¿El futuro de los juegos de cartas coleccionables?
Llegan los Living Card Games. ¿Supondrán una revolución como en su día fueron los JCC?
Hace unos años llegaron unos nuevos juegos a España. No es que en aquella época tuviéramos el acceso a los productos que existen hoy en día, pero, aun así, era algo nunca visto, realmente nunca visto, y no sólo por nuestros limitados horizontes. El propio concepto de los juegos de cartas coleccionables no existía, y, con la presentación que traían, rápidamente se hicieron un hueco en nuestras aficiones.
Al principio -creo que esto es una cosa que ha cambiado mucho estos últimos años- éramos roleros los que sucumbimos al canto de sirena. Supongo que porque los vendían en las tiendas que frecuentábamos y porque retomaban ambientaciones que nos eran conocidas. Eran, en cierto modo, una forma de explorar nuevas posibilidades en un mismo universo, ayudados por las generalmente formidables ilustraciones que acompañaban las cartas.
El concepto, en realidad, no nos era tan ajeno: eran cartas que se coleccionaban, como los clásicos cromos, las reglas recordaban en cierto modo a los wargames, con unas dinámicas no muy distintas (una vez conseguías abstraerte de la inexistencia del tablero, o más bien de su carácter conceptual) y un trasfondo propio de un juego de rol, es decir, una ventana a mundos nuevos en los que dejar que la imaginación se expandiera a su aire.
El invento, además, tenía sus ventajas: fácilmente transportable, dinámico a la hora de jugar desde el primer momento, evocador y estéticamente agradable... Y las posibilidades parecían muchas, tantas como cartas había (que eran un puñado). Fueron, para mí, los tiempos de Jihad (la versión de cartas de Vampiro: la mascarada), una época con ecos de Magic: The Gathering en otras mesas de juego y de sabor a aventura, a nuevos horizontes, con El mercenario de Segrelles. Y un buen día, me di cuenta de que estaba fuera de juego.
Seguramente por mis propios hábitos de consumo de jugador de rol, que no pensaba en pasarse a comprar novedades, porque el ritmo es otro, llegó un momento en el que me encontré con que esto de los Juegos de Cartas Coleccionables era una máquina siempre hambrienta de más leña. ¡Más madera! Por una lado, proliferaron las colecciones distintas, lo que es muy bueno, y a algunas bien hubiera querido echarles el guante -como a las de La leyenda de los cinco anillos-, pero incluso las que más me atraían, como La llamada de Cthulhu, me tenían un poco asustado: si ya no era capaz de jugar una partida eficaz de Jihad, ¿cómo demonios podía pretender echarme al ruedo de otro juego? Ese el otro lado, el malo, que las expansiones y las cartas salían a tal ritmo que te quedabas obsoleto a no ser que realmente fueran un fan del juego. O, al menos, esa impresión tenía, y como yo, algunos otros.
Al final, como suele pasar, seguí por mi propia vía. Me pillé los mazos que me gustaban más por el tema estético (como los de Harry Potter, que cada uno tiene sus manías) y me resigné a no jugar nunca en los circuitos ajenos a mi casa. Después de todo, se pierde un poco de emoción cuando no estás en igualdad de condiciones, y uno tiene cierto sentido del ridículo. Así que me dediqué a coleccionar cartas, vaya, pero a mi ritmo, sin soñar ponerme a tono y contentándome con la parte que, al fin y al cabo, realmente me gusta: esas soberbias ilustraciones que son regla general y esa ventana abierta a un trasfondo. Vamos, que daba la batalla por perdida con cierta melancolía.
Por eso me he sorprendido gratamente al leer por el foro de Edge que La llamada de Cthulhu ha decidido pasarse a formato Living Card Game, o lo que es lo mismo, a ser un juego en expansión, aportando nuevas cartas (para poder coleccionarlas) pero sin volver locos a los jugadores en una búsqueda que les haga empeñar la casa. Las novedades, a partir de ahora, parece que vendrán en packs fijos, lo que no sólo hará que todos los aficionados puedan disfrutar con todas las cartas, sino que hará que, en las partidas, todos estemos en igualdad de condiciones. De paso, quizás se eviten esos tristes episodios de robos durante campeonatos o intentos de timos entre gente que comparte una misma afición, una forma de ocio.
Francamente, creo que es una buena noticia, y me alegra que ataña a uno de mis juegos preferidos (como concepto, que todavía no he competido en él, ni sé muy bien si lo haré). Me parece muy honesto por parte de la editorial, y más cómodo y razonable para los jugadores de a pie. Después de todo, se trata de juegos -y sería muy raro, por ejemplo, ir a jugar al ajedrez sin álfiles porque no te ha tocado ninguno-. Y, además, incluso las colecciones de cromos podías completarlas escribiendo al fabricante para no quedarte con el álbum a medias (y solían mandártelos sin exigir draconianos rescates).
En cierto modo, parece que nos quedamos con lo mejor del sistema de las cartas coleccionables -un juego que se expande y enriquece, con su buena dosis de estética y jugabilidad- y nos libramos de lo malo: la especulación y las diferencias de oportunidades por suerte o recursos económicos. El tiempo dirá si funciona el invento.
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