El mentalista: ¿evolución o una huida hacia delante?

Imagen de Jack Culebra

Sobre el rumbo tomado por la serie protagonizada por Patrick Jane

 

Cuando reseñé El mentalista hace ya un par de años mencionaba el cierre aparente de la serie como uno de sus aciertos: en tres temporadas, el telón de fondo —la tragedia ocasionada por el psicópata Red John y la obsesión del protagonista con este— parecía haber sido bajado definitivamente. Sin pretender soltar spoilers, digamos que se había zanjado el asunto de un modo expeditivo. ¿Qué quedaba pues para esa cuarta temporada de la que ya había oído hablar? La tentación de utilizar todo lo sembrado, claro.

El problema de base radicaba en que Patrick Jane, sin su reflejo tenebroso, se queda como un personaje cojo. Todo el trabajo de desarrollo del trasfondo pende del hilo de la venganza, sus motivaciones finales, el motor de las historias: ese era el elemento diferencial con tantas otras series policíacas de tipos ingeniosos. Por mucho que Jane fuera desarrollando complicidad con sus compañeros, siempre terminaban quedando como una suerte de herramienta, como un afecto en el limbo que daba ese sabor característico a la trama: el protagonista no era un héroe al uso porque, en el fondo, es un personaje de tragedia, atormentado.

Este escollo se solventaba en la cuarta temporada con un segundo cierre expeditivo que, al mismo tiempo, parecía quemar todos los cartuchos y las naves —a excepción de un hilo suelto al que todavía no le han dado demasiada cuerda, pero que puede ser el as en la manga—. En el proceso, los personajes secundarios iban cobrando el protagonismo que pedían a gritos desde la primera temporada gracias a sus magníficas interpretaciones y contrapuntos, quizás incluso de un modo algo atragantado. A todas luces, daba la impresión de que esta cuarta temporada era una muestra de que El mentalista podía evolucionar guardando su esencia.

En definitiva, este es el quid de todas las series: o se estancan y no paran de contar más de lo mismo —ese fenómeno tan propio de las series policíacas de concatenar un caso con otro sin que, en realidad, pase gran cosa—, o permiten que los personajes evolucionen, crezcan y, por lo tanto, reclamen otros territorios donde seguir desarrollándose. Que cambien el guión, vaya. Algo que no es nada sencillo de hacer con un reparto tan cerrado como el de El mentalista, ni con un protagonista como Patrick Jane, pero que parecían estar consiguiendo...

… hasta el cierre de la cuarta temporada, que a modo de réquiem ha sido como una transición a otro modelo de serie. El mentalista, sin Red John, ha perdido en buena medida su sabor. Jane vuelve a ser un artista circense, ahora en otro marco aún más clásico, y es difícil entender por qué después de todo lo que ha pasado. Sí, los guionistas se apañan para que no se desmorone el castillo de naipes, pero ¿lo conseguirán por mucho más tiempo?

Supongo que acabaremos encontrando la respuesta. ¿Evolución o una huida hacia delante? Tal vez solo un juego de manos.

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