Pitufos vs Astrosniks

Imagen de Anne Bonny

Que nadie se inquiete: la idea no es que estos simpáticos duendecillos se den de palos entre sí a ver quién es el más fuerte, sino sólo dedicar una nostálgica mirada a dos comunidades -por llamarles de alguna forma- que me fascinaron de pequeño y que tuvieron su expresión en el cómic, amén de otros medios

Cuando uno es pequeño no se plantea el por qué de las cosas o, mejor dicho, de determinadas cosas. Supongo que es por ello que nunca le di demasiadas vueltas a ese parecido más que razonable que existe entre los Astrosniks y los Pitufos. Sin embargo, con el paso del tiempo, a veces dan ganas de hurgar en la memoria, y en el pasado, y la verdad es que salen cosas de lo más, si no sorprendente, sí peculiar.

 

Para el que como yo vivía en la ignorancia, empezaré comentando que los pitufos (schtroumpfs en el original, y también rebautizados desafortunadamente como tebeítos por el TBO en cierto momento) son una creación de Peyo para su serie de cómics de las aventuras de Johan y Pirluit, en cuyas páginas (o más bien en las de la revista Spirou) debutaron en 1958 con la historia “La flauta de seis pitufos” (La flûte à six schtroumpfs/trous).

 

Los Astrosniks, por el contrario, nacieron directamente como producto de merchandising, como muñequitos de goma de la casa alemana Bully. Digo directamente porque indirectamente nacen, como alguno ya supondría, de un cómic: del de los Pitufos, concretamente.

 

Efectivamente, los astrosniks son una imitación de los pitufos que intenta aprovechar el tirón que éstos tuvieron tras dar el gran salto gracias a la serie televisiva, que fue el momento en que la obra de Peyo, ya consagrada en el mundo del cómic, saltó a niveles más lucrativos y se hizo hueco en Estados Unidos. Por suerte, la maniobra no se quedó únicamente en muñequitos distribuidos por el MacDonalds, sino que Bully decidió publicar un cómic sobre los personajes, tarea que recayó en los españoles Fresnos con resultado más que loables, pues consiguieron dotar a los personajes de carácter aun sin salirse de la receta mágica que les hizo nacer. Personalmente, “Snik contra snik” ha sido uno de los cómics que más he disfrutado de niño y una buena muestra de su profesionalidad y arte.

 

Pero más allá de las consideraciones sobre sucedáneos o el interés, o incluso la moralidad, de una copia tan aparente, me llama la atención cómo ambas creaciones transmiten una especie de particular paz. Supongo que influyen muchos oscuros factores freudianos para conseguir este efecto, pero dejo las lecturas más terribles y bizarras para quien quiera indagar un poco en el océano internáutico (recomendándole que no se pierda ésa que ve en Gargamel a un cura y en los pitufos una encarnación de los pecados capitales).

 

A mi parecer, y creo que es algo que encaja con la intención aparente de Peyo de retomar el tradicional cuento de hadas algo moralizante, creo que la impresión que causan estos personajillos se basa en cosas sencillas. Por un lado, están bien acotados, unos en su aldea escondida en el bosque y con su misterioso número noventa y nueve -que luego pasa a cien-, y los otros en su extravagante planeta, Snikeria, dominado por la más extravagante todavía fuerza quasar, que le permite orbitar caprichosamente e incluso esconderse tras Marte. Los personajes, además, son sencillos y fácilmente reproducibles; así, cada cual se puede ir creando los suyos en su imaginación.

 

En este punto es particular ver cómo no se quemaron mucho los cascos al crear a los astrosniks: por ejemplo, el Comandante equivaldría a Papá Pitufo, uno paramilitar y con un misterioso pasado oculto por un antifaz -y un sólo cuerno-, y otro afable viejito que aunque domina la magia y es igualmente misterioso nadie creería que oculta nada. Desde luego, los paralalismos entre la pitufina y Astralia son más burdos y, desde luego, más gratuitos. Al menos, yo no recuerdo ninguna historia justificando la singularidad de la segunda, mientras que la de la primera es todo un hito en la historia de los pitufos.

 

Los malos también son algo muy concreto, y marcan una cierta distancia -no mucha- entre las series. Mientras los pitufos se enfrentan al terrible Gargamel, y su gato Azrael, los sniks se las ven con gente de su talla, sobre todo con Galaxo y Pérfido, de la siniestra Smogland.

 

La elección de los escenarios no deja de tener su gracia también, pues ambos permiten una cierta cercanía mientras mantienen una distancia con el lector. Los pitufos viven, en teoría, en nuestro mundo, pero se quedan en la mítica Edad Media. Los astrosniks cohabitan con nosotros en la actualidad, se supone, pero en otro planeta. En ambos casos se justifica el que no haya un encuentro con ellos pero se deja una puerta abierta a ello en la imaginación del niño.

 

Éste, en particular, creo que es uno de los puntos más fuertes a la hora de que tanto pitufos como astrosniks hayan calado en nuestro imaginario. Cuando uno jugaba con los muñequitos de goma de la respectiva serie podía imaginárselos fácilmente en nuestro mundo porque, sobre todo, guardaban la proporción con la “realidad” de los cómics. Un pitufo mide como un pitufo de goma, y lo mismo vale para los astrosniks.

 

Desde luego, cabe suponer que las claves de su éxito van mucho más allá de estos esbozos, y desde luego la calidad de los guiones de los cómics respectivos son un elemento más a tener en cuenta. Supongo, además, que cada uno tendrá sus propios motivos por los que guarda un recuerdo de estos simpáticos hombrecitos. En mi caso, sea por lo que sea, no dejo de decirme que el que les haya dedicado tanta reflexión y este artículo es una muestra de lo bien concebidos que estuvieron.

 

Eso, y que hay cierta redondez cósmica en su diseño.

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