¿Tiene género el cómic? ¿Y la historieta?
Uno de los motivos por los que ha podido sacar pecho durante su reciente visita al Salón del Cómic de Barcelona Frank Miller es por el tratamiento que siempre ha dado a las féminas en sus cómics. Es el creador absoluto de Elektra y el autor literario de Martha Washington, dos de las grandes heroínas del cómic norteamericano y su más estrecha colaboradora —además de ex mujer— es la revolucionaria colorista Lynn Varley.
Pero... ¿es eso suficiente? No es responsabilidad de Frank Miller, sin embargo, la cruda realidad es que, en el cómic americano, no hay ni una sola luminaria equivalente a él de su generación que use sujetador.
La última cita de Angulema, quizá el más prestigioso de los eventos entorno al medio, se saldó con una encendida polémica por el hecho de que todos los nombres propuestos para el Gran Premio del acontecimiento fuesen masculinos. Algunos autores renunciaron a ese honor en señal de protesta y, finalmente, los organizadores del acto rectificaron, incluyendo a varias historietistas en su lista de candidatos. La gran Claire Bretécher ya fue galardonada en 1983, pero parece una escasa representación para las cuarenta y tres ediciones del famoso festival.
Si bien hoy día el cómic es un destino laboral atractivo, con posibilidades y cierto reconocimiento, tradicionalmente no ha sido así. Los autores de historieta que han luchado por lograr una mayor repercusión de su trabajo, generalmente, han sido hombres, pese a los esfuerzos de algunas activistas encabezadas por Trina Robbins, empeñada desde hace más de cuarenta años en abrir paso a las autoras en el medio. No obstante, hay conocidas excepciones que han logrado gran repercusión con trabajos netamente femeninos hasta convertirse en figuras incuestionadas. En la Escuela Argentina tenemos a Patricia Breccia; en las tiras de prensa a Maitena; en la historieta de aventuras europea a la madrileña Ana Miralles; en el ámbito alternativo a Julie Doucet; en el primer underground a Roberta Gregory; en la historieta clásica española a Purita Campos; en el extremo más artístico Laura y en el más social Mariane Satrapi; en el manga a Rumiko Takahasi; en la historieta británica a Possy Symonds... Hay muchas más maestras de las viñetas de primera línea, aunque, desde luego, no las suficientes, y los autores, a menudo, no han sabido cómo afrontar el problema.
Guido Crepax, en tiempos, fue acusado de sexista debido al contenido erótico de su serie protagonizada por Valentina, por más que se cansó de repetir que él era un feminista convencido. Ahora, sin embargo, sus dibujos se han convertido en iconos que las jóvenes lucen en camisetas y complementos como celebración de su feminidad.
El pionero del underground Robert Crumb recibió palos de todos los colores por su irrefrenable afición a dibujar culonas... También ha trabajado durante treinta años conjuntamente con su esposa, la dibujante Aline Crumb y recibido cientos de cartas de mujeres entradas en carnes agradeciéndole que haya mitificado los culos gordos.
Acaso tuvo más tino el francés Jacques Tardí, quien ya en los setenta inició su exitosa serie protagonizada por Adele Blanc-Sec, una arisca aventurera que no necesariamente se quita la ropa en cada viñeta.
No tiene nada de extraño que el cómic italiano sea sensual, que el norteamericano marginal sea controvertido o que un personaje francés sea algo misántropo, del mismo modo que no tiene nada de particular que las superheroínas luzcan sus formas embutidas en ropa ajustada, exactamente igual que los superhéroes; los autores de generaciones anteriores, por tanto, no parecen unos machistas recalcitrantes.
El gran problema estaba en la historieta comercial americana de las grandes corporaciones. Si en el resto de manifestaciones del cómic, las jóvenes aspirantes a historietistas tienen pocos modelos en los que verse reflejadas, en el mundo de los superhéroes y similares no había, hasta hace bien poco, absolutamente ninguno. Hay unas cuantas profesionales, pero la mayoría son coloristas o argumentaristas de sus maridos, lo que es casi un demérito para su imagen como autoras autosuficientes. Jill Thompson se abrió paso en la industria mucho antes que su esposo Brian Azzarello, quien presentó su trabajo como guionista de D.K. III durante este Salón junto a Frank Miller. Sin embargo, en los últimos años la exitosa autora se ha centrado en trabajos dirigidos a un público infantil; es algo que perece que va a cambiar con la publicación de su versión del origen de Wonder Woman programada para este verano. Ann Nocenti sustituyó como guionista al propio Miller tras su etapa en Daredevil pero, si bien tuvo cierta aceptación, no ha llegado a convertirse en una figura del medio.
Antes de eso, la creadora de María Tifoidea se encargaba de tareas editoriales, lo que no es nada extraño. En las oficinas de las grandes compañías sí han sido las mujeres quienes han llevado la voz cantante. Françoise Mouly, Diana Schutz, Jo Duffy y Karen Berger son sin duda cuatro de las personas que más han influido en el cambio de contenidos que ha experimentado la industria de la historieta norteamericana en las últimas décadas pero, al parecer, ninguna de ellas reparó en el hecho de que prácticamente todos los que pintaban monas o juntaban letras bajo su dirección editorial eran tíos. El resultado es que, cuando se empezó a generalizar el consumo de historietas, no había prácticamente ninguna (¡ninguna!) gran autora de referencia en el cómic industrial americano que reflejase la sensibilidad femenina y pudiera ponerse de ejemplo a las nuevas lectoras.
Resulta que, últimamente, en la industria se han dado cuenta de que, además de cacao y tampones, las mujeres suelen llevar en el bolso algo de dinero que pueden gastar en tebeos, y de que, por si eso fuera poco, algunas saben escribir y/o dibujar tan bien como pueda llegar a hacerlo cualquier ser humano capaz de orinar de pie. A consecuencia de estos dos factores, han empezado a publicarse las llamadas «coño-series»: obras no solo dibujadas o escritas por mujeres, sino también de tono marcadamente feminista.
La todopoderosa Marvel ha encontrado en G. Willow Wilson a la escritora que buscaba y, aunque su cómic Air: cartas de países perdidos resultaba francamente indigesto, parece que están funcionando razonable bien las franquicias con personajes femeninos de los que ella se hace cargo y su versión de Ms. Marvel incluso ha recibido un Premio Hugo.
Entre las dibujantes más destacadas que se han hecho un sitio en las grandes editoriales norteamericanas están Collen Doran, Pía Guerra, la australiana Nicola Scott o la italiana Sara Pichelli, pero el nada dudoso honor de co-crear y dibujar la más emblemática «coño-serie» de esta hornada corresponde a la gallega Emma Ríos, con Bella Muerte.
Todo el equipo creativo involucrado en este weird western está formado por mujeres; fueron nominadas a cuantos Premios Eisner, era posible y vendieron hasta agotar varias tiradas de decenas de miles de ejemplares. Pretty Deadly parte de una premisa conocida; pero también es algo diferente, femenino y vanguardista en la forma. Los dibujos de Ríos, su sentido de la acción, la composición y el diseño son impresionantes. No lo es menos el desestructurado, atípico y sorprendente guión de Kelly Sue DeConnick, a quien en la Exposición Internacional de Dundrum presentaron exclusivamente por su condición de esposa del, también guionista, Matt Fraction, lo que despertó una airada protesta por parte de los aficionados.
Acaso por este trato, Kelly Sue DeConnick ha concebido su nuevo éxito, Bitch Planet, junto a Valentine De Landro, centrada en una cárcel planetaria para las mujeres disidentes de una distopía patriarcal. Ha causado un gran revuelo, hasta el punto de que algunas aficionadas se han tatuado el emblema del título, identificándose con las ideas expuestas en la obra. Mientras, Emma Ríos edita junto a Brandon Graham la revista Island, en la que ha seriado en solitario I.D., una historieta más experimental. Ríos y DeConnick parecen algo enfadadas, pero no es el tipo de enfado de la parienta poniendo morros que inspiraba los chistes más estúpidos de los viejos humoristas, ni siquiera el de las poetisas despeinadas que aparecen de cuando en cuando en los medios.
Vuelcan en sus páginas un enfado con la situación hasta su llegada, que se traduce en pura energía. Es el tipo de actitud que pide a gritos la historieta comercial americana, la hagan hombres, mujeres o reptilianos hermafroditas. Sus cómics piden como fondo a Alissa White-Gluz rugiendo War eternal, tienen el movimiento de la cámara de Kathryn Bigelow en Días extraños y desafían como la mirada de Miesha Tate antes de entrar en la jaula.
Ellas han llegado. Están ahí, piensan quedarse. Pretenden demostrar hasta qué punto lo merecen y abrir paso para las siguientes. No van a pedir permiso a nadie.
Muy interesante el artículo, compañero. Me llama particularmente la atención Bitch Planet. A ver si me hago con él.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.