El sueño del depredador
Reseña de la novela de Óscar Bribián publicada por Versátil
Tengo la impresión de que muchas historias de novela negra / policíaca están tan preocupadas por mostrar el carácter diferencial de sus personajes —esos detalles de la vestimenta, tics, fantasmas del pasado, etc.— que a veces distancian al lector de la realidad. De algún modo, establecen sin darse cuenta que su novela es, ante todo, una ficción.
Óscar Bribián, en El sueño del depredador, parece osar tomar el sentido opuesto: sus personajes son tipos normales y están enclavados en un sitio normal. De hecho, la Zaragoza que nos presenta es palpable para cualquiera que haya vivido ahí. Algunas de las localizaciones me devolvieron, literalmente, a cierto lugar donde terminé perdido repartiendo pizzas... Esto hace que el lector se sumerja con un interés renovado en el trasfondo, sobre todo teniendo en cuenta que el autor trabaja en la policía, lo que le da un conocimiento de primera mano, y que, además, no tiene ningún problema en abordar la realidad contemporánea sin miramientos ni maniqueísmos.
Esto no quiere decir que sus personajes sean anodinos. Todo lo contrario, gracias al desarrollo que hace de ellos, pausado pero continuo, se convierten en personas palpables a las que vas descubriendo poco a poco, como a las de verdad. Así, se genera un doble interés, por la trama y los personajes, que se ve satisfecho.
De nuevo, el enraizar bien los pies en la realidad zaragozana no supone una limitación en El sueño del depredador, sino un terreno firme para que luego no se quiebre la suspensión de incredulidad cuando se adereza el planteamiento del crimen con pinceladas oscuras sacadas de, entre otras fuentes, los Mitos de Cthulhu. De esta manera, sin salirse del realismo del thriller policíaco y el marco de la novela negra, nos encontramos con una historia llena de detalles que fascinarán a los lectores que hemos crecido disfrutando de varios palos: momentos de terror, escenas de psycothriller, reminiscencias de un surrealismo siniestro...
Sí que es cierto que la novela sabe a poco, en parte por su extensión reducida, en mayor medida por el ritmo trepidante al que se lee: la prosa de Óscar Bribián es una máquina que te sumerge en la historia y no te suelta. Así, cuando llegas al final, hubieras deseado que la cosa se prolongara todavía unos capítulos, que la cruda realidad hubiera dejado espacio a algo más. El consuelo que nos queda es confiar en que habrá nuevas entregas de esta serie. Los mimbres están ya bien puestos para crear un tapiz apasionante.
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