Casa Quemada

Imagen de Patapalo

Reseña de la novela de Roberto J. Rodríguez publicada por Ediciones Muza

Tal y como parece advertirnos el propio narrador – protagonista de la historia en su prólogo, Casa Quemada es una novela inmadura pero llena de pasión. Es innegable que le hubiera venido muy bien una revisión de estilo y que hay goteras que se podrían haber solventado ajustando la estructura. Detalles como los cambios en las fórmulas de cortesía —pasamos del tuteo al usted sin solución de continuidad—, algunos problemas de concordancia y la presencia de palabras náufragas en mitad de cualquier frase ponen de manifiesto que la labor editorial ha sido, si no inexistente, sí insuficiente.

Sin embargo, a pesar de estas aristas evidentes, Casa Quemada engancha y transporta, pone de relieve que Roberto J. Rodríguez es un narrador nato, de los que tienen la necesidad de transmitir en sus historias. Y esto es algo que hace que, a pesar de las costuras, haya disfrutado con la novela.

La trama no parece nada del otro jueves: un escritor —bendita manía la de los escritores de hablar de escritores— en un viejo caserón que esconde tantos secretos como maldiciones familiares. Y es posible que no lo sea. Objetivamente, no hay elementos individuales a destacar como grandes aportaciones al género, ni en el lapso temporal, ni en las relaciones interpersonales, ni en las situaciones de tensión y horror.

Y, a pesar de todo, Casa Quemada tiene una cualidad perturbadora que la hace fascinante. El ambiente que se respira en el caserón es auténticamente malsano. Las explicaciones fragmentarias y algo a destiempo o la falta de concreción en el momento histórico —por el vocabulario y el tono parece que estemos en una época hasta que aparece un ordenador portátil o un giro lingüístico contemporáneo—, lejos de perjudicar al conjunto, generan una sensación dislocada que hace que funcione muy bien. Incluso los saltos dentro de la narrativa recrean esa sensación de estar perdido en un laberinto cuya geometría tal vez no sea del todo racional.

Así, con sus imperfecciones y cierto carácter bisoño, Casa Quemada establece algún tipo de conexión, quizás por la pasión volcada a quemarropa en la misma, que me ha arrebatado algún escalofrío y me ha hecho devorar la novela, fascinado, en una sentada. Quizás, simplemente, se trate de uno de esos momentos en los que se juntan las pasiones y se disfrutan, sin más, de un modo ancestral.

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