Confusiones entre personajes y autores
Nadie cree que Tolkien era un guerrero dado a destripar orcos. Sin embargo, muchas otras confusiones entre quién cuenta la historia y quién aparece en ella se dan con frecuencia. Si alguien duda de su existencia, sólo debe leer los comentarios de cualquier relato aquí publicado.
Cuando mi madre empezó a leerse algunos de mis cuentos sus preocupaciones aumentaron. Una noche se encaró con ellas y me preguntó: “¿Por qué escribes historias llenas de muertes y cosas tristes? ¿No eres feliz?” La delgada línea entre autor y personajes había sido cruzada. Especialmente gracias a las descripciones sobre drogas de mi segunda novela.
Las preocupaciones maternas no justifican, pensarán algunos, un artículo en la sección de literatura, pero sí que me servirán como presentación de un problema generalizado en los lectores: las confusiones entre personajes y autores.
Para ilustrarlo no recurriré al socorrido cómic británico “Judge Dredd” en el que el sistema judicial ha devenido policía ultrafascista; ni siquiera a otro cómic, éste nacional e igualmente malinterpretado: “Torpedo 1936”. No sólo los evitaré por el riesgo de un debate interminable sobre hasta qué punto el machismo del mafioso de origen italiano regodea secretamente a Abulí o si aquéllos que leíamos al terrible Dredd participábamos en el fondo de sus credos. Lo haré también para ilustrar las confusiones con un personaje más universal y de un modo más amable, aunque resulte un poco surrealista.
Don Quijote es el personaje más conocido de la literatura española, y Miguel de Cervantes su autor. Esta popularidad ha hecho que sean sometidos a multitud de estudios, exámenes e interpretaciones entre las que cabía esperar muchas cosas y muchas barbaridades. Lo que tal vez no esperaba nadie era que se acusara al señor Cervantes de mala fe con su personaje.
¿Cómo es posible que se considere que se ha maltratado a un personaje de ficción? ¿Cómo es posible que los lectores/estudiosos acusen de sadismo al autor? ¿No es acaso la historia que este último narra la que hace nacer sus simpatías? Poner a Cervantes y al Quijote en el mismo nivel es mezclar churras con merinas; confundir personajes con autores.
Algunos autores han disfrutado de estas confusiones y han llegado a utilizarlas para potenciar el efecto de su narrativa. No es casual que Charles Bukowski utilizase personajes con un parecido físico con él mismo y les dotase de nombres como Henry Chinaski. Como tampoco es casual que, después de haber leído declaraciones suyas sobre su sueño de llegar a los cien años para tener relaciones sexuales con una joven de dieciocho, su relato “El malvado” nos despierte horribles sospechas.
Sin embargo, y antes de que los protoescritores que pululamos por aquí nos frotemos las manos pensando en los usos de este nuevo recurso “literario”, es necesario reflexionar un poco sobre los dos problemas que pone de manifiesto. Porque por mucho que nos guste reírnos malignamente de los lectores que no disciernen o de los escritores que se tiran de los pelos bajo acusaciones de lo más ingenuo, lo que revela son problemas.
El primero habla del bajo nivel de comprensión que sigue existiendo entre el público en general. Un estudio sobre cine revelaba que la gente tenía dificultad en distinguir entre recursos narrativos –como los flashbacks- y fallos de rodaje –como el surtido de bollos de “Pretty woman”-. Y aunque esto pueda resultar divertido hasta cierto punto –un lector anónimo abucheando a J.K. Rowling por ser demasiado mala con Harry Potter- resulta más bien inquietante porque introduce el segundo problema.
¿Alguien querría que se le relacionara con el malo malísimo que con tanto cuidado y esmero ha conseguido crear? Porque, a estas alturas, ¿alguien duda de que muchos lectores adjudican por defecto la mentalidad del protagonista al autor del libro? Entrar en casos demasiado extremos, como el Marqués de Sade, desvirtuarían el debate. Así pues nos centraremos en cosas más “medias”.
Si uno quiere llegar al público, como es el objetivo más o menos reconocido de todo aquel que publica –aunque sea en internet-, ¿cómo arriesgarse a que éste te odie por no marcar la clara diferencia entre buenos y malos? Resulta tentador, llegados a este punto, crear dos bandos: protagonista y autor contra antagonistas odiosos.
Y ahí radica el problema. Porque si cedemos a ese impulso simplista de bien y mal bien separaditos, acabaremos creando una cultura con tablas redondas de caballeros azules enfrentados a malvados caballeros rojos groseros amigos de Mordred. Y eso es una pérdida.
¿Exagero? De momento sí, espero. Pero daros una vuelta por los relatos publicados en esta página y, cada vez que veáis una advertencia en el resumen o una “crítica” en la que se denosta un relato por no compartir el punto de vista el protagonista, no olvidéis quién es esa sombra.
Es la confusión, esta vez entre personajes y autores, y el único modo de combatirla es la reflexión y la lectura.
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