La guerra de las galaxias
Sí, vamos a osar reseñar Una nueva esperanza
Y lo vamos a hacer hablando de la última versión, con sus descartes añadidos y los efectos especiales a posteriori, porque, aunque sea una entelequia, un imposible separarse de las sensaciones y recuerdos de infancia, no pasa nada por intentarlo.
Cuando uno aborda una tarea semejante está bombardeado por miles de estímulos ajenos a la película en sí. Podríamos hablar de los evidentes préstamos de Flash Gordon, de qué mueve a un creador a reelaborar su trabajo con nuevas herramientas que no tenía a su disposición (o, simplemente, con la perspectiva de la edad, como hizo Juan Rulfo con Pedro Páramo, que ha ido perdiendo páginas como un árbol en otoño), de si la creación de universo de Star Wars fue casual, premeditada y/o conveniente, de la hipertrofia que ha alcanzado la franquicia... pero tiene algo de injusto. ¿Qué pasa con La guerra de las galaxias como película en sí?
Independientemente del contexto y de la huella que haya dejado, de las anécdotas como ese Episodio IV: Una nueva esperanza, se trata de una magnífica película de acción y aventuras. El motivo es que tiene todos los ingredientes de los géneros populares bien dosificados y combinados entre sí, con un equilibrio sorprendente y agradable que permite tejer un universo coherente dentro de su fantasía.
Los escenarios tienen la apertura de las películas del Oeste, de la última frontera, y nos remiten a las historias de exploradores y tramperos (cambiando aborígenes por alienígenas). Las batallas estelares, con las que se abre y cierra la película, nos remiten tanto a las películas de piratas (con compartimentos secretos y abordajes incluidos) tanto como a los filmes bélicos ambientados en la II Guerra Mundial, con sus encarnizados combates aéreos en cazas monoplaza. Si nos fijamos en los diálogos, tenemos la precisión de la novela negra: pueden ser solemnes, estar cargados de humor, mostrarse cortantes... La magia está en decir mucho con pocas palabras, en dejar entrever más que explicar. También están los duelos, tanto a espada, que nos hacen pensar en leyendas samurái (no en vano, los ecos del kendo están muy presentes), como de pistola, los cuales tienen lugar, cómo no, en una cantina.
No falta el romance, por supuesto, con princesa incluida, y hay, cómo no también, caballeros errantes que pertenecen a órdenes secretas y casi extintas. Hay un apartado para lo sobrenatural y también para la proyección tecnológica, bien sea con droides o con ingenios destructores del tamaño de un planeta. Y sobre todo ello planea una sombra de capa y espada: se franquean precipicios colgados de una cuerda, hay pasarelas, túneles, combates, lances... Y tampoco podían faltar los monstruos, tentaculares para más inri, aunque haya que meterlos en un triturados de basuras de la planta 5. La combinación no es original en sí: cualquier niño se ha montado ensaladas semejantes con sus juguetes en casa si tenía los suficientes a mano, lo bastante imaginación. Lo que marca la diferencia es el encaje entre todos los elementos.
Ahí, a mi parecer, hay dos puntos mágicos. En primer lugar cabe citar el estético. Que no se vean las fisuras a semejante mosaico es algo que tiene que ver, y mucho, con el modo de filmar, con la luz, con la música y el sonido, con lo que se muestra y lo que no y cómo se hace. La guerra de las galaxias abrió un mundo por completo porque no intento mostrar demasiado, sino invitarnos al juego de imaginarlo nosotros. En vez de cerrarlo y concretarlo, lo bendijo con la magia de Las mil y una noches, donde todo, o casi todo, tiene cabida. Es evidente que sus creadores quisieron más ya en su día, y eso explica los añadidos y rescates de las nuevas ediciones. Los cuales, en la primera película, son comprensibles y aceptables.
En segundo lugar, hay que señalar las actuaciones de todo el reparto. El primer paso indispensable para la suspensión de la incredulidad del público era la suspensión de incredulidad de los actores, y estos pasaron la prueba con sobresaliente. Desde el siniestro Grand Moff Tarkin, interpretado por Peter Cushing (todo un icono de otro género popular, el terror), hasta la intrépida princesa Leia (uno de los personajes mejor construidos y carismáticos del género fantástico), encarnada por Carrie Fisher, las actuaciones son impecables. De su mano, podemos seguir sus peripecias sin preguntarnos demasiado a dónde nos llevan, acompañando al joven Skywalker en una revisitación de libro de El camino del héroe que se plantea con un guión redondo.
Con estos elementos, es fácil entender por qué es una cita ineludible para los amantes del género fantástico, de las aventuras en general o, simplemente, del cine. Dicen que la magia del teatro, cuando todo funciona bien, es única: un momento de gloria, de perfección narrativa y emocional irrepetible. En La guerra de las galaxias se alcanzó ese momento de gloria y lo grabaron. Pura magia para los amantes del séptimo arte.
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