Un relato de Mariansp para la vivisección de Calabazas en el Trastero: Creaturas
Había pasado parte de su vida recluido en su palacete dedicándose a su más preciada pasión; la escultura. Su fama como escultor se había difundido por gran parte de Europa y su obra le había recompensado otorgándole una buena posición social y adquisitiva. Como gran amante de la belleza, su destreza con el arte de tallar la piedra, se inspiraba principalmente en las hermosas formas femeninas; mujeres semidesnudas con aire de ninfas y diosas griegas. Sus esculturas adornaban cientos de hermosos jardines de mansiones y palacios de personajes ilustres, y gente de la alta nobleza. En su hogar albergaba una gran colección de obras que había creado con gran amor para sí mismo, inspiradas en la belleza de mujeres que habían despertado su admiración. Pero ahora cegado de amor, Mery se había convertido en su musa, deseaba poder conocer cada rincón de su precioso cuerpo para memorizarlo y recrearlo con su destreza esculpiendo la piedra. Hija de una adinerada familia inglesa, Mery no le entregaría su cuerpo hasta después de convertirse en su esposa, así que había decidido poner fin a su soltería y compartir su vida con una mujer de carne y hueso tras largos años de convivencia con sus mujeres de piedra.
"Mi queridísima Mery, cuanto te añoro. Estoy deseando reunirme contigo, necesito de esa alegría que desprendes, esa juventud que me trasmites y me hace sentir de nuevo como un adolescente. No voy a posponer más mi viaje y en breve viajaré a Inglaterra para hablar con tus padres. Espero acepten nuestro compromiso, pues de ello depende mi felicidad ya que mi corazón te pertenece y no sería capaz de amar a ninguna otra mujer. Sin más me despido Mery, anhelando volverte a ver. Fábio."
La ansiada boda terminó por celebrarse en Inglaterra y tras unos días de descanso junto a su nueva familia política, dichoso de felicidad, Fábio partió hacia su palacete en Sintra, Portugal, acompañado de su amada Mery convertida ya en su querida y jovencísima esposa. Estaba seguro de que despertaría la envidia de sus conocidos en Sintra, tenia pensado organizar una fiesta en el palacete para presentar en sociedad a su recién estrenada esposa, se hallaba ansioso por exhibir a su dulce Mery, tan ansioso como cuando tenia pendiente mostrar por primera vez una de sus esculturas.
Mery se sintió algo mareada, no estaba acostumbrada a las largas travesías. Los brazos de su esposo la rodearon por la cintura con dulzura.
—No te preocupes por mi, estoy bien.— Le susurró a Fábio sonriendo.
Se sentía muy dichosa de haber conocido a Fábio, muchos hombres la habían cortejado, pero ninguno había conseguido conquistar su corazón, quizás porque la madurez de Fábio había destacado ante la juventud de sus demás pretendientes y eso lo había hecho destacar notoriamente ante la inmadurez de quienes la cortejaban. A su lado se sentía protegida, seguramente porque bajo sus formas de mujer todavía habitaba una dulce niña que anhelaba un cariño protector y él sabia tratarla con mimo y dulzura.
Admiró deslumbrado su belleza bajo la puesta de sol en alta mar. Sus manos se aferraban a su estrecha cintura enfundada al corsé de un elegante vestido de sedas naturales. Lucia esplendida envuelta en sus ropas, pero se moría por acariciar su piel desnuda. Imaginaba sus manos tallando sus formas, acariciando con delicadeza sus curvas..., la poseería con mucho amor, grabando en su memoria cada centímetro de su cuerpo para poder recrearlo después. Todas sus esculturas habían sido creadas con amor, todas habían sido sus niñas, pero la pasión que le inspiraba Mery le llevaría a la creación de su más preciada obra. Ella no solo poseía la perfección de un cuerpo femenino, sino que también era poseedora de la inocencia de una niña.
El lujoso palacete de Fábio, ubicado en el mismísimo corazón de un espeso y sombrío bosque vestido de un paisaje otoñal, se alzó ante los ojos de Mery. Las puertas de hierro forjado se abrieron para el carruaje.
—Espero que sea de tu agrado.—Fábio tomó de la mano a su esposa y la ayudó a abandonar el coche.
—Mientras tu estés a mi lado cualquier cosa será de mi agrado.— Le respondió Mery.
La sobriedad del lugar se vio pintada de color al paso de la dulce Mery, que admiraba su nuevo hogar con timidez y curiosidad. El servicio no tardó en recibirles con halagos y se hizo cargo de los enseres que portaban.
—¡Ven, te lo mostraré todo!.—Exclamó deseoso de mostrar su nuevo hogar a su amada. Ella se contagió del entusiasmo que Fábio desprendía, se dejó arrastrar de la mano por los lúgubres pasillos del palacete sin dejar de sonreír, pero siendo consciente de estar percibiendo una extraña sensación que le despertaba temor. A pesar de reír mostrando entusiasmo sabia que temería vagar sola por los sombríos pasillos del que iba a ser su hogar. Aquel lugar le provocaba estremecimientos y no había hecho más que llegar. Frisos, columnas y numerosas estatuas de mármol..., producía una sensación de lugar encantado, como el de los cuentos que en alguna ocasión su prima Diana le había leído para asustarla. Intentó apartar aquellos pensamientos de su cabeza e ignorar las sensaciones que estaba experimentando, siguió mostrándose entusiasmada ante Fábio y logró camuflar sus verdaderas inquietudes ante su esposo, hasta que la llevó al jardín. Mery se sintió intimidada por la cantidad de esculturas de hermosas mujeres, que allí entre la vegetación, parecían observarla. Acompañando la brisa otoñal que agitó algunos mechones de su cabello, un susurró llegó hasta sus oídos.
―Vete de aquí... ―Le pareció claramente escuchar.
―¿Qué te ocurre Mery?.―Se apresuró a preguntarle su esposo al percibir que de pronto la sonrisa de sus labios se había borrado de manera repentina.
Mery dirigió su mirada a una de las mujeres de piedra, era muy hermosa y sus voluptuosas formas estaban tan bien esculpidas que la estatua parecía poseer vida propia.
—Nada..., solo que me pareció escuchar una voz...
—Habrá sido el viento. Será mejor que entremos dentro, hace algo de frío. Te mostraré mañana el jardín, cuando las horas de sol hagan más agradable el paseo, no vaya a ser que te resfríes y tengamos que posponer la fiesta que he preparado en tu honor. — Fábio la cubrió con su abrigo y después besó delicadamente sus labios, a Mery le pareció percibir de reojo como la escultura cambiaba de expresión, pero antes de poder cerciorarse de ello, su esposo, la tomó en sus brazos y la condujo de nuevo al interior del palacete.
Aquella noche Mery finalmente se entregó a Fábio, pero solo pudo entregarle su cuerpo, su mente anduvo ausente durante todo el acto. Mientras Fábio la acariciaba con pasión, ella se mantuvo tumbada inerte sobre el lecho matrimonial observando su alrededor, sombras deambulaban por el dormitorio poseyendo forma humana, en cada rincón de aquella estancia parecían camuflarse presencias que los observaban con recelo. Se mantuvo intranquila en todo momento, pero su esposo cegado de deseo, no percibió la incomodidad que la perturbaba, y ella, temerosa de romper la magia de aquel momento, no quiso alertarlo de algo que quizás no fuese más que obra de su propia imaginación.
Fábio se deleitó memorizando las formas de aquel hermoso cuerpo con su tacto. Cada curva del cuerpo de su esposa iba siendo grabada en su mente, después la recrearía en la piedra. Imaginaba el placer que le proporcionaría volver a acariciar aquellas formas talladas en el frío mármol, la suavidad de la piedra superaría a la tersura de la piel, su Mery de roca rebosaría casi más belleza que la de carne y hueso.
Mery fue presentada por su esposo en sociedad, como él mismo auguró, todas sus amistades se rindieron a elogiar los encantos de su joven y dulce esposa, se sintió muy orgulloso de haber conquistado el corazón de una mujer tan sumamente bella y tierna. Mery le pertenecía y habiendo ya gravado sus formas en su memoria artística, crearía a su Mery de piedra, y la belleza de Mery sería inmortal, perduraría por siempre para ser admirada por todos.
Siempre sensación de frío en aquel lugar, Mery tuvo que dejar de lucir sus elegantes vestidos y ataviarse de prendas mucho más abrigadas con las cuales ya no lucia tan esplendorosa. Ansiaba que llegara la primavera, aunque comenzó a pensar que el frío solo la asaltaba a ella, pues las sirvientas y su esposo no parecían percibir ese frío que a ella la importunaba a cualquier hora del día. Los altos techos afirmaban aquella sensación de desapacible frío que sufría dentro del hogar. El jardín al mediodía se bañaba de rallos de sol, pero si allí salía para aliviar su frío, se sentía amenazada por algo más gélido que el helor; las miradas de las mujeres de piedra...
Fábio se ausentó unos días, ansiaba conseguir la mejor roca para comenzar a tallar su obra. Prescindió de que otros realizaran su encargo y quiso personalmente ocuparse de la adquisición de la piedra.
Al cruzar de una estancia a otra, el eco de los pasos resonaba por todo el palacete, siempre sumido en un silencio de abandono, las sombras iban y venían bagando a su antojo por los pasillos, sombras que a Mery le parecían humanas y le causaban gran temor y sobresalto. Intentaba encontrar explicación a ese tipo de visiones que la atormentaban y había llegado a comentarlo con su esposo antes de que partiera de viaje, este le había alentado haciendo referencia a su desbordante fantasía, asegurando que las siluetas humanas que creía ver, no eran más que las sombras de las ramas de los árboles que se agitaban por el viento próximas a los ventanales. Intentó creer en sus palabras, pero también empezó a escuchar susurros, al principio creyó que se trataba del viento colándose por las rendijas, pero si prestaba gran atención a lo que oía, terminaba percibiendo voces femeninas y lamentos. Nunca pensó que así de frío y siniestro sería su nido de amor, siempre se había imaginado felizmente casada y enamorada de su hogar, pero la casa de Fábio le producía desasosiego.
Regresó de su viaje pletórico de alegría, según él, había conseguido la mejor materia prima para realizar su obra. Encontró a su dulce Mery bastante decaída y la tomó en sus brazos entusiasmado zarandeándola como a una niña.
—¡Mi amor, ya estoy de regreso y quiero verte sonreír!.
Ella dejó que se dibujase una media sonrisa en su rostro.
—¡Eso está mejor!. Esta noche te llevare a cenar a la ciudad.
Mery se mostró entusiasmada, había pasado demasiados días encerrada y deseaba despejarse. Los dos se fundieron en un apasionado beso y disfrutaron de una romántica velada fuera del hogar.
En los días sucesivos, Fábio se concentró en el comienzo de su nueva obra, pasaba largas horas del día encerrado en su estudio, dedicando la mayor parte del tiempo a su escultura. Mery vagaba medio ausente por los largos pasillos del sombrío hogar, su nido de amor parecía haberse convertido en su cárcel, las sirvientas que estaban al tanto de todo, no le dejaban labor ninguna que realizar y las horas ociosas se le hacían eternas. Sumida en un aburrimiento extremo, dedicaba su atención a los extraños fenómenos que cada vez percibía con mayor intensidad. Llegó a la conclusión de que no era la casa la que le producía esa inquietud que sentía, estaba segura de que el problema eran esas esculturas, parecían poseer vida y hasta llegaba a encontrarlas en lugares en los cuales había jurado que no habían estado nunca. Las estatuas cambiaban de lugar, pero no se atrevió a mencionárselo a nadie, temió que se pusiera en duda su cordura y prefirió guardar estas sospechas para sí.
Su languidez comenzó a hacerse de evidenciar, en las semanas posteriores su perdida de peso fue advertida por su esposo y de inmediato ordenó al servicio que se esmeraran con gran dedicación en preparar los mejores manjares para su esposa, pero Mery pareció estar perdiendo el apetito y Fábio empezó a preocuparse. Las fiebres no tardaron en aparecer y con ellas los primeros delirios. Fábio se sentó junto a ella en la cama, donde permanecía convaleciente y con gran cariño la estrechó entre sus brazos, ella estalló en llanto deseosa de compartir su sufrimiento y no guardar más para sí lo que estaba viviendo en silencio.
—Las esculturas..., son las esculturas..., ellas no me quieren aquí...
Preocupado por su estado, pensó llamar al mejor médico de Sintra por la mañana. Secó sus lagrimas y selló sus labios con un cariñoso beso, después se tumbó en la cama junto a ella y se aferró a su cálido y delgado cuerpo de muñeca. Aun enferma lucia hermosa, ahora su palidez se asemejaba a la del mármol y aquello le resultó muy atrayente, si cesaba la fiebre y su cuerpo enfriaba, estaría más cerca de asemejarse a la piedra que él tanto amaba.
Entrada la noche, el sueño de Mery se interrumpió, al abrir sus ojos, se encontró con que el lecho matrimonial, en el cual yacía junto a su esposo, se hallaba rodeado de estatuas de piedra que los observaban camuflándose en el crepúsculo nocturno. Su grito irrumpió el silencio sepulcral que reinaba en el palacete. Al despertar su esposo sobresaltado, las esculturas se desvanecieron deslizándose como sombras por los rincones del dormitorio conyugal.
El médico hizo apto de presencia en cuanto recibió aviso de Fábio. Mery se incorporó en su lecho ayudada por su esposo.
—Doctor ¿qué mal afecta a mi esposa?. — Le preguntó Fábio mostrando preocupación.
Tras reconocerla, el médico no encontró origen grave que pudiera causar a la joven ningún mal mayor, solo pudo diagnosticar un simple resfriado, aunque no terminaba de comprender porque la joven parecía sufrir momentos de delirio sin que sus fiebres fueran excesivamente elevadas, al no ser que se tratara de los primeros síntomas de una enfermedad mental. Terminó por recomendarle reposo y tras las confesiones que le susurró la chica al oído, abandonó el palacete observando con respeto las esculturas que encontró a su paso.
Fábio continuó con su trabajo mientras su esposa se hallaba convaleciente, su escultura iba adquiriendo forma, mientras Mery no parecía mostrar señales de mejoría alguna, por lo contrario, cada vez se sentía más débil y su deterioro físico iba aumentando. Su Mery de piedra lucia esplendorosa, mientras su Mery de carne y hueso se iba consumiendo...
Al no encontrar a Fábio en su lecho, sacó fuerzas de donde pudo y se aferró a un hilo de mejoría que le acompañó aquella madrugada. Se levantó de la cama y sin librarse del acoso de las voces que le acompañaban, anduvo casi sin fuerzas recorriéndose la casa. Mientras buscaba por cada estancia, no solo su sombra la escoltaba, sabia que a sus espaldas, las esculturas que decoraban los pasillos la acompañaban, abandonaban sus pedestales de piedra para importunarla, pero ya estaba harta de temerlas y decidió ignorarlas. Tras recorrer todas las alcobas, decidió buscarlo en su estudio y quedó presa de asombro al encontrar a su esposo abrazado a su Mery de piedra.
—¡Mery!.—Exclamó ante la sorpresa de la inesperada aparición de su esposa.— ¿Qué haces levantada?
Mery se mostró desconcertada, se impresionó al admirar ante sí la escultura creada a su semejanza, era una copia de ella perfecta, tan inmejorable era su realismo que la asustaba.
—¿Por qué la abrazas a ella y no a mi?.— Su temor fue superado por celos.
—No seas tonta, no la abrazaba, ultimaba detalles, todavía no está terminada.
El malestar de Mery se reveló y cayó sin fuerzas al suelo, Fábio corrió a socorrerla y la tomó en sus brazos.
—No la termines Fábio, no sigas trabajando en ella, me está matando...— Le suplicó antes de desfallecer en sus brazos.
Fábio miró su escultura portando a su dulce esposa desfallecida en brazos, ¿debía elegir entonces...?. Su Mery de carne y hueso se estaba apagando, mientras su Mery de piedra brillaba con todo su esplendor. No podía ser cierto que su arte tallando la piedra, robase la esencia de su inspiración, había llegado a sospechar de ello, pero resultaba descabellado e irracional, cosa de superchería propia de personas incultas y supersticiosas. Por lo tanto no podía creer en algo así y aun sospechando de que aquello pudiera ser posible, él amaba su arte, no podía renunciar a ello, así que concluyó por echar un velo sobre sus sospechas y decidió continuar con su obra.
Mery continuó debilitándose postrada sobre su lecho, mientras su esposo esculpía en la piedra sus últimos días de vida, a su vera, la única compañía que la velaba al pie de la cama, eran las esculturas de Fábio. Ellas conocían la verdad, el mismo desdichado destino habían encontrado y en sus últimos momentos de vida, a Mery, le pareció ver lagrimas de piedra dibujar senderos por los pálidos rostros de las mujeres de roca.
Nada más enviudar, Fábio lloró desconsolado abrazado a su Mery de mármol, se juró dejar por siempre la escultura, pero la pena y el sentimiento de culpabilidad desaparecieron cuando en su camino se cruzó Isabela, entonces surgieron sus ansiados deseos de tallar su belleza en la piedra.
Enhorabuena por tu relato Mariansp. Me ha gustado, es un relato muy "clasico". Quiero decir que me ha recordado mucho el ambiente romantico de un relato decimononico. De hecho en ocasiones me ha venido a la mente "El beso" de Bécquer con esas referencias a la sensualidad de las estatuas. Tambien me he acordado de Quiroga y "El almohadon de plumas " ante la aparentemente inexplicable enfermedad de la joven. Claro que en este caso la enfermedad respondia a causas sobrenaturales.
Quiza a alguin le pueda resultar demasaido clasicista y busque una historia más actual pero a mi me gusta volver a las clasicas Gosth Stories de vez en cuendo. El género de terror no se entiende sin ellas.
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