El vuelo del oricú
Reseña de la novela de Fermín Moreno González publicada por Scyla Books
El vuelo del oricú es una novela fragmentaria. Se despliega como un mosaico ante el lector, combinando recuerdos, leyendas y hasta epístolas, saltando de unos personajes a otros, siguiendo los hilos de las distintas tramas hasta construir una historia que, como en la realidad, no es más que un espacio temporal elegido por los hechos que en él ocurrieron y lo que derivó de ellos.
Si hubiera que reducir la obra a su argumento, podríamos decir que es la narración del conflicto entre dos hechiceros de culturas dispares, el cual discurre en paralelo al propio conflicto que se desarrolla entre los reinos que los acogeran en sus cortes. Sin embargo, sería hacer un corte muy burdo. Para empezar, Fermín Moreno González no concibe sus escenarios como algo monolítico y unívoco, sino que los va vistiendo de matices y deja en todo momento que los personajes fluyan por ellos sin que se vean sujetos a coordenadas inamovibles.
Así, a priori el marco de la historia nos remite al continente africano, tanto por la fauna como por los ecos que encontramos en el clima, los espacios geográficos o la propia idiosincrasia de los reinos que presenta. Pero la trama avanza y vamos descubriendo que El vuelo del oricú no es la mera trasposición a un escenario exótico de un esquema clásico del género. Es algo que se ve, por ejemplo, en las reflexiones sobre la naturaleza de la hechicería que se practica en cada lugar. Deidades, tabúes, ritos, poderes, influencias, lugares sagrados, mentalidades... ninguna pieza del trasfondo se menosprecia, todo tiene su significado y su interés, lo que dota de gran riqueza al mundo trazado.
En la trama todo tiene su importancia también. Aunque en los primeros capítulos puede ser difícil percibirlo por ese carácter fragmentario —la novela cambia de foco continuamente, de personajes, de marco temporal y geográfico—, poco a poco todas las hebras confluyen hacia el final no para dar explicaciones o recurrir a las tan manidas fuerzas superiores —tipo destino—, sino para encuadrar la apoteosis.
En cuanto a la prosa, esta se adapta al tipo de fragmento presentado. Puede resultar de una cercanía descarnada o vestirse de un carácter impostado capaz de recrear la lírica de otro tiempo. Fermín Moreno no duda en mostrar su erudición —buena idea haber incluido un glosario, aunque no sea necesario consultarlo para disfrutar de la historia— y su interés por el lenguaje, y juega con este para crear espacios distintos, tan diferenciados que algunos episodios tienen entidad propia como relatos. Este acercamiento permite poner el acento en lo que más conviene a cada escena, desde el lirismo del vuelo del oricú que se menciona en el título a la sordidez de una mazmorra pasando por la angustia del extranjero rodeado de un pueblo extraño, implacable y hostil. Hay que señalar que la extensión reducida de los episodios espolea la curiosidad del lector, quien, al final, quiere saber siempre más, no ya de la trama, sino del mundo en el que esta se desarrolla.
Con estos elementos, El vuelo del oricú se desmarca dentro del género de la fantasía épica no ya solo por la estructura elegida, sino, sobre todo, por el modo en el que se presentan los conflictos culturales, de intereses y cultuales. Espada y mucha brujería capaz de interpelar al lector y no a través de golpes de efecto, precisamente.
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