Aquellas maravillosas timbas
Pseudonostalgias de un viejo jugador
Eres un crío que levanta algo más de dos palmos del suelo y, a la altura de tus ojos, tapetes de fieltro verde, sotas de bastos y algún amarraco para anotar. Eres un adolescente que se cree estar ya de vuelta de todo y descubres un mundo más allá de la pocha y el guiñote. Llegas a joven universitario y los ordenadores empiezan a ser algo cotidiano: vienen con sus promesas de cambiar las partidas a “silla caliente” de la Atari por auténticas competiciones en red; aunque, por el momento, tengan cuatro juegos para ofrecer. Ahora, sintiéndote un poco de la vieja escuela, te ves escribiendo este artículo y echando la vista atrás. Y, bueno, sí, hay algo de nostalgia, pero me temo que lo de “todo tiempo pasado fue mejor” no me vale como caballo de batalla.
Sí, claro, idealizar esas timbas con colegas en torno a una mesa bien surtida, con tu cubata o tu botellín de cerveza, fumando como carreteros —a veces un puro, como los de las películas— es algo a lo que no renunciaremos, porque tenía su encanto; pero esta realidad es algo perra y nos recuerda que el tabaco te deja hecho polvo, que nuestros pisos no son tan grandes como los de nuestros padres, que si tienes perras para fundirlas en el bar lo que te falta es tiempo para hacerlo y que, además, con lo de la “movilidad geográfica” —elegante eufemismo— te cuesta rehacer grupos de colegas para disfrutar de esa complicidad mágica en torno a una partida de poker.
Para bien y para mal, han llegado otros tiempos. Y, con ellos, Internet, pero en serio, no la de leer texto que se carga en diez minutos mientras tu módem pita como R2D2. Lo de jugar en red funciona y no solo por requerimientos técnicos, sino también por infraestructura. Sitios como 888 Casino te lo dan todo mascado; nada de parchearte una mano en el chat con el riesgo de que algún jugador se caiga en mitad de partida. El futuro que intuíamos ahora es el presente y, en algunos aspectos, no nos ha fallado.
No se trata solo de haber encontrado un sustitutivo, sino de disfrutar de nuevos horizontes. Un punto de encuentro más estable que tu propio piso alquilado, llegar a mesa servida, todo lo cómodo que quieras ponerte, enfrentarte a gente nueva que nunca te hubieras podido cruzar, descubrir nuevas formas de juego y... a ver qué mano te toca. No, no es el póquer de toda la vida, pero no es peor, ni mucho menos. Y, además, es nuestro. Hasta de cierta sensación de hacer de pioneros.
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