Cartas desde la mar III
La mar es la vida, es la alegría para los sensibles a la belleza. Quizás otras cosas sean más importantes, como el arte, la poesía, la filosofía... Pero, antes de todo eso, ya existía el mar.
Sabed, princesa, que esta noche es más oscura que las otras. Sabed que en esta noche es cuando os recuerdo poniendo nerviosas a las mareas más hermosas, y es entonces cuando lamento muchas cosas que no hice. Lamento esas veces que debí haber dicho os quiero y me callé. Lamento las veces que mi corazón no os entregué, y en cambio sin concesiones se lo arrojé al mar. Lamento si a veces os veía de piedra cuando erais de cristal. Perdonadme si a veces os quise a mi lado o si en cambio os quise borrar. Si a veces no quería ni pestañear y otras veces perdí las ganas de veros. Si a veces lloré al miraros a los ojos, o si os oculté mi sonrisa al teneros. Perdonadme si por miedo a encelar a las sirenas no paseamos juntos en la mañana, y perdonadme si, cuando os sentí en mi habitación, entre escalofríos cerré la ventana.
Os confieso más. En esta misiva os revelo que en sueños navego de regreso hasta donde estáis, y también en sueños me pregunto en dónde os habíais escondido todo ese tiempo que quedó atrás... y en qué momento naufragaron mis sentimientos en los desvelos de vuestro mirar. Muchas veces contando estrellas he pensado a cuál habríais desaparecido, que por más que os seguí como mi Norte, nunca encontré mi destino.
A pesar de todo, sé que volveré a buscaros allá donde me esperáis. Con las pocas fuerzas que mantengo, aunque a cada paso que dé me destierre de donde vengo. Tengo que volver a hacerlo, porque nunca me he sentido igual como cuando estuve a vuestro lado. Nunca. Ni arrojando mis versos al mar, ni mis canciones a los cielos estrellados...
Ni tampoco me sentí igual cada tarde cuando se iba el alba, que es cuando la brisa se siente. Ni cuando estaba lejano el reinado de la aurora. Ni cuando como una emperadora conquistó al Poniente, ni cuando su mirada se clavó en mi frente, ni cuando fue generosa o revoltosa, ni cuando fue usurpadora...
Ni cuando fui de pesca siendo mis suspiros a la Luna los aparejos, ni cuando mi reflejo cayó en su red. Ni cuando supe que su luz era un regalo de los dioses que dijeron debe ser así. Ni cuando de ellos esperaba una bendición... ni aún cuando vieron llorando a mi corazón.
¡Ni cuando de bebé en la cuna soñé que la marea me llamaba! Ni tampoco cuando jugaba siguiendo su melodía, porque pronto la nana acababa y se hacía de día...
Ni cuando lloré, reí, gané o perdí, ni tampoco cuando supe que en la arena las lágrimas de sal las podría enterrar con la claridad... Ni cuando dormía el mar aunque sé que en verdad sólo se hacía el dormido, ay. Porque al quererme acercar nunca se llegó a despertar con sus olas ni con sus ruidos.
Princesa, no tuve unas noches jamás... más inolvidables que aquellas en las que os había sentido.
Y aquellas noches se fueron consumiendo en las horas y horas que marcaba el reloj mientras yo poco a poco contemplaba a la Luna tan amarilla y marinera. Así comprendí que a esas noches les sobran sirenas, risas y penas. Les sobra todo, ay... con vos a mi vera.
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