Cómo fabricar un campo para Brutal Ball
En pasos sencillos, con cartón pluma, cuchilla, espátula y cola.
Como gran aficionado al Blood Bowl, y habiendo pasado mi bautismo de fuego en un campo de astrogranito, soñaba desde hacía tiempo con fabricar un terreno de juego con una apariencia similar para la nueva edición del juego. No ha sido, sin embargo, hasta que ha llegado la puesta de largo del Brutal Ball —mi particular aportación al mundo de los deportes brutales, sobre la que podéis leer más en el blog— que me he animado a abordar el proyecto.
Lo primero, hay que confesar que algo así no es tan faraónico como pudiera parecer a simple vista. De hecho, lleva mucho menos tiempo del que había pensado. Tampoco los materiales son particularmente caros —las dos planchas de cartón pluma no deberían costar ni diez euros, y eso es todo— ni difícil obtener resultados aceptables.
Lo segundo, en el artículo veréis las dimensiones para Brutal Ball, pero, obviamente, no cuesta nada cambiarlas para adaptarlas a cualquier tipo de juego o escenario similar según las necesidades de cada uno.
Empecemos por el principio: el tablero base. La elección del color negro, que es un poco más caro que el blanco, fue pragmática: la textura de piedra gris, al menos en una primera aproximación, me salía tal cual la quería con este tipo de cartón pluma. Si estáis pensando imprimarlo y/o pintarlo después, el blanco es una buena opción —y más barata—. Tened en cuenta que también hay varios grosores: yo opté por el más grueso que tenían en ese momento en la tienda (medio centímetro, más o menos) por dar más solidez a la placa base, pero todavía los hay más gordos y también más finos.
Las placas de cartón pluma que encontré eran de unos 60 centímetros por 50 centímetros aproximadamente, más que suficiente para mis necesidades. En ella tenía que plasmar un campo octogonal cuyos lados principales, aquellos en los que estaban las porterías, tuvieran 7 casillas de lado.
En la imagen podéis ver el tablero que estuve usando hasta el momento, que no era otra cosa que varias hojas de papel imprimidas con una imagen de arena y piedras y las casillas marcadas pegadas sobre un trozo de cartón (un modo socorrido de tener un tablero de juego, pero algo limitado). Este primer prototipo me sirvió de referencia para las dimensiones.
Para aprovechar al máximo el cartón pluma, tomé los 50 centímetros aproximados como punto de partida y corté, con la ayuda de una regla de metal y la cuchilla de modelismo la franja sobrante. La operación es tan sencilla como parece: solo hace falta una superficie de corte para no cargarse la mesa y cabe señalar que es mejor cortar en varias pasadas, dejando que el filo se deslice, que a fuerza bruta.
Una vez obtenido el cuadrado básico, el siguiente paso es pelar una de sus caras. El cartón pluma tiene ambos lados cubiertos por una lámina de cartulina que se puede separar con relativa facilidad con las propias uñas. Solo hay que tener cuidado, al pelarlo, cuando estiréis, para no partir la lámina (aunque luego, en caso de accidente, se puede pegar con pegamento líquido multiuso normal).
Personalmente, me ayudé del cartón pluma sobrante para no dejar excesivas trazas en la superficie liberada. Hay que tener en cuenta que esta, que tiene una textura aterciopelada, es muy sensible a la presión y al corte: es como una espuma densa muy plástica pero poco elástica (es decir, que se deforma fácilmente pero no vuelve a la posición original).
En la foto, de hecho, se pueden apreciar las marcas que deja el propio apoyo mientras se retira la lámina.
El siguiente paso era realizar la cuadrícula base. Para ello, dividí el lateral en segmentos de igual longitud. En total, en cada lateral hice 20 muescas (hay 21 casillas por banda, de unos 2,4 cm de lado cada una, por lo que son un poco más pequeñas que las peanas estándar de 25 mm, pero suficientes para jugar con comodidad).
Para las marcas utilicé la espátula de madera que se ve en la foto, que es particularmente útil para horadar el cartón pluma. Si no tenéis una espátula de madera (no son caras y vienen bien para modelar plastilina), probad con algún utensilio que no tenga demasiado filo, como el tape de un boli o una pintura roma.
Para hacer la cuadrícula basta con ayudarse de una regla suficientemente larga y evitar apoyarse esta con demasiada fuerza. Los surcos salen con facilidad y no importa que sean un poco irregulares: así da la sensación de que el enlosado del campo es artesanal. De hecho, si vuestra idea es que sea un terreno de juego tosco, podéis empezar ya a darle toques personales, aunque sea guardando unas proporciones.
En una primera pasada, la cuadrícula del terreno de juego queda mucho más regular de lo que cabría esperar, de hecho, y no es una mala idea ir deformando los bordes de algunas losas, redondeando puntas, marcando grietas, haciendo agujeros y hondonadas, etc. Con la espátula es un trabajo sencillo y algo laborioso, pero tampoco lleva demasiado tiempo y los resultados son inmediatos. El nivel de degradación del terreno de juego queda a la elección de cada uno. Yo, personalmente, no lo he deformado demasiado para no caer en los problemas del campo de astrogranito de Blood Bowl, por cuya superficie los balones resbalaban continuamente.
Una vez establecida la cuadrícula, tiré unas líneas diagonales para unir los lados de las paredes con porterías (que tienen 7 casillas de lado, recordemos). Esas marcas servirían para referencia, más adelante, de dónde situar las paredes diagonales de la arena.
Para fabricar estas utilicé igualmente cartón pluma negro, proveniente tanto del resto de la primera placa como de una segunda placa de las mismas características.
Hice de dos tipos. Las primeras, que son aquellas en las que están las porterías, las monté pegando dos rectángulos de unos 7,5 cm de altura y 7 casillas de lado. Estas dimensiones, más que medidas, las pillé comparando directamente el cartón pluma con la cuadrícula y con el tamaño de las miniaturas. Después de todo, más que unos tamaños exactos me interesaba tener un equilibrio entre las distintas partes del terreno de juego y los jugadores.
Para que fueran más resistentes, las pegué conservando entre medio la lámina de cartulina. Luego, tomando como referencia la altura de las miniaturas, abrí con la cuchilla puertas de 3 casillas de ancho. Con un modelo realizado, fue creando las otras paredes.
Seguramente se podrían haber pegado las láminas entre sí sin conservar la cartulina entre medio y el acabado hubiera sido más suave, pero tampoco estoy descontento con el resultado. En cuanto a la apariencia de muro de piedras, la simulé igualmente con la espátula de madera, solo que en vez de hacer un diseño regular, marqué el borde de las rocas a mano alzada, teniendo en cuenta, eso sí, que los arcos de las porterías exigían la existencia de una piedra de toque (esa especie de “cuña” en la parte alta del arco); así era, al menos, cómo se hacían los arcos en la Edad Media. De nuevo, estos detalles quedan al gusto de cada cual. Supongo que algún manitas podrá incluso incluir las runas de los canteros, que seguro que visten mucho. El material es propicio.
Del mismo modo, las paredes radiales las hice tomando como referencia las distancias entre paredes con puerta. Eso sí, estas las hice con una sola lámina de cartón pluma. Son más frágiles y más flexibles pero, al mismo tiempo, están menos expuestas que las otras, por lo que confío que duren.
Como quise aprovechar al máximo la placa de cartón pluma, al ir a montar las porterías me encontré con que no podía pegarlas al campo sin perder terreno de juego y reducir el ancho de la última hilera de casillas. Al final, opté por pegar unos listones de madera (sacados de desmontar un secavajillas de IKEA) a los laterales, que, de paso, dan algo más de solidez al conjunto. Es una pequeña chapucilla que podéis evitar calculando mejor la superficie base o pegando una hilera externa de cartón pluma.
En cualquier caso, con los mismos listones del secadero reforcé la placa base del tablero por debajo del mismo, tanto a lo largo de los lados del cuadrado como en diagonal. Es una buena idea porque, liberado de una de las cartulinas, el cartón pluma tiende a combarse.
La madera, en cualquier caso, se pega muy bien a la cartulina con pegamento líquido multiusos y solo hay que tener cuidado de que los listones tengan el mismo grosor para que el resultado quede estable (no vaya a ser que luego nos cojee). Por otro lado, tampoco conviene dejar muchos espacios sin reforzar para evitar accidentes indeseados, como que miniaturas de mucho peso (como ogros de metal) o jugadores descuidados hagan un agujero sin querer en el terreno de juego.
El siguiente paso, una vez pegadas las paredes con porterías, fue pegar las paredes diagonales. Los extremos de estas los aplané con la ayuda de la propia espátula para que encajasen mejor. En cualquier caso, los pegué tanto por la base como por los laterales. Conviene, eso sí, comprobar que encajan bien en sus respectivos huecos antes de ponerse a pegar, más que nada para poder deformar los cantos pertinentes sin muchas complicaciones y de un modo limpio.
Una vez montado el octógono de la arena, con las ocho paredes ya pegadas, todavía le di algunos retoques. En esta fase no me metí aún con la pintura (mi intención es pintar unos marcadores en los espacios adyacentes a las porterías y quizás unas líneas de área en el propio terreno de juego), sino solo con un poco de atrezo.
En concreto, pegué unas cuantas calaveras así como adornos de los escudos de los Condes Vampiro previamente imprimados para dar unas notas de color —blanco hueso— a las paredes y las porterías. Descarté poner estacas o cualquier otro tipo de accesorio punzante, a pesar de que resulten muy sugerentes, por no complicar el movimiento de las miniaturas dentro de la arena —lo mismo que me ha motivado a no hacer los muros más altos—. Por el contrario, no he renunciado a añadir algunos adornos adicionales, quizás gárgolas, estandartes de los equipos, cascos, cadenas o incluso alguna rata, botella o despojo de algún jugados desahuciado.
Los adornos los he pintado simplemente con gris con la técnica de pincel seco para darles un aspecto pétreo que vaya en consonancia con el resto de la arena. Si incluyo más decoración, seguramente aprovecharé para añadir alguna nota de color.
De momento, el campo ya es funcional y resulta cómodo y estable para las partidas. En la siguiente etapa añadiré unos banquillos hechos con la misma técnica que conecten directamente con el terreno de juego gracias al “escalón” que supone el listón de madera lateral. Igualmente, pintaré los marcadores laterales para tener el juego más centrado.
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