La espada salvaje de Conan: El coloso negro
Reseña del segundo volumen de la reedición de Planeta DeAgostini
Seguimos disfrutando en este volumen de los guiones de Roy Thomas, un escritor que supo tomar muy bien el pulso al personaje creado por Robert E. Howard, quien además cuenta en el apartado gráfico con dibujantes de primera línea.
Abre el volumen La maldición del no muerto con el emblemático John Buscema acompañado por Pablo Marcos. La historia discurre de un modo un poco precipitado, como si los personajes se vieran arrastrados de un modo algo arbitrario, algo que se compensa con el carisma que Thomas imprime tanto a Conan como a su invitada estelar, su (semi) creación Red Sonja. La extensión no da para más que percibir unas cuantas interesantes pinceladas de horror cósmico en un relato corto algo tabernario, pero no defrauda.
El coloso negro es harina de otro costal. Pablo Marcos es sustuido por Alfredo Alcalá para abordar una de las historias del cimerio más sugerentes: la de la lucha contra las hordas del Velado, un misterioso caudillo venido de los dominios de ultratumba que ha levantado a los pueblos nómadas y amenaza con anegar el frágil reino de Khoraja. A día de hoy esta es una historia ya canónica, pero su encanto es mayúsculo, sobre todo cuando se plasma el escenario de un modo tan sugerente, y el trasfondo tan babilónico del conflicto entre pueblos nómadas y sedentarios sigue siendo igual de potente.
Le sigue, ahora con lápices de Jim Starlin y Al Milgrom, una vaga continuación: En la montaña del Dios Luna. Es una historia de transición sin demasiada ambición a la que le pesa la escasa extensión. El guión no tiene mucha enjundia (se trata de un rescate en donde lo que más parece importar es la dificultad de la empresa) ni es muy consistente (¿a quién demonios se le ocurre tener calderos de aceite hirviendo cuando todavía no hay nadie que venga a asediarte?), algo que, de nuevo, se compensa con lo sugerente del escenario y del reparto presentado.
Demonios en la cumbre, esta vez con un Tony de Zúñiga que dota a la historieta de un toque Creepy muy acertado, sigue la misma línea: el guión no da mucho más de sí, y además trae algunos ecos de la anterior historia (fortaleza en el risco, criaturas sobrenaturales), pero se compensa con el apartado gráfico y la tramoya. Consigue, además, algo que debería ser general pero que no es tan frecuente: que los malvados hechiceros resulten siniestros e inquietantes.
Como cierre, otro plato fuerte: Sombras de hierro en la luna, de nuevo con el tándem Buscema – Alcalá. Thomas se las apaña para reutilizar personajes y estructurar la historia en la búsqueda de esa continuidad soñada para el personaje, un proyecto frustrado tanto por la naturaleza de la obra legada por Howard como por los avatares editoriales. Es un detalle que se queda en anecdótico frente a lo que de verdad queda: una historia que sabe plasmar la sensación de naufragio. A veces, menos es más, y el que el peligro sobrevuele a Conan sin cristalizar de inmediato, dejándole tiempo para vagar por la isla en la que ha quedado varado, repercute muy positivamente en la historia.
En conjunto, tenemos un volumen tan entretenido como sugerente, una de esas piedras que cimentaron a La espada salvaje de Conan como un referente del género de espada y brujería.
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