Reseña de la antología de la Biblioteca Fosca publicada por Saco de huesos
Tras un ilustrador prólogo de Óscar Bribián, en el que se desgranan las peculiaridades de una “literacultura” tan ajena y esquiva como la oriental, Calabazas en el trastero, a través de la editorial Saco de huesos, nos desvela los trece fantásticos relatos —imagino que el número no será casual— que conforman su antología Terror Oriental, y nos trasladan a unas latitudes apenas conocidas por el público.
Tal vez los textos no sean en exceso rigurosos con la tradición oriental. Sin embargo, apenas importa. Su única finalidad: el disfrute, y aunque merecería este libro un análisis más sesudo y sosegado que el que yo puedo hacer, ahí va. Uno por uno.
Tinta china, de Juan Ángel Laguna Edroso
El autor presenta una historia de tintes apocalípticos, cuyo detonante es la desaparición repentina y absoluta de la población china y la consiguiente propagación de epidemias por el abandono de hogares y negocios. La única pista que podrán seguir las autoridades para desvelar el misterio es la aparición de una serie de extraños ideogramas, que los llevarán hasta un peculiar y malévolo personaje.
Es un relato sencillo, aunque cuidado, en el que el autor emplea uno de los rasgos más reconocibles de la iconografía del terror oriental: el color negro. La lectura es ágil, pero la tensión dramática es, pese a lo acertado del planteamiento, bastante escasa. Es, no obstante, un buen relato.
El ladrón de almas, de Diana Muñiz
Una prosa eficaz proporciona cobijo a la historia de dos periodistas especializados en temas paranormales, que han de acudir a una fábrica en la que se vienen observando diversas presencias fantasmales. Pese al desencanto que su trabajo le produce, la protagonista pondrá especial afán en este caso al constatar curiosas similitudes con la muerte de una antigua amiga.
El final es sorprendente y la lectura se vuelve muy entretenida, y aunque el relato carece del nivel literario que muestra alguno de los textos que lo acompañan, la autora ha conseguido crear una historia sumamente grata para el lector.
La compañía de las Indias Orientales, por Miguel Cisneros
Pese a la bondad de su estilo literario, el relato, por la simultaneidad de tramas o evocaciones descritas, es ciertamente confuso, lo que le resta interés y soltura. No constituye, además, una historia de terror oriental “per se”. Para el lector, que no crítico o experto, quizás sea éste el relato menos grato de cuantos componen la selección.
Chacal, por José Ignacio Becerril Polo
Un grupo de turistas será diezmado por una fantástica criatura tras haber quedado atrapados en el interior de una pirámide egipcia. Se trata de una historia curiosa, cuya extraña ambientación constituye lo más censurable del relato, al ubicar la narración en una tierra que escasamente se correspondería con lo que el lector puede entender como terror oriental. Pese a ello, resulta interesante, aunque haber soslayado las escenas de mayor intensidad le reste interés o mérito.
Cicatriz de hierro, por Víctor Núñez Rodríguez
Original y efectista viaje por los dominios y estribaciones de Mongolia, en el que un espíritu vengativo vierte su odio sobre aquellos que lo han hecho caer en el olvido, al culparles del desarraigo de las tradiciones y del progreso que corrompe su tierra, aquí personalizado por un trazado ferroviario.
Por medio de elipsis constantes, el autor consigue crear silencios ciertamente elocuentes, que enriquecen la trama y mejoran el ritmo narrativo, aunque con ello nos obligue a plantearnos una duda: ¿es éste el favorable resultado de un recurso sabiamente empleado o una hábil forma de ocultar las limitaciones narrativas del autor, hurtando a sus lectores la posibilidad de disfrutar los momentos de acción intensa? No obstante, por el buen trabajo realizado en el texto, soy proclive a pensar que Víctor Núñez es un escritor talentoso, que muestra en este relato una desmedida afición a jugar con el lector y enseñarle, únicamente, aquello que él desea. De los más interesantes, sin duda.
La trampa del amor, por David Jasso
Frases breves y contundentes nos traen la historia de un hombre anodino, taxista de profesión, que anhela verse rescatado por el amor que profesa a una joven oriental. Por desgracia, sus deseos se verán truncados por una revelación dramática, lo que les impulsará a planificar un curioso y descabellado rito de exorcismo.
Es una historia original, que el autor desarrolla con oficio y habilidad, aunque exenta de tintes terroríficos. Deja un cierto regusto de amargura; tal vez sea por la naturaleza del ser que encarna el mal; tal vez, por lo abrupto del final, que parece no dejar a uno plenamente satisfecho.
Kuchisakeonna, por Miguel Puente Molins
Kuchisakeonna es el impronunciable nombre de una mujer de gran belleza que, por mor de los celos de su marido, sufrió graves mutilaciones en el rostro. Hoy, quince siglos después, la bella mujer se encarna en Susana, quien, tras una discusión con su novio, se encuentra con una extraña y malévola presencia que le infiere idénticas heridas que las sufridas por aquella.
Es un relato crudo, potenciado por una prosa descarnada y desprovista de ornamentos literarios que realza la veracidad y la sensación de desasosiego que las descripciones nos transmiten, pero no es, como tantos otros de los textos presentes en esta selección, un cuento de terror oriental al uso.
La caída de la casa de Ushima, por Andrés Abel
El sacrificio ritual que un asesino ha de asumir por el fracaso de su última misión, para así mitigar el deshonor que ha mancillado a su casa, es el planteamiento del que se sirve Andrés Abel para desencadenar el horror. Paradójicamente, esa entrega del personaje se convertirá en el instrumento que lleve la muerte a su propia familia.
En La caída de la casa de Ushima, Andrés nos regala uno de los relatos más sangrientos de la selección, en el que nos recuerda que el castigo despiadado no puede traer más que funestas consecuencias. Es, sin duda, de lo más entretenido del libro, aunque el final, quizás, sea muy precipitado o escasamente aprovechado.
Orgullo de padre, de Darío Vilas
Es, sin ninguna duda, el relato más oriental de cuantos forman la selección, y en él Darío muestra un exhaustivo —y casi extenuante— conocimiento de la cultura nipona, en la que parece sentirse especialmente cómodo. Es, además, un ejemplo de cómo se ha de plasmar el odio larvado de la venganza tardía.
La trama es redonda y entretenida, y Darío ha sabido ampararla con una prosa muy rica y certera, libre de frases vacuas que puedan lastrar el ritmo narrativo, pero abundante en descripciones y matices necesarios, con la que consigue que, pese a la abundancia de vocablos foráneos, la lectura sea enormemente ágil.
Oni, por Luis González
Oni es un relato ágil, muy ágil, de comienzo casi vertiginoso, que sitúa al lector en un “tris” y consigue que éste entienda la trama sin problema alguno. Se podría argumentar que el fin es previsible o que la sorpresa brilla por su ausencia, pero ese defecto, más que desvirtuar la calidad del texto, acrecienta la tensión y fija la atención.
Pese a la escasez curricular que él mismo confiesa, Luis González ha demostrado en su Oni ser un escritor talentoso, con facilidad para contar historias y trasladarlas con emoción.
Almas en danza, por L.G. Morgan
Es un relato prolijo, de descripciones exhaustivas y licencias “cuasi” poéticas, en el que un espíritu encarnado se sirve de una bella mujer para engatusar a sus víctimas y así satisfacer su sed de sangre.
L.G. Morgan es una autora habilidosa, con un buen dominio del lenguaje y una clara facilidad para recrear ambientes y situaciones. El comienzo es excesivo en detalles, lo que podría incitar al lector a abandonar y así perderse las páginas más atinadas, en las que la prosa se ha puesto al servicio de la trama y no es ésta la que sirve de pretexto para el lucimiento estilístico del escritor. En ese momento, el texto cobra viveza e interés, y eso permite a la autora trasladar toda la inquina que ese espíritu encadenado en sedas experimenta día tras día.
Bunraku, por Ignacio Cid Hermoso
Diferentes episodios oníricos, en los que una muñeca de porcelana cobra vida, permiten desvelar qué sucedió tras la despedida entre Ayumu y su familia.
La prosa es correctísima, pero el modo de describir esas ensoñaciones propicia que el desenlace sea previsible y, pese a ello, confuso. Es, sin embargo, un relato eficaz, capaz de mantener el interés y hasta el nerviosismo del lector, en el que Ignacio Cid muestra sus virtudes literarias y su condición de escritor avezado.
La niña china, por Santiago Eximeno
La niña china es el relato de una muerte anunciada, el anuncio constante e insistente de que el crimen se va a producir, como si el protagonista quisiera parapetarse tras su advertencia y así salir indemne del asesinato cometido.
La prosa es directa, plena de frases breves y adustas con las que el autor pretende mostrar el desprecio que la protagonista siente hacia una niña china, a la que acabará asesinando; y ése es, precisamente, el mayor acierto del relato: el lenguaje. Es un relato atinado y muy correcto.
LO PEOR: La clara sensación de que la finalidad de la antología no se ha logrado. Sólo unos pocos relatos se han ceñido a la temática, mientras que la mayor parte han escrito historias apenas hilvanadas con tintes orientales.
LO MEJOR: La selección sirve para acallar las voces de quienes afirman que el relevo generacional de la literatura hispana implica una merma de la calidad literaria. La prosa supera, con creces, la de libros ciertamente populares.
Ramón López
www.h-horror.com
Muy interesante, y completo, el repaso del libro. Gracias por la parte que me toca (soy el autor de Tinta china).
Lo que no tengo muy claro es que la finalidad de la antología no se haya logrado. No tengo la impresión de que el elemento oriental sea accesorio en los relatos. Sí, por el contrario, de que las perspectivas son muy distintas. Sobre Chacal, por ejemplo, se ha dicho (no sólo en esta reseña) que Egipto no es oriental, pero es precisamente el territorio desde el cuál arranca oriente.
No sé si es que se esperaba que los relatos fueran todos del lejano oriente (algo que ha podido verse acentuado por la portada de Bibrián) o que las perspectivas tuvieran que ser orientales. Es algo que me intriga.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.