La espada salvaje de Conan: El Devorador de Almas
Reseña del trigésimo primer tomo de la reedición de Planeta DeAgostini
Este es un volumen que nos muestra una etapa de madurez dentro de la colección. Sin llegar a cotas extraordinarias en la realización o brindarnos grandes sorpresas, las historias están muy bien construidas y ejecutadas y plasman bien lo que llegó a ser la serie, más adulta en sus argumentos y lo que implicaba el trasfondo.
Arrancamos con El Devorador de Almas, una historia de Michael Fleisher que nos introduce a este carismático demonio capaz de convertir en gusanos la esencia anímica de las personas para, así, devorarla. La trama es sencilla: un monarca recurre a la hechicería para acrecentar su poder sin tener en cuenta el precio que hay que pagar por estas cosas. Frente a él, Conan aparece como adversario inesperado y bien capaz de hacer frente a la peor hechicería gracias a su habilidad como ladrón o sus proezas de guerrero. La ejecución, bien medida, queda sobre todo bien adornada por detalles que, por extensión, no terminan de ser explotados, como el de las guardaespaldas juramentadas del rey o la presencia del propio Devorador, pero que crean en cualquier caso una atmósfera de lo más sugerente y que está realzada por la habilidad a los lápices de John Buscema y Néstor Redondo.
La segunda historia larga, El bosque de los demonios, sigue en esta dinámica y genera una sensación de agradable continuidad. En esta ocasión, el guión de Michael Fleisher incide en las intrigas palaciegas entre un matrimonio roto y separado en dos reinos, en las que Conan caerá en medio causando un gran impacto, cómo no, en las féminas reales. El bosque en sí es algo accesorio, aunque brinde las escenas de acción, y aquí la trama viene salpimentada, principalmente, por el aspecto erótico sugerido de la reina, la princesa y las sirvientes, un filón que se explota cada vez más claramente. Como no podía ser de otra forma, la historia (sentimental) termina en drama y el cimerio, en fuga. Es interesante como, en cierto modo, este se convierte en un personaje intermedio más que propiamente protagonista. En el apartado gráfico, John Buscema y Pablo Marcos demuestran una vez más su calidad, sello de la colección.
De aquí pasamos a dos historias cortas. La bestia es una historia ingeniosa de Jim Owsley que nos presenta el lado más bribón del cimerio, que se dedica a ir de pueblo en pueblo enfrentándose a una bestia sanguinaria... o algo parecido. El dibujo de Gary Kwapisz no es particularmente memorable, pero se compensa con una narración simpática y eficaz que, al mismo tiempo, resulta original.
La segunda, La cadena, que cuenta con guión de Jim Owsley y dibujo de Val Mayerik, es tan breve como eficaz: el cimerio arranca en prisión pero empecinado en cumplir con su obligación como guardaespaldas de un monarca. Así, deberá escapar de la mazmorra y desvelar el complot contra este, algo que logra en tan solo un puñado de páginas gracias a un guión muy bien medido.
Con estos elementos, La espada salvaje de Conan: El Devorador de Almas es un buen volumen para disfrutar de un buen puñado de historias de espada y brujería realizadas con buena mano y, a estas alturas, mucha experiencia.
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