Bueno, si es sólo la frase no es gran cosa. Me apetecía apoyarme en la cultura pop para la argumentación.
Por otro lado, a mí a veces también me sorprende recordar que estudié ingeniería química...
Recupero este breve artículo de opinión sobre las posibilidades de Internet que publiqué en OJ hace ya un tiempo...
Empieza el año, echamos la vista atrás y me da por ponerme mesiánico. Esperando que nadie se asuste, una reflexión en voz alta sobre la puerta que nos ha abierto Internet.
Dicen, o decían, que la palabra es lo que nos diferencia de los animales. En la cultura judeocristiana es el Principio, con mayúsculas, el Verbo, y su poder es tal, y tan universal, que podemos reencontrar este concepto en casi todas las civilizaciones. La egipcia, en un ejercicio filosófico de lo más curioso, lo aunaba con la magia. Efectivamente, la palabra es la magia en sí, y el que conoce los nombres de las cosas puede gobernar sobre ellas. Por eso se escribían encantamientos en las tumbas y por eso se borraban los nombres de los gobernantes caídos en desgracia, para que las arenas del desierto los devorasen cual olvido eterno.
De un modo más prosaico, pero bebiendo de las mismas fuentes, hoy en día decimos que el poder es la información, y que los medios de comunicación son los que hacen girar el mundo en la dirección que consideran oportuno. De nuevo la palabra y su poder “sobrenatural”, la misma historia expresada de otro modo.
No sé si por mi afición a los cuentos y las leyendas, o por mi naturaleza zascandil, éste ha sido un concepto que me ha rondado siempre por la cabeza, y otro iba parejo a él: el alcance de la palabra. Muchas cuestiones de la actualidad y el pasado se resumen a prismas de esta misma dualidad: lo que se dice y hasta dónde llega. Es algo que engloba desde los sistemas políticos (quién tiene la palabra y a quién se la puede comunicar) a la degeneración del idioma (¿se publica a autores que no saben escribir bien de modo que tengamos malos ejemplos?), y que durante años me reconcomía en su segunda vertiente: el alcance.
Sí, es un concepto que ahora nos puede parecer caduco, pero en mis tiempos de instituto, que no son tan lejanos, llegamos incluso a crear un fanzine con fotocopias. Os podéis hacer una idea de hasta dónde podía llegar nuestra palabra y lo estéril que nos resultaba como don. A priori.
Pero luego llegó Internet, y con ella volvió el reinado de Babel. No os presentaré un recorrido lúdico nostálgico por lo que esto supuso para los de mi generación, porque creo que lo que nos ocupa, o nos debería ocupar, son los resultados, nuestro mundo actual. Vivimos en una inmensa torre en la que convivimos a una escala desconocida hasta el momento. Y la palabra nos muestra de nuevo su poder.
El primer pulso de fuerza que nos echa es el idioma. Aquel que domina el suyo, y algunos otros, accede a información de primera mano, que es, en ocasiones, la única que existe. El que no tiene esa llave se queda en un círculo un poco más alejado del Paraíso. Sin embargo, y a pesar de lo impactante que resulta esto para gente que se crió en un mundo en el que los extranjeros eran una rara anécdota exótica (mi ciudad natal no es lo que se llama un centro turístico de primer orden, aunque se le avecinan grandes cambios), no ha sido éste el mayor desafío de la palabra en los tiempos modernos, sino uno que va ligado a aquello que decía cierto superhéroe (o cierto guionista por su boca): un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Así pues, aquí estamos. Nos han dado el don de la palabra en toda su magnitud. Si antes podíamos hablar, ahora, gracias a sitios como Ociojoven, podemos ser escuchados. Y por mucha gente. Y esto es algo que nos pone en una situación muy distinta.
Cada nuevo escenario implica nuevas reglas de comportamiento, e Internet todavía tiene que determinar unas cuantas. Sin ánimo de jugar a aprendiz de adivino, creo que ya hay algunas cosas que podemos constatar. La primera, y más obvia, es que una chorrada dicha delante de cientos de personas suena todavía más estúpida. Y esto es algo que, aunque a veces dé la sensación de que Internet es un “todo vale”, se irá imponiendo con el paso tiempo.
La segunda es que eso de la manipulación de la información se ve obligado a funcionar a otra escala, y que la tiranía del boca oreja ha venido para quedarse. Lo ocurrido con La brújula dorada puede servir de ejemplo de este nuevo orden: parece que el mayor problema de la película es que la vendieron como un Señor de los Anillos, y no es lo que el público se encontró en la sala. En Un puente hacia Terabithia pasó algo del estilo, y cabe pensar que hubiera sido mejor, y todavía lo será más en el futuro, haber vendido lo que había que vender, porque luego la gente puede opinar con libertad en la red de redes. Y no hay que ser un genio para saber encontrar cualquier cosa que se busque.
Esto es lo que nos lleva a la cuestión primordial: ahora somos nosotros los que tenemos la palabra. Durante años nos hemos quejado de que nos endilgan lo que quieren, de que no podemos competir con las campañas millonarias para promocionar tal libro, o tal disco. Y ahora ha llegado el tiempo de David, de darle la pedrada a Goliath. Y es el momento en el que tenemos que asumir nuestra responsabilidad.
Ahora podemos recomendar, podemos compartir, podemos decir la verdad, o podemos negarla. Podemos fomentar la desinformación o combatirla. Podemos hablar de lo que no sabemos y crear ruido a la ligera, o podemos hablar con franqueza y exponer nuestros puntos de vista con un peso que los respalde, por modesto que, aparentemente, sea. Se ha terminado el tiempo en el que nos quejábamos porque no se promociona el cine nacional, porque cada uno habla de lo que quiere en los foros. Se ha terminado el tiempo en el que nos encasquetaban a Dan Brown, porque se puede reseñar el libro que queramos y nadie nos pone una mordaza. Y el límite no está en cosas tan concretas y pasajeras. La supervivencia de nuestra lengua está en nuestras manos, la evolución de la misma. Quejarse de incultura, si no nos aplicamos el cuento, es baldío. Despotricar sin aportar nuestro grano de arena, farisaico.
Nos han dado el don de la palabra. ¿Sabremos qué hacer con él? Ésta es mi pregunta para el 2008. Ya perdonaréis que la comparta con vosotros.
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Lo único que no me ha gustado del artículo es la dichosa frasecita de Spiderman, que estoy algo cansado de oírla.
Por lo demás a veces pensaría que estudiaste periodismo y no ingeniería, compañero. Aunque es cierto que el lenguaje en sí tiene mucho de ingenieril. El poder de los internautas es grande y el ejemplo que poner de las críticas de cine es acertado. Antes tenías que echar mano de las críticas de "especialistas" o del boca a boca. Ahora puedes consultar Internet para conocer opiniones independientes y desinteresadas sobre cualquier película, libro, etc.