Calabazas en el Trastero: Casas embrujadas
Reseña de la antología de la Biblioteca Fosca
Un breve repaso a los relatos incluidos en la antología conmemorativa de la XXIII convocatoria regular de Calabazas en el Trastero: Casas embrujadas.
Casa ocupada, de Javier Vivancos
Escrito con un estilo preciso, el terror se construye tanto desde la ambientación de la casa encantada como en el aislamiento progresivo del protagonista: un comercial inmobiliario sujeto a estrictos protocolos de actuación. Esclavizado al sistema telemático del que depende, éste termina de dar el último empujón al horror extraño e incomprensible de una casa en apariencia ocupada.
Cláusula 21, de Sergio Moreno
La historia del edificio Collins y el mayor experimento sobre fuerzas psíquicas hecho jamás. Escrito con fluidez y buena mano, las emociones están trabajadas en los protagonistas y su tensa relación familiar, pero quedan algo ausentes al abordar la historia de ese edificio encantado, probablemente debido a una narración epistolar sugerente pero resumida. Un buen relato que invita a conocer más sobre el edificio Collins y las pesadillas que terminaron tomando forma en él.
No entres, de Ricardo Cortés Pape
Un viaje onírico a la llamada de sirena que una casa abandonada emite a los transeúntes despistados. Lo onírico da paso a la pesadilla, a los juegos de niños y a la crueldad infantil. Luego solo quedan los restos enterrados en el jardín y las advertencias al próximo incauto que se atreva a cruzar la entrada.
La casa silente, de Daniel Garrido
Un relato con una premisa ingeniosa que juega de forma constante con los tópicos y referencias al tema de la convocatoria. Con un estilo claro y delicado, el autor describe la antítesis de una casa embrujada: una vivienda tranquila y en completo silencio. A través de los pequeños protagonistas se consigue hacer sentir la inquietud que una vivienda normal puede llegar a causar en un mundo totalmente opuesto al nuestro.
Escritores, de Andrés Díaz Sánchez
Un texto que une los clichés del escritor atormentado y que no posee ningún talento para hilar una historia de inspiración, alcohol y patetismo. Escrito con un humor basado en la triste personalidad del protagonista, lo alterna con escenas que sugieren al lector no levantar la mirada del texto para mirar a su espalda. La misma advertencia puede ir dirigida a escritores arrebatados por ataques de inspiración y virtuosismo, claro. Un relato con abundantes figuras retóricas, tan ágil que parece llevarte de la mano hasta el terrible, risible y no menos esperado final.
Trozos, de Jose Alberto Arias
En ocasiones, una casa es tan solo una cáscara vacía y son los muebles los que le dan vida. En Trozos asistimos a un crimen perfecto y salvaje, sustentado en los recuerdos y experiencias acumulados sobre objetos comunes; así, con la repetición de actos viles, es como se forjan las maldiciones. En ocasiones, la casa es una mera espectadora ajena al horror causado entre sus cuatro paredes.
Cuento de hadas con ogro, de Lisardo Suárez
Un relato muy efectivo gracias al punto de vista usado, que condiciona el vocabulario, la forma inocente de razonar y las expectativas de un final feliz. Original en ese planteamiento, a pesar de atisbarse en todo momento la cruda realidad que subyace al cuento, consigue conmover con la revelación final y el cierre abierto.
Rescoldos, de Erica Gómez Gris
Relato brevísimo acerca del descubrimiento de un secreto largo tiempo enterrado. Se despide con una escena final visualmente memorable y por el camino arrastra al lector por las manías que desarrolla la gente mayor, quizá al ver acercarse el momento de saldar cuentas con el pasado. Relato breve pero suficientemente denso como para generar una atmósfera de funesta expectación.
Hotel Carcosa, de Salomé Guadalupe Ingelmo
O de cómo la jubilación provee manos ociosas y despierta recuerdos enterrados. Una narración cuidada, lenta y constante, acunada entre los crujidos de la madera y los gemidos de las tuberías, que ayuda a escarbar tradiciones ocultas entre pared y ladrillo. De nuevo una historia impregnada de una inercia fatalista bajo una certeza ineludible: no hay camino de vuelta de Carcosa.
Cenobia, de Iván Humanes
Al iniciar la lectura de Cenobia se ingiere una muestra de ácido lisérgico. Avanzar por el texto es dar tiempo a que actúe; luego solo queda dar la bienvenida a la psicodelia. El relato brilla en el torrente de imágenes y sensaciones, al unir lascivia y sangre, al dejarnos avistar Cenobia, el altar y el bosque de otro mundo. Trama y personajes son accesorios cuando de lo que se trata es de disfrutar de un buen viaje. Un homenaje al horror insondable recreado por Lovecraft, un buen material para pesadillas inexplicables.
Tentación, de LG Morgan
Podríamos hablar aquí sobre la curiosidad y el gato, sobre los cebos bien colocados y la paciencia que requiere esperar a la presa. De cómo solo hace falta una prohibición específica para garantizar que alguien esté dispuesto a saltársela. Pero lo que planea durante todo el relato es una angustia incómoda; el miedo a perder sustancia, a volverse invisible y desaparecer, solo superado en su final por una eternidad estática y terriblemente consciente.
La casa de los juguetes rotos, de Victor Villanueva Garrido
Relato corto pero durísimo, en especial debido al contraste entre el argumento y el tono en que está contado. No hay mejor lugar que un manicomio para representar un mundo, un auténtico universo aparte; tampoco hay mejor escenario para asistir al destino inevitable de una muchacha enferma.
La casa de plástico, de Javier Lacomba Tamarit
Uno de los relatos más originales de la convocatoria, nos ofrece un protagonista con una natural tendencia al exhibicionismo, una innovadora campaña publicitaria y una historia de venganza sobrenatural. El desenlace trae un horror diferente al vivido en las primeras páginas: las disquisiciones sobre el observador y el poder que tiene sobre la realidad de lo que es observado nos enfrentan al miedo al olvido y, en último lugar, a la incertidumbre de la propia existencia.
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