El camino a Oz
Reseña de la adaptación de la obra de Baum realizada por Shanower y Young
El mago de Oz, tanto la novela como toda la saga desarrollada a partir de esta por L. Frank Baum, se apoya principalmente en el carisma de sus personajes. Las aventuras que se desarrollan en ese mundo imaginario son una versión particularmente simpática del arquetipo de narración conocido como el viaje que, gracias a los juegos de palabras, lo inesperado de algunos encuentros y los susodichos personajes, capta la atención del lector y suscita ese sentimiento de maravilla tan importante en el género fantástico y tan apreciado por niños y adultos.
El camino a Oz, la quinta entrega que nos trae Panini cómics en su cuidada colección Clásicos Ilustrados Marvel, es paradigmática de lo expuesto. La aventura en sí tiene una relativa baja tensión argumental —encontrarse de nuevo en el mundo de Oz sin motivo aparente no parece que sea una vuelta de tuerca novedosa, precisamente— y Dorothy, ya habituada a estas cosas, no parece ni tener prisa ni inquietud alguna.
¿Por qué funciona tan bien entonces y no se vuelve reiterativa? Por el reparto. Baum se las apaña para seguir introduciendo personajes dispares que si bien tienen ecos de los precedentes, tienen un carácter propio nuevo por completo. Eric Shanower nos los va presentando a la perfección con un guión muy medido y con muy buen ritmo y Skottie Young los plasma en imágenes inolvidables: para mí, desde luego, la más sugerente y simpática adaptación de esta obra.
Y cuando decimos que la narración se te gana por el carisma de los personajes no nos referimos únicamente a los protagonistas, veteranos y recién descubiertos: los secundarios que se van encontrando por el camino, siempre por el camino, suscitan ternura, arrancan sonrisas y, más inusual, algún escalofrío: El camino de Oz tiene algunos de los momentos más memorables de la serie y sigue su filosofía de hacer una fábula escapando de las moralinas evidentes.
Ya en el cierre, el autor parece querer reafirmarse en este dominio del diseño de personajes y monta una auténtica fiesta en la que sus creaciones —y no solo del mundo de OZ— pueden hacer un cameo. Un extraño cierre que, a pesar de su falta de narración propiamente dicha, funciona a la perfección, quizás porque Oz, más que nunca, se muestra como algo más que una historia: es, sin duda, un universo tan sugerente que se puede contemplar como un cuadro, sobre todo si alguien como Skottie Young está al cargo de los pinceles.
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