Homenaje a los pitufos

Imagen de Anne Bonny

Ha pasado ya medio siglo desde la primera aparición de esta creación del artista belga Peyo.

 

De tan presentes que están en nuestra cultura popular, resulta difícil creer que ha pasado medio siglo desde que Peyo creara a los pitufos (schtroumpfs, en el original francés). Pero, efectivamente, cincuenta años han transcurrido desde que estas simpáticas criaturillas hicieran su debut en las páginas de Johan y Pirluit. Fueron apenas cuatro intervenciones estelares en este cómic las que hicieron falta para que el público dejase claro que tenían su favor, y el artista se animase a darles colección propia con el beneplácito de la editorial.

 

Poco a poco, Peyo iría construyendo el universo de los pitufos, y definiendo a los propios personajes, o, al menos, a los principales. Así, los lectores iríamos enterándonos de detalles, como que eran noventa y nueve (al principio de la serie), qué comen, por qué Gargamel se empeña en capturarlos, etc. etc.

 

La ambientación de la serie es medieval, en un reino ficticio de raíces francas, y sin duda Peyo bebe de los cuentos de hadas clásicos para construir el escenario. Las sugerentes casas con forma de seta de los pitufos nos remiten a las ilustraciones clásicas sobre gnomos. El trasfondo de hechicería presente tanto en Papa Pitufo como en su antagonista, el brujo Gargamel, también es una constante de estas historias. El mismo marco histórico medieval entronca con los cuentos más populares, o, al menos, con la visión de los mismo que tenemos actualmente.

 

Las propias historias que nos presenta el artista tienen un gran sabor a cuento popular: encierran una moraleja más o menos aparente, fomentan valores intuitivos para los niños, como la lealtad, la amistad o la prudencia, y siguen una estructura sencilla de planteamiento, nudo y desenlace, con sus pasajes más o menos tensos para llegar al final de la trama. Un elemento onmipresente en esta obra de Peyo es una entrañable amabilidad, que, sin duda, es uno de los elementos que hace que los pitufos se ganen la simpatía de los lectores y que se puedan seguir leyendo las historias tiempo después, dando una pátina atemporal a su sentido del humor.

 

Como era de esperar en una serie de tanto éxito como ésta, han surgido lo que podríamos denominar secuelas, especialmente con el salto del formato cómic al televisivo, que han aportado nuevos personajes y algunas historias adicionales, aun sin llegar a introducir elementos realmente de peso dentro de la creación original. Del mismo modo, la idea de comunidad de pequeñas criaturas simpáticas y extravagantes que dieron a conocer los pitufos (aunque en realidad no sean tan extraños, pues incluso el gorro frigio no es una invención de Peyo, a pesar de que nos resulte poco conocido por estas latitudes) creó escuela, y han surgido imitadores de muy distinto tipo. Quizás los más conocidos sean los astrosniks.

 

Echando la vista atrás, no es extraño que los pitufos sigan ocupando el puesto de honor que ostentan dentro de nuestro recuerdos infantiles (y que seguramente ocuparán en las generaciones venideras: mi bebé ya es un fan de la serie, y pide específicamente tebeos sobre sus aventuras). Las claves serán muchas, pero para mí, en concreto, prima una gracia extraordinaria para extraer de los clásicos cuentos sus elementos más atractivos, en un formato más ágil y con mil pequeñas ventanas al mundo de la imaginación. Porque, ¿quién no hubiera querido echar un vistazo en la choza de Gargamel con calma? ¿Quién sabe cuántos secretos se esconderían en sus estanterías? Quizás Peyo tuviera una idea... o quizás no le hiciera falta. Lo que es innegable es que su legado artístico sigue vivo, y que es un legado que vale más que la piedra filosofal para cuya consecución algún brujo pensó cocinar algún que otro pitufo.

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