Reencuentro en Cliff Island
Reseña de este sorprendente cómic de Christian Barranger, publicado en España por Editorial Saure
Este cómic cayó en mis manos con el pie izquierdo. Con esta extraña composición metafórica quiero decir que me suscitó una inmediata suspicacia. La portada mostrando aquel grupo de gente anodina paseando por un acantilado, el dibujo algo caricaturesco que me hacía pensar continuamente en el Maniac Mansion, aquel título que no me encajaba con lo mostrado… Por eso me sorprendió, y muy positivamente, cuando me enganchó de la manera que lo hizo.
La trama es francamente inteligente y sorprendente hasta el extremo. Los personajes, que en cierto modo son una especie de estereotipos exagerados de algunos biotipos galos, van cobrando fuerza, poco a poco, hasta que devienen prácticamente de carne y hueso, dejando esa sensación de querer saber más que pone de manifiesto que el relato ha sido un éxito. El dibujo, tan personal que, como ya he comentado, al principio no me convenció, se va adaptando perfectamente a la historia mostrando la profesionalidad del autor. Chapeau, monsieur Barranger.
Sobre la historia se podría decir mucho más de lo que voy a poner aquí, pero siempre me domina el miedo a revelar demasiado sobre la trama. El escenario es sugerente y, como cabía esperar, da mucho juego: un magnate invita a sus antiguos compañeros del instituto a disfrutar de una estancia en una isla paradisíaca de su propiedad.
Gran parte de la historia, naturalmente, girará en torno a las relaciones que éstos tuvieron en tiempos y al modo en el que se han reacomodado en el momento presente que se nos muestra. La propia idea de la reunión de antiguos alumnos suena extraña en Europa, ya que es un concepto mucho más americano y que muchos de nosotros hemos visto más en la tele que en la realidad. Sin embargo, todo tiene su por qué, como se revela a lo largo del cómic. Y ésa es una de las grandes virtudes de esta historieta: que todo termina perfectamente encajado.
El paralelismo con los “Diez negritos” de Agatha Christie no es accesorio, aunque habría que mezclarlo con ciertas dosis de cínico Gran Hermano en su versión televisiva o de otros reality shows. Tenemos la isla. Tenemos los invitados que, a priori, han perdido el contacto (frente al no conocerse de la obra literaria). Tenemos el ambiente cerrado y los hechos misteriosos. Y, finalmente, tenemos los sucesos peregrinos.
A partir de allí, Barranger da muchas vueltas de tuerca al asunto y pasamos de tener un mordaz reencuentro entre “camaradas” de escuela, a una sutil crítica retrato social francés –y señalo lo de francés porque se ve una pátina implacable con sus conciudadanos de mucho cuidado- para, finalmente, pasar a una increíble historia de misterio-acción que incluso tiene ciertos pasajes de sexo (nada muy subido de tono, en honor a la verdad).
Sin duda un cómic distinto, original y muy entretenido que aporta frescura a lo que se suele encontrar. Sorprendente en modo continuo; yo, por lo menos, no me imaginé en ningún momento por dónde iban los tiros. Al final tengo que reconocer que incluso el peculiar dibujo de Barranger es un acierto. Cabe señalar que no se trata de una obra inocente, y por lo tanto tal vez no adecuada para mentes inocentes o sensibles. Pero cabe, sobre todo, descubrirse ante este completo artista, que hace tanto de dibujante como de guionista en este proyecto.
Autor
Christian Barranger nació en 1968. Después de haber sido un estudiante modelo, un estudiante del montón y, finalmente, un estudiante mediocre, fue guardián de museo, segurata, obrero no cualificado, percusionista africano… sin llegar nunca a ver su sueño realizado de ser veterinario.
Al final presentó a Ediciones Le Cycliste su primer proyecto “serio”, “El año nuevo”, en el que ya mostraría su interés por las anodinas existencias de sus contemporáneos y las epopeyas cotidianas.
Sinopsis (Cortesía de Editorial Saure)
Un magnate invita a sus antiguos amigos en su isla para evocar el buen tiempo del instituto. Su mansión está llena de cámaras colocadas muy discretamente y detrás de la pantalla, satisface su curiosidad con programas de tele-realidad, y el pobre diablo a veces los crea...
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