Instinto de superviviente

Reseña de la novela de Darío Vilas publicada por Dolmen

Tras leer Instinto de superviviente, que Darío Vilas viene de publicar en Dolmen Editorial, uno, por prolongar el placer que la lectura le ha proporcionado, no puede menos que reflexionar sobre ello, deglutir cuanto de bueno y profundo hay en la novela, y acometer la benévola labor de trasladar tan grata experiencia a otros lectores; pues ningún aficionado a esto de las letras debiera sustraerse a ella.

Pese a la temática elegida, e incluso a la escena que tan atinadamente recrea Alejandro Colucci en la portada del libro, Instinto de superviviente no es una novela de zombis. Cierto es que se les emplea como trasfondo o decorado, entretejiendo con ellos una ambientación horrísona y malévola. Pero no lo es menos que la presencia de estos es una mera excusa tras la que resguardarse, el pertrecho con que proveer al verdadero mal que se narra, o las urdimbres y entretelas de una historia mucho más ambiciosa y certera.

Se inicia el libro con un magnífico prólogo de Javier Pellicer, en el que se esbozan, con tintes y ardides novelescos, ciertos aspectos singulares de la vida y milagros de Darío Vilas, y de las propias características de la novela en sí. Es, como si dijéramos, el aroma que embelesa al comensal, o el primer placer que se vislumbra antes de refocilarse en el pecado —idéntica valoración merecería la portada de Colucci, por supuesto—.

Tras el sugerente e inquietante preludio, comienzan el revuelo, la agitación y los desmanes de la historia, en la que dos supervivientes, Andrés y Damián, inmersos en una ciudad atiborrada de muertos vivientes, transitan entre miedos, incertidumbres y sospechas muy veladas. Ambos ansían huir de la ciudad y apartarse del horror que les rodea; sus motivaciones, sin embargo, difieren un tanto. Andrés busca refugiarse en Simetría, isla mítica que siempre ha ocupado un lugar preponderante en la obra de Darío; Damián, por su parte, no anhela más que reunirse con su madre, de quien se ha visto separado tras la irrupción de su compañero de fatigas apocalípticas. Juntos iniciarán un trayecto desbocado entre zombis corrompidos, supervivientes no más lucidos y desconfianzas mutuas que postergan el acercamiento entre ambos.

De forma paralela, se narran las múltiples vicisitudes que le sobrevienen a Marga, madre de Damián y víctima de una tremebunda descomposición moral y afectiva que la lleva a refugiarse en brazos egoístas y patibularios, que la obligan a desdeñar a su prole y a propender al abatimiento y a la esclavitud sexual. Y entre medias, conformando un entrevero repugnante, las pulsiones y los instintos más primarios de los supervivientes, indisimulables y pujantes; y que son los que, en realidad, les dan sustancia, sentido y personalidad. Es ese entrevero, sin embargo, lo mollar de lo narrado, lo que habrá de desatar el verdadero horror, lo que planea en todo momento.

Instinto de superviviente es, en suma, una novela sobre la descomposición moral del individuo, sobre ese germen insidioso y malintencionado donde radica el afán por sobrevivir; sobre esa perversión del sentimiento que transforma al hombre en bestia. Pero es, sobre todo, una gran novela que nadie debería perderse, y que Alejandro Castroguer, quizás urgido por el excelente trabajo de su compañero, Javier, refrenda con un no menos excelente epílogo, con el que nos procura atinadas reflexiones e impagables comentarios cinéfilos y literarios.

Instinto de superviviente es, sin duda, un fantástico regalo que el autor vigués ofrece a sus lectores. Ansioso queda uno por leer las dos novelas que han de seguir a esta.