El escodite de Grisha

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Reseña de la novela de Ismael Martínez Biurrun publicada por Salto de Página

 

Sinopsis

Dos veces huérfano con apenas diez años, Grisha ha aprendido a protegerse por sí solo y a esconder sus secretos. Todas las tardes se refugia en la biblioteca y escribe con los ojos cerrados lo que parece el diario de otro niño que vive a miles de kilómetros y a quien no conoce. ¿Quién es el otro Grisha? ¿Es posible robar la vida de otra persona…?

Olmo no es un bibliotecario como los demás. Incapaz de poner nombre a sus propios sentimientos, huye de un pasado siniestro y busca consuelo en los brazos de la mujer policía que siguió su rastro. Cree que por fin ha puesto orden en su vida, hasta que se tropieza con Grisha. Olmo no contaba con volver a verse reflejado en los ojos de un niño malherido. Con atravesar un infierno ajeno para regresar al suyo.

 

***

 

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

 

Ese Olmo podría ser el narrador y protagonista de El escondite de Grisha, la última novela de Ismael Martínez Biurrun. Tiene profundas heridas que no han terminado de cicatrizar, y está en terapia permanente, exorcizando sus demonios con confesiones disfrazadas de metáforas. Pero llegan las lluvias y el sol, y las hojas verdes aparecen cuando Grisha, un niño ucraniano dos veces huérfano (heridas todavía sangrantes) se cruza en su camino.

Con esta novela, el autor de Rojo alma, negro sombra y Mujer abrazada a un cuervo, demuestra de nuevo su capacidad para transgredir géneros, o para utilizarlos como pretexto, sin que lleguen a convertirse en el leitmotiv. Y es que el elemento fantástico no es aquí un vehículo, sino el equipaje de mano al que el autor recurre sólo cuando es imprescindible. Más que fusionar los géneros, los entrelaza con naturalidad; la misma que sus personajes tienen para aceptar lo inexplicable, tal y como sucedía con los protagonistas de sus dos anteriores novelas. Ni ellos ni el lector se cuestionan la veracidad de los hechos imposibles, porque simplemente suceden.

La aventura de Olmo y Grisha, con su apariencia de pesadilla, no deja de ser un viaje de redención; demasiado cierto para ser bueno. Olmo es una bomba de relojería, y Grisha una cinta de seda alrededor, aunque intercambiarán sus roles según avanza la trama. Quizás haya momentos en los que uno puede tener la sensación de que, por primera vez, el autor haya precipitado acontecimientos, dejando cabos sueltos demasiado evidentes. Es un espejismo, porque nada se le ha pasado por alto.

En el aspecto narrativo, se agradece que se trate de una novela relativamente corta, ya que nos la traslada en primera persona, bajo el punto de vista de Olmo, con todo lo bueno y malo que implica la densidad del personaje. Como decía, la metáfora es su única forma de expresión, y gracias a esto nos vemos arrastrados por una montaña rusa interminable de frases lapidarias; una prosa de belleza incomparable (lo único para lo que no estamos preparados) sin necesidad de recurrir a un vocabulario rebuscado. Este es otro de los puntos fuertes, ya que comprobamos la capacidad de Martínez Biurrun para adaptar el estilo en función de la historia y el personaje. Desde Infierno nevado, no había vuelto a recurrir a la primera persona, y aquí lo hace con un resultado abrumador, contándonos los sucesos en presente, con el ritmo y la inmediatez que eso exige.

De nuevo, una novela imprescindible, un ejercicio de estilo aplastante, un potente uppercut directo a la mandíbula del lector, que descubrirá con esta obra lo que muchos ya intuíamos: nos encontramos ante una de las voces más personales y reconocibles de la literatura nacional.

Menos mal.

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