El adiós de Delibes
Sobre la conciencia de la propia obra literaria
“Aunque viví hasta el 2000... Delibes murió en 1998”. Estas fueron las palabras que me sorprendieron cuando, el día de su fallecimiento, leía un artículo escrito por el propio Miguel Delibes sobre los últimos compases de su carrera literaria. Lo hicieron por su crudeza y su consciencia. Si Delibes ha sido un autor que me ha impresionado desde siempre por la precisión con la que es capaz de retratar sus recuerdos de infancia, los personajes cotidianos que pudieron rodearle, de extraer su quintaesencia y acercarla al lector, no me impresionó menos ver este retrato propio, esta consciencia de sí mismo, como si fuera un personaje más de su propia obra o como si esta fuera una extensión de su propia vida.
Son dos elementos que encuentro particularmente importantes en un autor. Por un lado, que su obra no sea banal, que tenga un vínculo vital con su propia existencia, algo que no entiende de géneros ni de enfoques: lo que escribe un escritor ha de ser único y, para ello, pasar por el propio filtro de la persona, por ese carácter individual e intransferible que nos distingue a unos de otros. En otras palabras, ha de ser honesta y encontrar su voz propia.
Esta honestidad se ha de hacer extensible —y esto no es nada sencillo— al análisis de la misma obra. La dureza de las palabras que Delibes plasmó en aquel artículo solo se puede entender en su dimensión completa si en algún momento nos hemos dedicado a una actividad creativa con auténtica fe. Aceptar que —en un momento dado— no tienes una aportación suficiente ha de ser demoledor.
Esto es así hasta tal punto que muchísimos escritores —o aspirantes a escritores— nos amparamos en muchos momentos en que simplemente escribimos para nosotros mismos, que lo hacemos por el propio placer del acto, sin más pretensiones. Si esto no es una mentira, en la gran mayoría es, por lo menos, una verdad a medias. ¿A cuántos de los que nos dedicamos a escribir nos han solicitado activamente y fuera de nuestro círculo familiar que demos a conocer nuestra obra, sin ningún paso por nuestra parte, sin ningún atisbo de bienquerencia?
La realidad es que, aunque nos amparemos en que solo lo hacemos por hacerlo, aunque lo fuéramos a dejar en un cajón, y en que no es culpa concreta nuestra, a día de hoy hay toneladas de material prescindible, sin rumbo y sin demasiado interés copando todo canal de comunicación. Como decía un buen amigo, muchos vaqueros para tan poco indio. Algo que hace que la declaración de Delibes tenga todavía más valor. Acertado hasta el final, hasta el dolor. Todo un maestro.
Y es que el problema ya no es que los canales de difusión se colapsen por el exceso de propuestas, sino que la falta de madurez de estas no beneficia ni al lector ni al propio autor. ¿Cómo encontrar esa voz propia, cómo elaborar un trabajo que realmente haya merecido la pena el esfuerzo, si nos mostramos tan condescendientes con nosotros mismos? Personalmente, cuando leí aquellas palabras de Delibes me propuse juzgar con menos benevolencia lo que escribo. O si no ya lo que escribo, sí al menos lo que intento publicar. Que valga la pena. Aunque sea solo a mis ojos, que todos somos falibles en nuestros juicios.
Aunque sea, tan solo intentar mirar con algo más de crítica el trabajo realizado.
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