Vuelve la magia de la literatura
Las cosas buenas vienen en tarros pequeños.
Hay veces en que no nos es suficiente apreciar algo de alguien, sino que necesitamos que esa persona sepa de nuestra impresión. Así, al igual que en otras ocasiones me lo hicieron saber a mí, hoy soy yo quien se lo hace saber a Javi Araguz, creador de El mundo de Komori. Ésa es la razón de estos artículos, líneas intimistas que van cogidas de la mano a cada nueva aventura de su saga.
Tras el bombardeo de consolas, videojuegos y maquinitas, volvió lo de siempre. Y también su autor volvió. Y no porque a su puerta llamara la gente porque en su mente la gente no llama. Volvió con otro libro, con el príncipe de un felino mundo, con otra historia, ni mejor ni peor, sólo otra pincelada de color a la infancia gris que tras soplar las velas sólo halla un ordenador. Volvió como vuelve un azote de la marea, cuando le dio la gana. Volvió cuando la noche reconoció que es su mundo de ilusión el que se canta en las nanas.
Los que hablaron de la cruz de la fábula de Araguz no verán la victoria, los que viven sus historias nunca les ponen final. Ni siquiera punto y seguido. No para quien cruza un sendero tomando a la imaginación de la mano y oyendo sus te quiero en el extravío de no llevar ningún mapa. Quizás, comparándola con la inspiración, la imaginación sea menos guapa, pero el hecho de imaginar es más que estar inspirado, es más que soñar. ¿Qué clase de luz entra cuando se abre una ventana? La infancia de ahora crece frente a un televisor. En esa espera la imaginación se desespera, y llora porque los niños han olvidado los juegos. Ya ni se reúnen bajo una canción.
Pero Javi, amigo mío, al fin has vuelto, no estabas muerto, yo lo decía. Ni se hundió la barquita mía, ni la tuya por supuesto. Navega, amigo, bajo una vela y sobre las mares, esos de libertades, y esos de viejas historias, que lo que nadie dejó escrito, desembocó en tu memoria.
Y volvió...
Y volvió, no porque a su puerta llamara la gente, sino porque en mi mente se grabaron sus letras. Y cualquier poeta que se le acercara a ese oficio y en él se fijara ya vio lo que hay. Sólo amaneceres, sólo estrellas. Sólo narrativa y tragedia, aventuras y comedia. Emoción y llanto, y ni un espanto de bits. Por eso volvió, porque no necesitó ni un ápice de la computadora que devora la creatividad a cada hora.
Y al resto, os digo una cosa para que la aprendáis como yo la aprendí cuando la leí en aquellos días, en aquellos mágicos días... Que para un niño, todo cuanto escribe Araguz está a la sombra y a la luz de la fantasía. En cada nuevo día.
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