Capítulo V: El asesino

Imagen de Gandalf

Quinta entrega de Elvián en Las intrigas de la corte

Gelian pertenecía a la Guardia Real. Era su guerrero más poderoso y dominaba toda clase de técnicas de lucha. Tenía un nivel de combate cercano a Elvián, aunque en algunos aspectos era superior a él. Pero Gelian tenía una profesión oculta, sólo conocida por aquéllos a los que prestaba sus servicios, entre los que se contaban Fleck y Zelius. Cuando realizaba uno de sus encargos, su cara alegre cambiaba por completo. Eso sólo era una máscara para engañar al Rey, a Astral y demás miembros de la corte. En esos momentos, todo el que se cruzaba en su camino sólo veía una cosa en sus ojos verdes: muerte, y ya no vivirían para contarlo.

 

Porque Gelian era una asesino. Se había dedicado a este oficio años atrás, antes ingresar en la Guardia Real por su gran potencial de combate y su habilidad para infiltrarse en cualquier lugar sin ser descubierto. A cuenta de esto, había adquirido una pequeña fortuna personal que se iba acrecentando con el tiempo. Sin embargo, no se dedicaba a matar sólo por dinero.

 

A decir verdad, a Gelian le encantaba matar. Le entusiasmaba el tacto de la sangre de sus víctimas cuando se derramaba sobre sus manos. Manejaba espléndidamente su vieja espada mágica, un acero capaz de atravesar cualquier armadura, incluso las de Mithril, si conseguía golpear con la suficiente fuerza. Además, le gustaba juguetear y hacer sufrir a sus víctimas antes de darles el fatídico golpe que acabaría con sus vidas.

 

Un oscuro día de otoño, Gelian recibió de su mensajero y socio Mork una carta personal de Zelius. El asesino leyó el mensaje del aprendiz de Mago y suspiró. Al parecer, él y Fleck querían reunirse con el homicida, pues tenían un encargo. Mork esperó las órdenes de su socio, que había empezado a escribir una respuesta a la carta, donde le indicaba que él y el hermano de Elvián deberían esperarles en las caballerizas, a media noche. Mork recogió el escrito que le entregaba su asociado y salió corriendo de la estancia.

 

-Una víctima más -dijo Gelian, sonriendo con malicia. Ésa sería su muerte número quinientos.

 

El tiempo pasó inexorablemente y llegó la hora de la reunión. Zelius, que ya había recuperado su apariencia humana, y Fleck hacía tiempo que habían llegado. A esa hora, las caballerizas estaban completamente vacías y todos los caballos estaban dormidos. Diez minutos después de medianoche, llegó Gelian. Iba embozado en un traje completamente negro. La capa que colgaba de su espalda le llegaba a los tobillos y tenía la cara tapada por una capucha, revelando únicamente sus ojos asesinos.

 

-Te has retrasado un poco -comentó Zelius, acercándose.

 

-¿Estás seguro de que no os han seguido? -preguntó Gelian con voz grave, ignorando al aprendiz de Mago.

 

-Seguro -dijo Zelius-, y, ¿estás seguro de que no te han seguido a ti?

 

Gelian miró irritado a su interlocutor, pero pronto desvió la mirada. De todos los hombres que había conocido, el aprendiz de Mago era el único que le intimidaba. Sus ojos revelaban una gran maldad, y no había que olvidar que, aunque todavía era un aprendiz, ya dominaba algunos hechizos poderosos.

 

-Menos tonterías y al grano -graznó el asesino, intentando mostrarse sereno-, ¿cuál es el encargo?

 

-No quiero decirlo aquí -intervino Fleck-. Ese caballo, Trueno, podría oírnos.

 

-¿Y qué? -repuso Gelian-. Tú mismo lo has dicho, Fleck, es sólo un maldito caballo.

 

-No es un simple caballo -dijo Zelius-. Es el caballo del príncipe Elvián, y dicen las malas lenguas que puede comunicarse con él.

 

El asesino miró detenidamente a los dos hombres y sonrió.

 

-Vale, de acuerdo -accedió-. Supongamos que eso es verdad. Acaso, ¿no veis que todos los caballos duermen?

 

Sin embargo, Fleck se seguía sintiendo intranquilo en el lugar, por lo que Gelian suspiró irritado y aceptó la condición del infante. Así pues, el asesino guió a sus dos clientes por oscuros callejones. En más de una ocasión fueron obligados a detenerse por la presencia de algún soldado de la Guardia Real que patrullaba la zona, momento en el cual Gelian llevaba su mano a la empuñadura de su espada mágica. Cuando veía que el guarda se alejaba, su mano se relajaba, aunque tampoco le importaba verse forzado a matar a uno de ellos.

 

Y así, sin ser vistos, llegaron a un tenebroso y sombrío lugar que inquietaba a Fleck y a Zelius, pero no al asesino. Había pasado demasiadas horas en aquel sitio como para asustarse. Era tan lóbrego el paraje que Gelian, vestido como estaba en su traje negro, era apenas visible para sus dos clientes. El asesino se acercó al aprendiz de Mago y al príncipe y les dijo:

 

-Bien, ¿estáis de acuerdo con este sitio?

 

-Es perfecto -respondió Zelius-. Apartado y solitario. Desde luego sabes escoger bien tus escondites.

 

-Menos cháchara -gruñó Gelian-, ¿cuál es el encargo?

 

Zelius sonrió con malicia y dejó acercarse a su joven acompañante, que miraba directamente al asesino.

 

-Algo muy malo -respondió Fleck, sonriendo al igual que el aprendiz de Mago-. Quiero que mates a mi padre, el Rey Brath.

 

Gelian miró sorprendido al príncipe. Al cabo de un rato, el asesino sonrió. Nunca había pensado que su joven cliente pudiese llegar a ser tan malvado, y eso le gustaba en la gente. Fleck le acompañó en su sonrisa y se miraron ambos, compartiendo ese momento de maldad.

 

-Vaya -murmuró Gelian-. Veo que tienes más maldad en tu interior de lo que esperaba. ¿Estás seguro de que quieres que lo haga?

 

-Sí -respondió el infante-. Quiero el trono, y lo quiero ahora.

 

El asesino meditó durante unos instantes y, de repente, alzó los ojos antes de decir:

 

-Está bien, lo haré.

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