El cosmos Marvel en tres pasos
El espacio profundo de Marvel ya era divertido antes de la película de Guardianes de la Galaxia
Ver cómo Guardianes de la Galaxia se convertía en uno de los éxitos más rotundos de Marvel Studios ha sido una de las sorpresas más dulces para los aficionados a los cómics de la editorial. La parte cósmica del Universo Marvel (no queda otra que caer en la redundancia) es una de las parcelas más ricas de toda su producción, una de las más estimulantes gracias a su esencia ilimitada, instaurada por un superhombre venido de las estrellas como Jack Kirby, que disfrutó cayendo en el influjo de Von Danniken, y mantenida por un ilustre y brillante grupo de guionistas bañados en ácido como Steve Englehart, Jim Starlin o Steve Gerber.
Aprovechando el considerable tirón que ha generado la llegada de la película, Panini ha aprovechado para lanzar una buena cantidad de volúmenes relacionados con el cosmos Marvel, de los cuales analizaremos aquí tres.
Capitán Marvel: El juicio del Vigilante
Steve Englehart (ayudado en el argumento por Al Milgrom) fue el encargado de suceder a Jim Starlin tras sus diez números a cargo de las historias de Mar-Vell. Recordemos que Starlin había creado antes incluso, en aquel famoso número 54 de Iron Man, a Thanos, Drax, los Hermanos Sangre, Mentor y Eros, para luego llevárselos consigo a la cabecera de Capitán Marvel.
Allí configuraría gran parte de la mística del cosmos de Marvel durante diez números, a cuyo término dejó al protagonista inconsciente tras su -a la postre- fatídico encuentro con Nitro. Tras ello, Englehart deja de lado la mayor parte de los hallazgos de Starlin (solo aparecerá por allí Drax) y centra su mirada en personajes más kirbyanos como Annihilus, la Inteligencia Suprema o el Vigilante.
No tiene sentido acusar a Englehart de no llegar a los niveles de Starlin en términos de inventiva, básicamente porque Starlin es una de esas excepciones creativas de las que se han nutrido durante décadas las editoriales de superhéroes. Por no hablar de que, simplemente, Englehart es uno de los guionistas más importantes de la Marvel de los setenta. Quizás algunas de las ideas que suelta por aquí, como las de ese poblado del Oeste situado en un lejano planeta habitado por jinetes que cabalgan caballos robóticos o la de esos seres cabezones mecánicos que pelean contra fundamentalistas kree queden hoy algo desfasadas, pero las grandes tramas de estos números son estupendas, puro Marvel clásico. Además, siempre podemos echarle las culpas a Milgrom.
La saga de Korvac
La de Korvac es una saga atipíca y al tiempo paradigmática de una forma de entender el cómic de superhéroes. Resulta tan controvertida como su principal responsable, Jim Shooter. El creador del New Universe y las Secret Wars, justo antes de convertirse en polémico editor jefe de Marvel, recogió a Korvac, el villano del sexto anual de Thor, en el que el Dios del Trueno se encontraba con los Guardianes de la Galaxia.
Sin embargo, en vez de enfrentarlo a Los Vengadores desde el primer minuto, Shooter deja esta amenaza en un segundísimo plano mientras enfrenta al grupo con Ultrón, presenta a Yocasta y enfrenta a Iron Man y el Capitán América por la forma de liderar a Los Vengadores. Y no hablamos de un segundo plano a la manera del Surtur de Simonson, que, como un reloj, aparecía en cada número de forma más y más amenazante forjando su espada, sino que el lector observa con extrañeza y desconocimiento la aparición de un ser poderosísimo que vive en un barrio residencial de Nueva York. Ni siquiera se puede saber a ciencia cierta si sus intenciones son buenas o malas. Solo en su tercio final se conocerá su verdadera identidad y su enfrentamiento con Los Vengadores y los Guardianes de la Galaxia mantendrá hasta su mismo final el carácter insólito que tiene toda la saga.
La Saga de Korvac, a su manera, es tan clave para comprender el inconfundible encanto de la Marvel de los 80. Un ejemplo: la decisión de Iron Man de desplazarse en un autobús público al encuentro de esa amenaza galáctica que se ocultaba en Forest Hills.
Aniquilación
A comienzos del nuevo siglo, el cosmos Marvel languidecía. Sin colecciones regulares sobre sus personajes estrella y con los grandes eventos centrados en elementos más mundanos, el universo se había barrido hasta dejarlo arrinconado en la habitación más escondida de la casa. En 2006, Andy Schmidt, uno de los editores menos conocidos de Marvel, responsable hasta entonces de etapas no demasiado reseñables (la más conocida, quizás, sea la de los últimos números de Kurt Busiek en Los Vengadores), pero al que también le habían encargado continuar el segundo arco de Joss Whedon en Astonishing X-Men, fue el responsable de revitalizar esta parcela de los títulos Marvel.
Para ello, se recurrió como maestro de orquesta a Keith Giffen, un autor mucho más vinculado hasta entonces con DC. En lugar de sacar un puñado de nuevas series de forma artificial, la propuesta de Schmidt y Giffen fue mucho más realista y, a la postre, exitosa: plantearon un evento construido en torno a una miniserie central que se acompañaría de otras cinco miniseries (protagonizadas por personajes tan dispares como Ronan, Drax, Nova, el Super-Skrull, Silver Surfer y los Heraldos de Galactus). De esta forma, se apostaba por crear un producto de calidad que no hipotecara a unos personajes ya de por sí depauperados.
El evento se llamó Aniquilación y, es fácil decirlo ahora, fue un triunfo absoluto, quizás el más importante de la editorial en los últimos años. Son muchos los elementos que juegan a su favor. En primer lugar, el cosmos Marvel era una riqueza incomparable que solo estaba esperando que alguien la utilizara de la forma adecuada. Giffen y Schmidt lo hicieron contando una amenaza universal desde diferentes puntos del conflicto, lo que enriquecía tanto la trama en sí como los los lugares adyacentes que se aprovecharían años después.
La amenaza universal es, oh, sí, universal: se dota al villano de una entidad apabullante, muy lejos de como se le había utilizado anteriormente (no hay más que echar un vistazo al volumen de Capitán Marvel que hemos analizado antes). Y, además, junto con su contemporánea y también sobresaliente Planet Hulk de Greg Pak, supo parafrasear a la perfección a Kirby y adelantar -a su manera- la llegada de la corriente que Santiago García identificaba como “los primitivos cósmicos”: “tebeos protagonizados por dioses, astronautas, magos y viajeros cósmicos, donde se recrea el mundo y las galaxias, y donde la narración se convierte a menudo en una sucesión de metamorfosis físicas de los personajes, en busca de una aparente iluminación carnal y espiritual”.
El testigo de Giffen lo tomarían Dan Abnett y Andy Lanning, los responsables de la miniserie protagonizada por Nova, quienes aprovecharían con creces los aciertos de su antecesor y dejaron a la parte galáctica de Marvel en un lugar que, ahora sí, parece que no va a abandonar en mucho tiempo. Aunque sea a toro pasado, no os perdáis ese maravilloso cambio que supuso Aniquilación.
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