la historia, ni siquiera así se consigue que todos los lectores lleguen al final sin perderse. Tampoco es algo trágico, pues en una historia tan variopinta y caótica, al menos a mi parecer, el gran disfrute es el camino, y éste está salpicado de momentos memorables. Quizás el punto menos claro es su relación con los mitos, aunque tampoco debería ser complicado encontrar algún hilo de Ariadna entre la divertida madeja que rueda entre sus páginas. Una nota discordante que salpimenta muy bien el conjunto.
Y ya como cierre, un relato crepuscular: Las malas noticias de Hermes, de Luis Felipe Valencia. Volvemos aquí al mito grecolatino como despedida -nunca mejor dicho- en una narración ejecutada con elegancia y sin exabruptos, y que, quizás con un poso de melancolía, cierra adecuadamente una antología que no tenía ganas de terminar de leer, pues hubiera querido que se prolongara unos cuantos relatos más. Casi da la impresión de ser un relato escrito para la ocasión.
Por suerte hay un El camino de los mitos II, y parece que habrá también un tercero. De momento, hasta que los lea y pueda comentarlos, os dejo con la recomendación de echarle un vistazo a éste: es una antología muy interesante, bien equilibrada y que hará las delicias de los amantes del género fantástico y de la mitología que tengan curiosidad por mirar más allá de los clásicos académicos.
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