La espada salvaje de Conan: Los hijos de Jhebbal Sag
Reseña del noveno volumen de la reedición de Planeta DeAgostini
Abre el volumen el poema Cimmeria, un viejo conocido escrito por Roy Thomas e ilustrado por Barry Windsor-Smith. Siempre es un placer releerlo y por su brevedad es difícil que canse. Capta muy bien la sombría naturaleza de las colinas natales del personaje de Robert E. Howard y su tono melancólico cautiva. A mi parecer, es uno de los tributos más emotivos y acertados que le han hecho al cimerio.
Luego ya entramos en harina con Las joyas de Gwahlur, una historia de Roy Thomas (como todas las del volumen) ilustrada por Dick Giordano. Este, sin tener la elegancia de John Buscema, se adapta con acierto a la estética que este ha marcado en la colección y se desenvuelve bastante bien. La historieta en general, sin embargo, es algo caótica. El planteamiento del valle oculto con el oráculo y demás dentro de la ciudad perdida devorada por la jungla es muy sugerente, pero luego la puesta en escena resulta algo confusa. Los personajes van y vienen pero sin que la sensación de suspense se imponga a la de arbitrariedad. A pesar de este lado algo chapucero, se disfruta.
Los hijos de Jhebbal Sag (que viene dividida en dos entregas, la homónima y la primera, titulada Más allá del Río Negro) es harina de otro costal. Para empezar, es adaptación de un relato original de Robert E. Howard, lo que siempre es un aliciente. Para seguir, vuelve John Buscema a los lápices, aunque acompañado por Tony de Zuñiga, lo que le da al entintado un toque más frío, más cortante, que en números anteriores.
La historia es muy original para lo que suelen acostumbrar estos cómics. Conan ejerce de explorador para un puesto avanzado civilizado en tierras pictas. Rastreando por los bosques e intentando anticiparse a las incursiones de estos, se topa con una serie de asesinatos que le ponen sobre la pista de algo mayor: los salvajes van a borrar la colonia del mapa como él mismo hizo, junto a sus hermanos cimerios, con Venarium.
La narración se desarrolla en el ambiente opresivo del bosque. Sin conseguirlo de un modo sobresaliente, sí que funciona bien la sensación de desamparo, de vulnerabilidad, de territorio hostil e inescrutable, sobre todo en algunos episodios concretos. El elemento sobrenatural está muy bien medido, así como el uso de secundarios. Destaca el perfil que se consigue del cimerio dentro de una historia atípica cuyo desarrollo va por senderos rara vez explorados. Muy interesante y original.
Como curiosidad, los ilustradores de Roy Thomas parecen sublevarse en este tomo como los pictos. Llama la atención que las hachas de sílex no sean de sílex y que las cotas de malla no se vean bajo las camisas o se confundan con estas. Estas descoordinaciones entre texto e ilustración no afectan en nada a la lectura, pero uno no deja de preguntarse cómo se llegaron a dar y por qué no se han subsanado cambiando el texto.
En conjunto, Los hijos de Jhebbal Sag no es tan redondo o sobresaliente como los últimos que hemos reseñado, pero tiene a su favor algo que, por desgracia, en el género de espada y brujería no abunda todo lo que debería: originalidad. Una lectura muy agradable.
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