Regreso al futuro

Imagen de Jack Culebra

O por qué una película de ciencia ficción de hace veinte años sigue funcionando tan bien

 

Regreso al futuro fue una película mítica en su día. A los que nos pilló de críos nos fascinó a pesar de que no entendías de la misa la media: salía un coche superguay, un chaval superguay —que iba en un monopatín superguay—, había guitarras eléctricas, científicos locos, máquinas raras y un perro muy simpático. Y terroristas libios —fuera lo que fuese aquello de “libio” o lo del plutonio—. Sin embargo, esto no explica que hayan pasado unos veinte años y siga resultando tan entretenida. Sobre todo si tenemos en cuenta el tema de los efectos especiales.

Basta con ver algunos fotogramas para tener que reconocer que aquello era tan de cartón piedra como los primeros supermanes voladores sobre sábana blanca. Qué importa. Por cutres que nos resulten ahora, los efectos especiales estaban bien medidos y bien utilizados. De hecho, aunque en su día nos pudiera parecer lo contrario, no eran ni siquiera la parte esencial de la película, sino unos cuantos fuegos artificiales con los que amenizar el resto.

¿Dónde estaba —y está— la clave, entonces? Si la miramos fríamente, Regreso al futuro, a pesar de haber explorado todo el subgénero de los viajes en el tiempo, con todas sus paradojas y sus problemáticas, con un estilo ligero y asequible para todos los públicos, es un despropósito nada divulgativo. Sí, un despropósito. Además, uno hecho con alevosía y quién sabe si con nocturnidad. Que la máquina del tiempo esté fabricada en un coche no es baladí. Que este sea un Delorean tampoco. Ni los ingenios absurdos de relojes y robots para abrir latas de comida para perros. Ni el peinado a lo Einstein de Doc —Doc se tenía que llamar— ni, bueno, nada en general.

Regreso al futuro tiene tanto de comedia como de aventuras. Es cachondeo puro y duro, un mero entretenimiento con una estética cuidada —y ochentera— y un buen ritmo. Sin ambiciones aparentes. No pretendía marcar ningún hito en el género ni sentar cátedra de nada. Y, a pesar de todo, ha sobrevivido a su propio reloj hasta sobrepasar con creces su fecha de caducidad. ¿Por qué?

A mi parecer, simple y llanamente porque está montada como un mecanismo de relojería desde luego mucho más complejo que un condensador de fluzo. Más allá de los puntazos, de un protagonista solvente, guapo y simpático, de unos secundarios graciosos en sus estereotipos caricaturescos y de una buena ambientación, Regreso al futuro es una historia sin fisuras: cada minuto del metraje engancha con el siguiente y todas las tramas que se van montando convergen para servir de explicaciones, de puntos de tensión o de guiños al espectador. Guión y dirección, en definitiva.

No es raro volver la vista atrás para echarse unas risas con los dejes de las distintas etapas del cine “futurista” —pantalones de campana en naves espaciales y melenas a lo Europe en cazadores de monstruos interestelares— pero, de vez en cuando, vendría bien hacerlo también para rescatar aquellos engranajes que tan bien funcionaban antes de la era digital. Así, tal vez, se desperdiciarían menos millones. Quizás, incluso, pudiéramos vivir un regreso al futuro que esperábamos y que no ha terminado de cuajar, al menos en lo que a cine se refiere.

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