La espada salvaje de Conan: El demonio de las sombras
Reseña del vigésimo octavo volumen de la reedición de Planeta DeAgostini
Tal y como nos lo sugiere la portada, que además corresponde a la historia que da nombre al tomo, arrancamos aquí con una continuación de El templo del ser con doce ojos. Bueno, quizás continuación sea un término excesivo, porque en realidad El demonio de las sombras, que vuelve a contar con un guión de Michael Fleisher y lápices de Alfredo Alcalá, es una excusa más bien para sacar de nuevo a ese enemigo jurado de Conan que es Bor'aqh Sharaq, el pirata baracho mutilado. Está bien, de hecho, que de vez en cuando los guionistas den espacio a los rivales de Conan, para que parezca que pueden hacer algo contra él y dar más interés a sus acciones.
La trama, a pesar de que se desarrolla en dos partes, es bastante sencilla y entronca con la vertiente de horror cósmico que desarrolló Robert E. Howard. El cimerio se encuentra a una (hermosa) joven en apuros y decide ayudarla en un turbio y altruista asunto familiar: han de acompañar a su padre a un templo abandonado donde un demonio de otra dimensión viene cada veinte años a recibir un sacrificio humano a través de un altar gigante puesto al efecto. Uno siempre se pregunta cómo acaba metido el bárbaro en estas cosas, pero la historia discurre bastante bien, con algunos elementos gratuitos (como la aparición de cierta bruja, que junto a los cíclopes apunta a una inspiración mitológica más clásica que la Era Hiboria) y termina de redondear la aparición del baracho. Sin ser una maravilla, es bastante solvente como historia.
Luego nos encontramos Cazadores y cazados (o Cazadores y presas, como lo han traducido), que es una historieta muy corta y sin acreditar, efectiva y sencilla, que nos remite a los viejos mitos de deidades de los bosques. Un interludio simpático que nos retrotrae a la juventun de Conan.
De ahí volvemos a una de demonios: El demonio oscuro de Raba-Than, que de nuevo cuenta con guión de Michael Fleisher pero con Val Mayerik en el apartado gráfico, quien, personalmente, creo que realiza un gran trabajo, llenando muy bien las páginas para crear una atmósfera sugerente. La trama empieza con grandes clásicos (robo en casa de un noble corrupto, secuestro de la bella mujer en apuros, rescate de un reo que acaba siendo amigo / motor de la trama, huida), pero a medida que va acumulando elementos, deja la sensación de cierta gratuidad en algunos episodios, como el duelo sobre la pasarela helada. Por el contrario, algunos episodios captan muy bien el horror cósmico previamente mencionado, así como un clásico del terror fundacional de H.P. Lovecraft al mestizaje, en esta ocasión, interdimensional. Este es a fin de cuentas el hilo conductor que tendremos durante toda la historia, aunque no quede muy claro al comienzo. En ese sentido, hay que alabar el esfuerzo de Fleisher: a pesar de que al final la cosa no cuaja todo lo bien que debiera, había una cierta lógica y ambición en el desarrollo, que además obliga a Conan a tomar un papel de secundario que rara vez tiene la oportunidad de interpretar.
Como cierre, tenemos La hija del rey dios, de nuevo una historia de Michael Fleisher que, a medida que se lee, va dejando claro que no va a concluir en este tomo. De momento, tenemos a Conan embarcado en un rescate en el que todo va yendo todo lo mal que puede ir, con traiciones sin fin y obstáculos e imprevistos por doquier. Parece que fue la tónica también en la edición del número, porque nos encontramos a tres ilustradores en sus páginas: Gil Kane, Danny Bulanadi y Néstor Redondo, que se ajustan bastante bien entre sí para no generar rupturas gráficas, pero que nos brindan unas páginas muy aireadas, sobre todo en comparación al número previo. La trama se reduce, básicamente, a la acción y el combate mientras Conan intenta sobrevivir e imponer su criterio mediante la espada.
Así, en conjunto, La espada salvaje de Conan: El demonio de las sombras queda como un volumen algo irregular. No hay tampoco grandes problemas, ya que todo el equipo es veterano en las historias del bárbaro, pero da la impresión de que, por una cosa u otra, no ha terminado de cuajar todo lo que estaba previsto.
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