Disección de El asesino hipocondríaco
Reseña de la novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel publicada por DeBolsillo
La vida trae consigo la muerte, es algo irremediable. Desde el instante que abandonamos la seguridad del útero materno estamos expuestos a una serie de peligros para nuestra salud. Pese a los avances médicos que nos permiten dar un nombre a nuestras enfermedades, siguen estando muy lejos de encontrar una cura para la mayoría de ellas. Al fin y al cabo, no debemos olvidar que las bacterias y otros microorganismos eran los que gobernaban en nuestro planeta antes de que el ser humano se autoproclamase especie dominante. Por tanto, podría decirse que, cuando infectan nuestros cuerpos y empiezan a manifestarse los primeros síntomas, únicamente reclaman una porción del territorio que les pertenecía. Sin embargo, todas ellas parecen demostrar un interés particular en el maltrecho cuerpo del señor Y.
Juan Jacinto Muñoz firma el informe médico de tan peculiar paciente, que muestra todos los síntomas de un amplio catálogo de extrañas dolencias hasta ahora desconocidas para el lector, quien descubre que, previamente, algunos de sus autores favoritos también las sufrieron.
Un peculiar tributo a las principales figuras de la literatura que, en lugar de centrarse en los aspectos técnicos o creativos de su obra, nos describe su larga lista de padecimientos. Sin embargo, los nombres de Poe, Kant, Voltaire o Tolstoi no deben distraernos del verdadero protagonista de esta historia, aunque solo lo conozcamos por una letra. Y es que el propio pseudónimo representa el primero de los muchos padecimientos de nuestro peculiar asesino profesional, pues el gonosoma Y es, en realidad, una mutación del cromosoma X, resultado de la pérdida de uno de sus segmentos y que degenera en esta forma estructural incompleta.
Por tanto, el señor Y estaba enfermo incluso antes de que sus padres lo concibiesen, como si el destino lo hubiese escogido para una cruel broma que lleva demasiado tiempo prolongándose. De ahí la esperanza (y el temor) de que cada día sea definitivamente el último, mientras realiza una serie de frustrados asesinatos contra Eduardo Blaizen.
Es cierto que el trabajo de asesino profesional no resulta cómico, pero resulta imposible no carcajearse ante la descripción de cada intento fallido, junto a la correspondiente definición de un nuevo padecimiento que no se había manifestado hasta ese momento. Desde las primeras hojas, el lector padece un descontrol de sus músculos faciales, especialmente alrededor de la boca, que provocan una sonrisa imborrable y es víctima de fuertes contracciones derivadas de las carcajadas, además de la pérdida de visión ocasionada por las lágrimas o la falta de aire progresiva. El asesino hipocondríaco tiene este y otros efectos sobre la salud, todos derivados del peculiar humor del autor, quien nos demuestra que todos podemos reírnos de la enfermedad, mientras la padezca otro.
Por fortuna, Juan Jacinto Muñoz se compadece de nuestro padecimiento, ofreciéndonos la historia en una sucesión de pequeños capítulos (la mayoría apenas tienen unas hojas) que intercalan los últimos días del protagonista con la descripción de las enfermedades de algunos escritores mencionados anteriormente. De esta manera, el lector puede conocer el origen de cada una de las dolencias, asociándolas con un nombre conocido, pero sin descuidar la trama principal. Asimismo, demuestra la pasión del autor por la literatura, quien nos acerca estas figuras al revelarnos sus tormentos, es decir, los humaniza mediante la enfermedad.
Sin embargo, El asesino hipocondríaco insiste demasiado en algunos aspectos de la trama, volviéndose redundante, e incluso aburrida, cuando las escenas pierden su carácter anecdótico para repetir el mismo esquema narrativo que las precedentes. En determinados fragmentos, el surrealismo de las circunstancias que nos describe sigue resultando divertido, pero en menor medida. Es como si el autor se viese obligado a incrementar la dosis para conseguir los mismos resultados, obteniendo un efecto contrario al deseado.
En cualquier caso, Juan Jacinto Muñoz nos ofrece una de las propuestas literarias más originales y desternillantes de la novela negra que sorprenderá tanto a los incondicionales del género como a los lectores más reticentes. Es cierto que los análisis de El asesino hipocondríaco no han dado todos los resultados esperados, pero pocas enfermedades resultan implacables en su diagnóstico. Por fortuna, el señor Y, aun estando agonizante, no se deja amedrentar por sus trastornos para cumplir con su objetivo, hacernos reír. Al fin y al cabo, es un hombre de filosofía kantiana.
Título: El asesino hipocondríaco; 224 págs.
Autor: Juan Jacinto Muñoz Rengel
Editorial: DeBolsillo, 2013
ISNB: 9788490321249
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