La maldición de Hela
Reseña del cómic clásico de Thor obra de Walt Simonson y Sal Buscema
Nunca me han gustado los superhéroes excesivamente poderosos. Seguramente por eso, Thor, al igual que Supermán, me generaban una especie de pereza previa a la lectura que me ha tenido alejado de sus cabeceras individuales. El primero, no obstante, tenía varios puntos a favor: su origen mitológico (delicado por la reinterpretaciones y libertades que se tomaban los guionistas, sí, pero que suscitaba mi interés), sus apariciones en Los Vengadores y su estética, en particular el uso de Mjolnir. Supongo que es por ello que, con treinta años de retraso, he terminado por darle una oportunidad.
La maldición de Hela ha sido el volumen elegido más por casualidad que por otra cosa. Lo abordé sin demasiadas expectativas y, poco a poco, me ha ido enganchando hasta suscitarme un nuevo interés por las historias de superhéroes. Reconozco que no soy un fan de las reelaboraciones mitológicas contemporáneas; supongo que tengo una vena muy clásica. Pero el guión de Walt Simonson iba cuajándose de elementos artúricos y míticos escandinavos, engarzados con tanta naturalidad con el trasfondo de superhéroe sesentero, de una tan manera irresistible que aquí estamos hablando de él.
La sensación de nostalgia, incertidumbre e interés crecía gracias, así mismo, todo hay que decirlo, a los lápices de Sal Buscema, algo que cabía imaginar en un fan de Conan el bárbaro, donde echó un cable en más de una ocasión a la sombra de su hermano. Casi me atrevería a decir que se estableció una estética común en esas revisitaciones de espada y brujería del mundo de los superhéroes y la mitología, un modo de plasmar las armaduras, los monstruos y los escenarios que está impregnado de la psicodelia de la época de una manera insoslayable y difícil de explicar.
El punto que se me ha atragantado un poco han sido las constantes referencias a otros títulos y episodios. Para bien y para mal, Marvel se convirtió en un megaverso interconectado donde unas series intentaban tirar de otras y hacerse publicidad cruzada. La propia historia de La maldición de Hela viene de cómics anteriores, pero tampoco hacía falta remitirse continuamente a eventos fuera de cuadro. En perspectiva, es algo que daña a la obra como elemento individual, aunque sin duda debió de funcionar en su momento.
Por otro lado, hay joyas ocultas, precisamente, dentro de la maraña. En particular, cuando Thor se enfrenta a la serpiente del fin del mundo, nos encontramos ante un cómic de gran calado. Su impacto debió de ser mayor al aparecer como entrega separada dentro de la serie, pero aun a día de hoy es innegable su fuerza y el ingenio de haber mantenido el ritmo de una viñeta por página en todo su desarrollo. Visualmente es grandioso y, además, resulta difícil imaginar cómo se podría haber generado más épica para un episodio que la exigía a pleno pulmón. Es toda una lección de ritmo narrativo.
En cuanto a la visión global, La maldición de Hela es en conjunto una historia ingeniosa dedicada, precisamente, a buscar la tensión argumental con un personaje que, a priori, debería ser invulnerable, una narración del camino del héroe canónica y, al mismo tiempo, muy ingeniosa. La estética suscita nostalgia y el efecto general es remarcable. Un cómic que merece la pena, en definitiva, sacar del baúl de los recuerdos.
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