Gracias, Soren.
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Relato finalista del I Concurso de relatos negros y cortantes
Subí a mi despacho. Como siempre, dejaba la puerta del recibidor abierta y la luz encendida por si venía algún cliente y le apetecía esperar. No esperaba encontrarme a nadie un viernes por la tarde, pero ahí está el hombre, en medio de la alfombra, pensativo. Vestía un traje de calidad, pero ajado, y la cinta interior del sombrero gastada, quizás por el hábito de hacerlo girar entre los dedos.
—¿Señor Archer?
Asentí y lo hice pasar al interior del despacho, donde sin pedir permiso me quité la americana y me aflojé la corbata. Con la uña del pulgar encendí una cerilla a la primera y sonreí detrás de un telón de humo a aquel hombre que esperaba una invitación para sentarse.
—Usted dirá.
—He perdido a mi hija. Necesito su ayuda para encontrarla, es de vital importancia.
—Tiene razón, una hija no se pierde todos los días. ¿Ha probado a llamar a la policía?
—Dicen que hasta que no pasen unos días no puedo hacer la denuncia.
—¿Cuánto tiempo lleva desaparecida?
—Dos horas.
Me quedé con el cigarro a medio camino de la boca.
—¿Y cómo sabe que no esté de compras o el cine? Es viernes por la tarde.
En el interior de aquel hombre se estaban desencadenando grandes fuerzas que explotaron en un sollozo dramático, con profusión de lágrimas e hipidos.
Me compadecí de él y saqué dos vasos del archivador y la botella de buen whisky de contrabando. Cuando se lo bebió de un trago pareció más calmado.
—Ahora explíquemelo todo desde el principio.
El señor Wade empezó una perorata entrecortada, plagada de detalles anodinos, de la que saqué estos hechos:
Su hija tenía veinticinco años y cursaba estudios de arte dramático con una profesora particular que había tenido cierto éxito en Broadway. Era una chica —aquí no pude evitar poner los ojos en blanco— abnegada y cariñosa, muy decente, a pesar de haber perdido a su madre a tierna edad. Sus miserables vidas —esto es de mi cosecha— discurrían con placentera tranquilidad, hasta ese día, que había llegado a casa y no la había encontrado. La casa estaba desordenada, el armario de la muchacha revuelto y con toda la ropa tirada por el suelo.
Imaginaba al policía que le tomara la primera declaración, armándose de paciencia, cansando ya, a esas horas del viernes, de aguantar a los borrachos que sacaban a patadas de los garitos ilegales. Luego vi al hombrecillo buscando en el listín y quedándose en la A de Archer. Ese era el principal problema de mi apellido, que estaba el primero en la guía, y había pensado en cambiármelo por Spade o Zachary.
El señor Wade me miraba apesadumbrado pero expectante. Si en ese momento le hubiera pedido cien dólares, me los habría ofrecido tan contento y se habría ido pensando en tener a su hija al día siguiente.
—¿Qué le hace pensar que su hija se ha ido de casa o ha sido secuestrada?
—Mi hija me quiere.
—Las mujeres saben fingir. Y su hija se prepara para ser actriz. ¿No cree que está harta de vivir con su padre? Puede que incluso no sea tan recta como usted cree. El mundo de la farándula, ya sabe.
—No le entiendo.
Ahora me tocaba a mí armarme de paciencia. Volví a llenar los vasos, esta vez tres dedos. El señor Wade apuró el suyo al instante, sin paladearlo.
—¿Conoce bien a su hija?
—Por su puesto: es mi hija.
Sabía de antemano su respuesta, por lo que casi al instante ataqué como una Thompson, como sólo los tipos curtidos en esta profesión sabemos:
—¿Ha estado alguna vez enamorada? ¿Tiene novio? ¿Sabe qué hace los viernes por la tarde? ¿Sabe con certeza qué hace cuando no está en casa? ¿Conoce a sus amistades? ¿Cuál diría que es su mejor amiga o amigo? ¿Tiene alguna relación especial con alguno de sus vecinos o familiares cercanos? ¿Sabe su color favorito? ¿Qué cree que haría si le diera cien dólares para que se gastara en cualquier cosa?
El hombre se fue escurriendo en la silla, pegándose a su sombra, y su cara era un campo de batalla asolado por la derrota.
—Ya veo —dije con suavidad, ahora que lo tenía hipnotizado—. Hágase estas preguntas. Dónde iría si no quisiera estar en casa, dónde querría estar si no es con su padre, y qué haría un viernes por la noche.
El hombre balbuceaba y negaba con la cabeza, como un cetáceo de esos que encierran en una piscina gigante y que está obligado a hacer monerías por un puñado de arenques. Le tiré uno para que reaccionara.
—Estoy convencido de que su hija es una buena chica. Pero piense en lo mal que lo ha pasado, sin una madre de guía, sólo con un padre, que es bueno con ella, pero que no comprende sus deseos y no es capaz de hacerlos realidad, quizás por falta de recursos económicos.
Reaccionó, y no bien.
—Oiga, que soy un hombre honrado. Humilde, pero no pobre.
Lo aplaqué con mi mejor sonrisa y traté de ablandarlo con cuatro dedos más de whisky.
—Si mi hija no estuviera en casa, estaría estudiando, con su profesora. Si no quisiera estar conmigo, estaría practicando con la compañía de teatro de aficionados. Si quisiera hacer algo un viernes por la tarde, creo que iría al teatro.
Lo miré como se mira a un cuadro flamenco, de cerca y escrutando los pequeños detalles. En mi caso buscaba un rastro de inteligencia. Poco a poco la chispa se convirtió en una llamita de comprensión.
—Creo que hoy estrenaban Macbeth —dijo por fin.
Me recosté en la silla y contemplé cómo el hombre se levantaba y trataba de sacar la cartera. Se lo impedí y dejé que se marchara cabizbajo.
Sólo esperaba no equivocarme y que la chica estuviera ahora mismo con la boca abierta, sintiendo la emoción de la catarsis.
Otra tarde de viernes.
Gracias, Soren.
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OcioZero · Condiciones de uso
Me parece un relato fantástico por la rapidez y soltura con la que muestra la personalidad de Archer, y me encanta el final, por romper con ese carácter absolutamente certero que se le suele atribuir a los detectives, y que queda genial en el ambiente de la novela negra. Breve e intenso como un café negro.