La dama número trece
Reseña de la novela de terror de José Carlos Somoza
La dama número trece es, para mí, el ideal de novela que deberían perseguir los escritores cuando se ponen a crear. Y digo ideal, y no modelo, porque no creo que se trate de un tema de recetas mágicas, sino de coherencia interna. Intentaré explicarlo al tiempo que, obviamente, recomiendo la novela a aquellos que les guste el suspense y, además, tengan un cierto aguante (puesto que en el libro no faltan escenas que pondrán los pelos de punta a cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad).
La dama número trece se plantea como una novela de misterio según un mecanismo más bien canónico: un tipo corriente entra en contacto fortuitamente -en este caso a través del misterioso mundo de los sueños- con algo que rebasa los cimientos de la humanidad, algo espeluznante, lleno de poder y de una naturaleza claramente siniestra. Es un encuentro que hemos visto en obras clásicas, como los Mitos de Cthulhu de HP Lovecraft, y ésta es la primera particularidad de la novela.
José Carlos Somoza, como autor con un claro carácter propio, no tiene ningún problema en beber de las fuentes originales, y en las páginas de su obra encontramos interesantes referencias a obras precedentes y, sobre todo, un rico telón de fondo en el que lo cotidiano se entrelaza con lo mitológico y con otros elementos de nuestro acerbo cultural colectivo más o menos consciente. Podemos encontrar, de hecho, desde el folklore campesino más cercano hasta la culta esencia grecolatina dentro de las páginas de esta historia.
Al mismo tiempo, este apoyarse en unos buenos cimientos no ancla en ningún momento la prosa del autor ni la estructura de la obra. La primera es ágil, llena de carácter propio y de juegos literarios con claros guiños a una de las protagonistas indiscutibles de la narración -la poesía-, y transporta al lector a todos los registros que requiere la historia; resultan particularmente llamativos los pasajes fragmentarios en los que los sueños y las alucinaciones se engarzan, literalmente, con los momentos lúcidos de los protagonistas. La segunda, como la buena tramoya, acompaña sin dejarse ver, marcando un ritmo sostenido, una suerte de espiral descendente que parece que no llegará nunca a su oscuro final; las simas de La dama número trece, de hecho, resultan más que abisales.
De este modo, la novela se presenta como un escenario lleno de ingenio y macabramente sugerente, que conmociona al lector mientras le lleva con pulso de hierro por lo más recóndito del alma humana, de la individual y de la colectiva. Una obra que traslada el concepto del terror a parajes familiares pero que aún resultan desconocidos. Formidable.
Autor
José Carlos Somoza nació en La Habana en 1959, es psiquiatra y vive en Madrid. Es autor de las novelas Silencio de Blanca (Premio La Sonrisa Vertical 1996), La ventana pintada (Premio Café Gijón 1998), Cartas de un asesino insignificante (1999) y Dafne desvanecida (finalista Premio Nadal 2000), entre otras.
Ha escrito además la novela corta Planos (accésit Premio Gabriel Sijé 1994), el guión radiofónico Langostas (Premio Margarita Xirgu 1994) y la pieza teatral Miguel Will (Premio Miguel de Cervantes de teatro 1997), estrenada en el Festival de Almagro y en el Teatro de la Comedia de Madrid, La caverna de las ideas, ZigZag y La llave del abismo (Premio Torrevieja 2007).
Sinopsis
A través de unas extrañas pesadillas, varias personas acaban siguiendo la pista de una misteriosa agrupación de mujeres que oculta mucho más de lo que parece.
Edición
La dama número trece
José Carlos Somoza
DeBolsillo, 2004
Bolsillo
Conclusión
La dama número trece es una novela contemporánea tanto de concepción como de escenario, pero al mismo tiempo extrae toda la fuerza de los clásicos. En sus páginas conceptos como secta, brujería y poesía dentro de un largo etcétera cobran una fuerza y un sentido inusitados. Originalidad y acierto se dan la mano desde la primera página.
El estilo personal e implacable del autor termina de redondear un planteamiento ya en sí formidable, dando una buena muestra de lo que puede hacer la literatura cuando fondo y forma se conjugan, y dejando para los lectores una experiencia formidable. Eso sí, no apta para almas sensibles. Al menos, para las que no quieran pasar un mal rato.
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