Conan y el gigante mudo
Un repaso a los volúmenes 15 y 16 de Las Crónicas de Conan
El principal cambio de esta etapa de la adaptación a cómic del personaje creado por Robert E. Howard viene, cómo no, de la marcha de Roy Thomas como guionista. El encargado de tomar el relevo fue un joven J.M. DeMatteis que, desde el principio, dejó su impronta en la serie. En el apartado gráfico continuaría su labor John Buscema junto a Bob McLeod, Ernie Chan y Neal Adams, lo que ayudó a evitar una sensación de ruptura más marcada.
Digo más marcada porque sí que es palpable un cambio, más o menos sutil, en el enfoque de las aventuras de Conan. En esta etapa el bárbaro se encontraba cruzando Shem después de su periplo por los Reinos Negros. Su continuidad viajera, no obstante, se va a ver perturbada por el protagonismo que DeMatteis da al elemento mágico: ciudades en el cielo, viajes a la otra punta de los Reinos Hyborios y aterrizajes intempestivos en Estigia fomentan esta sensación de quiebra en el espíritu de saga continua marcado por Thomas y fomentan la sensación de estar ante episodios en escenarios variados de espada y brujería. Bueno, no olvidemos que el propio Howard narró así, en gran medida, las historias de su personaje.
El enfoque de las tramas también cambia. DeMatteis deja que trasluzca un poso filosófico o incluso moral que en algunos momentos llega a resulta chocante en contraposición con la fría y elegante distancia que marcaba Thomas, pero que, al mismo tiempo, permite dar una dimensión distinta a algunos episodios y fomenta emociones, como el terror, que no habían estado tan presentes.
Por eso, aunque DeMatteis utiliza a personajes ya aparecidos previamente en las historias de Conan (como Murilo o la traicionera Jenna), es inevitable notar el cambio de “temporada”. Este también acusa que se ven menos adaptaciones de la obra original de Howard. Al mismo tiempo, sería injusto decir que DeMatteis no capta el espíritu de espada y brujería. A pesar de lo ya señalado sobre el aspecto trascendental, el guionista busca ser fiel al personaje y a su escenario. Simplemente, llama la atención que el lado cósmico adquiere un enorme protagonismo.
Así, en estas aventuras en las que priman los escenarios exóticos unitarios (ciudades perdidas, mazmorras encantadas, ruinas hechizadas, subterráneos gobernados por razas antidiluvianas, etc.), los personajes se ven confrontados a ancestrales cultos, a seres de otras dimensiones y a dioses que se aparean con humanos como si fuera el pan nuestro de cada día. Quizás para compensar esta presión narrativa, DeMatteis despliega unos cuantos secundarios, como el gigantón mudo Atreah, que llevan parte de la carga (y de la responsabilidad) de encontrarse con seres de estas características. Su presencia permite también que se atenúe la sensación de estancamiento que da el que Conan ya no viaje por sus propios medios (o que no lo haga de un modo claro), sino que salte de un escenario a otro, ya que sí que observamos cambios dentro de la narración, cómo esta avanza.
Hay que señalar también que estos dos volúmenes de Las crónicas de Conan publicados por Planeta DeAgostini contienen sendas historias de Roy Thomas, la primera ilustrada por Vicente Alcázar y Yong Montano y la segunda por el propio Buscema junto a Ernie Chan. Son historias autoconclusivas pensadas para los especiales anuales de la colección original y nos llevan al “futuro” de Conan en unas historias dignas de Conan Rey: presenciamos una conspiración palaciega en el primer número y en el segundo nada menos que la historia que llevo a celebrar sus nupcias a nuestro incombustible bárbaro. Son hechos a los que nos hubiera gustado llegar dentro de la línea de la serie regular, pero... cabe suponer que Thomas tenía ganas de dar su propia versión de los hechos sin tener que esperar varias décadas ni ponerse en manos del caprichoso destino. Tampoco hay nada que reprocharle, pues son dos guindas magníficas para estos volúmenes.
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