Michael Moorcock y el caos
Comentario sobre este autor de fantasía que tanto me ha fascinado con algunas de sus obras y tanto me ha desilusionado con otras
Descubrí a Michael Moorcock a través de un juego de rol ambientado en una de sus sagas: el Stormbringer. El juego en sí daba lo que buscaba, espada y brujería, pero también más cosas, pues era una ventana abierta a un mundo ilimitado -y esta vez no se trata de un eufemismo-. Seducido por la propia ambientación recogida en el juego, por lo comentarios de algunos amigos, y por los elogios -que obviamente cabía esperar- expresados por el equipo que había diseñado el manual del propio juego de rol, abordé finalmente la lectura de las obras de Moorcock.
Ha sido de todo menos una lectura sistemática la que he realizado a lo largo de estos años. Obligado por la irregularidad con la que se había publicado la obra del autor en nuestro país y por mis escasos recursos, he ido saltando de unas novelas a otras sin ningún método. De este modo me he ido leyendo algunas de la saga de Elric de Melniboné sin orden ni concierto, y otras de otras series, del campeón eterno y de “ciencia ficción”, y he ido descubriendo con estupefacción que mi admiración por el concepto escondido tras la historia del príncipe albino no era óbice para constatar la irregularidad de este genio.
¿Por qué llamarlo genio si es tan irregular? Supongo que porque lo valiente no quita lo cortés. Intentaré explicarme. A Michael Moorcock le debemos -en parte, pues estas cosas siempre son difíciles de juzgar- una renovación importante del género de espada y brujería. Cuando los imitadores del Conan de Howard campaban a sus anchas por el mundo literario y el estereotipo del bárbaro parecía haber venido para quedarse obligando a todo el mundo a pasar por el aro del héroe cachas, Moorcock creó al carismático Elric, un emperador hechicero que necesitaba drogas para combatir su debilidad y que malgastaba su herencia en lugar de conseguirse un trono. La tortilla había dado la vuelta y los aficionados redescubrían el placer de encontrarse con un personaje de psicología compleja cuyas acciones son difíciles de prever.
Visto así, puede parecer una simple reacción de extremos, pero el mundo creado por el autor es infinitamente rico, y digo inifinitamente de nuevo porque se le considera el padre del multiuniverso. Esta teoría postularía que existen en paralelo infinidad de dimensiones distintas y únicas que, en ocasiones, se comunican entre sí. Esta posibilidad de viajar entre mundos -donde las propias leyes de la realidad pueden cambiar- es un concepto recurrente en la obra de Moorcock, y brinda posibilidades infinitas en cuanto aventura se refiere.
Curiosamente, a pesar de esta genialidad y la cantidad de recursos que se pueden extraer de este simple concepto, la obra de Moorcock en muchas ocasiones no pasa de ser simple literatura de buenos y malos y unos cuantos bichos raros. Ésa fue la terrible realidad que constaté con La ciudad de las bestias, una obra aburrida y mal hilada donde las haya, aunque, eso sí, breve. Sé que otros tuvieron una impresión similar con la saga de El Bastón Rúnico, donde yo más bien intuí que el autor experimentaba determinados registros, sobre todo en torno al fatalismo y el héroe.
Sea como fuere, creo que la mayor parte de la gente conviene que en su bibliografía conviven obras maestras con otras realmente malas en una amalgama inexplicable. ¿Qué hace que un autor capaz de un ritmo narrativo perfecto, de una imaginación desbordante hasta dejar boquiabierto, sea capaz de perderse en obras de dudoso interés?
No lo sé, y me intriga. Me resulta tan curioso esto como que el autor desaproveche el propio concepto presentado con la idea del Multiuniverso para crear otro paralelo -y aparentemente indisolublemente unido-, en el que se centra todavía más su obra, y que no adolece de un cierto maniqueísmo, por mucho que traiga una vuelta de tuerca adicional; hablo de la lucha entre la Ley y el Caos.
Son conceptos que no se relacionan directamente con el bien ni el mal, sino indirectamente: el exceso de cada uno de ellos es el mal, y su equilibrio, por el que vela, a su manera, la Balanza cósmica, lo bueno. Es una doctrina de polos que no tiene demasiado de extraordinario, y aunque puede tener mucho interés como telón de fondo, creo que palidece absolutamente frente al propio concepto del Multiuniverso. ¿Por qué, entonces, darle prioridad frente a éste?
Me imagino, aunque ni siquiera he leído todas las obras que componen su inmenso currículum, que es algo imposible de esclarecer. La mente de este genio debe ser tan insondable como profunda es su imaginación. Y sea por capricho, por ceguera, o por motivos que se nos escapen a los lectores -a todos o sólo a los menos agudos-, tampoco tiene demasiada importancia. De todas todas, sólo nos queda seguir leyendo sus novelas en busca de esa clave secreta, o quizás hacerlo sólo para disfrutarlas y aprender de las de cal, y de las de arena. No veo qué otra cosa podríamos hacer.
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