Robots de sobre
El estadio máximo de desarrollo de los juguetes de cinco duros...
Había una época en la que los niños comprábamos soldaditos a granel en unos sobres que valían unos cinco duros —si la memoria no me falla—. Por el equivalente a unos veinte céntimos, podía caer hasta un medio centenar de tipos armados hasta los dientes: Nueva Zelanda, China popular, Corea... Algunos con sus tanquetas, otros con sus muros en ruinas en plan II Guerra Mundial. El abanico era considerable. Y, en ocasiones, sobresaliente.
Porque no hay otro modo para denominar aquella línea peculiar de robots que comprábamos en verano en el kiosko de la piscina. Los sobres valían igual que los de los soldaditos, pero en su interior había un auténtico tesoro: robots gigantes —bueno, se podía deducir que eran gigantes por la ilustración de los sobres y la escala de los soldaditos— que eran una reinvención de los populares mechas que veíamos, sin conocer el nombre técnico, en algunas series de dibujos animados.
Es una lástima no haber conservado ninguno de aquellos sobres mágicos donde mi imaginación todavía dibuja un colosal robot en tonos pastel dedicado a hundir algún acorazado mientras soporta con estoicismo sus cañonazos. Así, me resulta imposible trazar quién era el fabricante o repescar alguno de los imponentes nombres con los que se presentaban: el Hércules —que es el que tiene la cabeza chata—, el Titán —que es ese otro de boca con forma de rejilla—... Me suena que había uno llamado Vulcano o algo así, y encaja con los temas subyacentes que servían de inspiración: la Guerra de los Mundos, la ciencia ficción popular, etcétera.
El concepto era similar al de los Montamán, de los que ya hablaré en otro momento: un cuerpo articulado cuyas piezas —dos para las piernas, brazos, torso— se unen por simple presión, como el famoso sistema clic. Ni pegamentos ni complicaciones. La maravilla era que estos cuerpos, generalmente blancos, aunque nos tocó un aberrante rosa, venían con agujeros y púas en las que se situaban protecciones, toberas, cabezas, pies, etc. de un tono gris que resultaba muy “blindado”. Así, aunque cada modelo de robot tenía unos componentes estándar, todas las piezas eran intercambiables y podías configurarlos a tu gusto —hasta que perdías las piezas, claro—. De este modo, sabías que no ibas a tener robots iguales si no querías. Bueno, excepto si te comprabas dos y te salía el mismo modelo.
El diseño nos embelesaba. Vale, había cosas un poco cutres, como un robot cuyos pies tenían forma como de camioneta aplastada, pero en general eran una pasada y les imaginabas mil cañones con los que hacer trizas a tus soldaditos. Misiles, reactores, cañones, láseres... Bueno, eran solo agujeros, pero funcionaban a la perfección si te habías leído un par de tebeos de Iron Man. Dado que no nos podíamos permitir uno de aquellos Transformers ultracaros, eran lo mejor que podíamos obtener en materia de robots gigantes bélicos —si, el componente educativo del juguete era más bien inexistente—. Y cumplían de sobra.
Parece mentira la relación calidad precio de estos robots de sobre. Los componentes, aunque se vendieran a granel como si fuera la típica furrufalla de plástico de los Kinder, estaban muy bien pensados. Su concepción era muy ingenieril: modulables, estables, resistentes... Y el resultado final era muy bueno: el juguete era sólido, estaba muy articulado y se mantenía en equilibrio sin problemas —no como los Montamán o los G.I. Joe, que no había quien los pusieran en pie—.
Cuando veo a mis niños jugar con los supervivientes de mi infancia —bélica— que veis en las fotos, no temo por su integridad —de los robots, que los niños siempre se pueden atragantar con un pie—. Han sobrevivido un cuarto de siglo y están en plena forma. Pintarrajeados, algunos medio fundidos por aquella fase mechero que pasó mi hermano, pero listos para soportar las condiciones más adversas. Seguro que, además de gigantes, estos robots son hasta siderales. ¿Qué es el estrés de un cuarto de críos en comparación con las altas presiones de Marte o de cualquier otro lugar remoto, sugerente e improbable del que pudieran haber venido?
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