Un relato sobre los insondables misterios abisales de la mano de Patapalo
Alexander Nureyev echó un último vistazo a los amarres de la piedra y a la masa de agua que tenía sobre su cabeza antes de dar tres tirones a su cuerda de seguridad. De inmediato, siguiendo las instrucciones previstas, el navío anclado sobre él comenzó a izar el que, seguramente, sería el mayor descubrimiento de su carrera. Pesada aun dentro del mar, la roca empezó a levitar hacia la embarcación. Minutos después, el propio Nureyev era izado a bordo.
—Buena pesca, muchacho —le dijo el capitán con patente admiración—. ¿Y cuánto dice que le pagará la Sociedad Geográfica por este peñasco?
El joven paleontólogo sonrió mientras se desembarazaba del traje de buzo, pues en realidad le importaba más bien poco cuánto pagara el museo por aquel plesiosauro. Lo que de verdad le interesaba era averiguar qué le había cazado millones de años atrás, porque las marcas de dientes y garras que había adivinado en las profundidades podían llevarle a un descubrimiento más interesante todavía: a una nueva especie.
—Es difícil de decir, capitán. Dependerá del estado en el que lo llevemos a Copenhague y de lo que consiga averiguar estos días. ¿Sabe?, todos los fósiles esconden una historia, y a veces esta es más fascinante que el propio dinosaurio.
El marino lanzó una carcajada y, después de palmearle afectuosamente la espalda, se alejó diciendo:
—Nunca entenderé qué encuentran de interesante en esos huesos viejos; lo único que a mí me interesa de esos monstruos es que ya no habitan estos mares.
El joven no puedo evitar reírse de la ocurrencia. Desde luego, aquellos mares tropicales no serían tan seductores si por sus aguas siguieran buceando los titanes de la prehistoria. Y, sin embargo, en su fuero interno anhelaba echar un vistazo a su época; a través de un grueso cristal, claro, como cuando se sumergía con su buzo, pero verlos en persona. ¿Cómo se comunicarían entre ellos? ¿Cuántas especies quedaban por descubrir? Con la cabeza llena de fantasías, descendió a la bodega en la que habían ancorado la roca. A la luz de la lámpara todavía podría robar algunas horas a la noche.
Para su sorpresa, Babul, el indígena pigmeo que le había llevado hasta esa recóndita bahía, estaba parado frente al fósil. Nunca descendía de la cubierta, ni siquiera a la noche; seguramente le habría superado la curiosidad por ver el hallazgo.
—¿Qué te parece, Babul? —le preguntó al verlo escrutar la roca. En ella se dibujaba perfectamente la silueta del plesiosauro, y, como incisiones en la piel escamada, se veían claras trazas de mordiscos y garras.
─Padres —respondió el indígena señalando aquellas marcas con un extraño regocijo que se le antojo macabro al ruso.
—No, Babul. Si hubieran sido sus padres las marcas serían mucho mayores. Estas han de provenir de un depredador más pequeño, de un metro de altura, más o menos. Un ataque en grupo, posiblemente. Desde luego, no fueron sus padres quienes le dieron muerte.
El indígena le devolvió una sonrisa todavía más amplia que dejó al descubierto sus dientes serrados.
—No sus padres. Nos padres —aclaró señalándose el pecho con el pulgar.
Un fuerte bandazo interrumpió la conversación. La embarcación había chocado con algo, y ahora se oían pasos apresurados en la cubierta. Alexander subió corriendo, dispuesto a echar una mano, y entonces percibió un olor familiar, el mismo que reinaba en la bodega. El olor de las profundidades. El terror le atenazó la garganta cuando vislumbró, cerca del puente de mando, a la primera criatura.
¿Te gusta el ballet, Patapalo?
¿Sabes? Llámame tonto pero no entiendo el final. ¿Con la primera criatura te refieres al pigmeo, al plesiosaurio, a sus padres, a los padres de Babul o a Nessy?
El terror le atenazó la garganta cuando vislumbró, cerca del puente de mando, a la primera criatura.
Aquí si el célebre Nureyev se refiere a criaturas marinas debería ser longitud no altura. A no ser que te refieras al tamaño de la boca del depredador, de ser así queda muy confuso.
—No, Babul. Si hubieran sido sus padres las marcas serían mucho mayores. Estas han de provenir de un depredador más pequeño, de un metro de altura, más o menos. Un ataque en grupo, posiblemente. Desde luego, no fueron sus padres quienes le dieron muerte.
Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.