El último hombre lobo
Reseña de la novela de Glen Duncan publicada por Reservoir Books
El último hombre lobo es una vuelta a los orígenes de los monstruos clásicos y, al mismo tiempo, una vuelta de tuerca al subgénero. La receta es en apariencia sencilla: devolver el carácter terrible a la criatura, proyectar en un entorno real la existencia de un ser sobrenatural y aderezarlo todo con una prosa dinámica que engancha y da ese toque novedoso al conjunto.
En realidad, este último elemento es el que más destacable hace el trabajo de Glen Duncan. El autor no se limita a contarnos la historia, sino que busca que la prosa se funda con ella en una sola experiencia. No se trata de transportarnos, sino de introducirnos en el libro. Busca que la propia escritura tenga un protagonismo, que además va ligado al propio narrador, y la cosa funciona: El último hombre lobo tiene en su apartado formal la fuerza, la violencia irredenta y la melancolía que exige la historia. En este sentido, cabe felicitar a Luis Murillo Fort por la traducción de Mondadori.
Quizás en los otros dos apartados haya más espejismo que innovación propiamente dicha. El uso del monstruo no como mero icono pop, sino como monstruo literal es algo a lo que muchos autores de terror no han renunciado (valga como ejemplo Hija de lobos, de Víctor Conde, ya que estamos hablando de licántropos). El mérito, por lo tanto, no está tanto ahí sino en la dimensión humana con la que dota al protagonista: su tragedia es digna de la mitología griega y está bien medida dentro de la propia trama, lo que permite que sea tanto el motor de esta como una pieza clave del trasfondo.
Tampoco ese enfoque “realista” del monstruo, que propicia todo el desarrollo de un trasfondo sociopolítico que se adapte al mismo, es algo novedoso. El concepto ha sido explotado hasta la extenuación, por ejemplo, por la franquicia Mundo de Tinieblas. Sin embargo, sí que hay que destacar que aquí funciona como un lubricante perfecto a la hora de conducir la historia y que esta no se ve ni desvirtuada (la importancia de todo lo que ocurre sigue reposando en el protagonista) ni banalizada: el encuadrar lo sobrenatural en el mundo real no le quita un ápice de horror a la existencia de los monstruos, lo que es un gran acierto.
En este sentido, creo que la huella decimonónica es manifiesta en la obra de Glen Duncan, lo que a priori podría parecer incongruente si nos fijamos en la prosa (ágil, con un punto gamberro, que busca sacudir al lector continuamente, que interpela) y no fuéramos al fondo de la cuestión. En realidad, el autor ha buscado la sensación de desamparo psicológico de los clásicos y una voz propia para transmitirlo con toda la vitalidad de la bestia desatada por la luna llena.
El resultado es que El último hombre lobo saca al monstruo de la cripta para regalarnos una novela trepidante llena de aciertos. No es más de lo que vende (una revisitación de uno de los clásicos hecha con todas las de la ley) pero basta y sobra así.
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