Un artículo de HPLovecraft sobre niños en el cine de terror
Los niños siempre han sido la personificación de la inocencia. Por ello, el cine ha hecho de estos el medio idóneo para aterrarnos. Ya no podemos confiar en ellos: son nuestros peores enemigos y se caracterizan por ser pequeños e insidiosos.
La niñez es ese maravilloso periodo que oscila entre el nacimiento y los doce años de edad, aproximadamente, en los que el ser humano asiste a la escuela y comienza a socializarse con miembros de su edad. Se caracteriza por un egoísmo totalmente natural en el que las personas más queridas son aquellas que le ofrecen más regalos o cariño, aquellas de las que, en definitiva, más recibe. El cerebro, formado ya en etapas anteriores, comienza a actuar libremente, aunque por imitación de los adultos, a una escala social, aún no desarrolla un pensamiento abstracto, adquiere un comportamiento cada vez más firme y asienta las bases de lo que será su personalidad. En todas las épocas de historia de la humanidad, los niños han sido objeto de tragedias y agresiones de todo tipo. Voy a señalar únicamente unas cuantas de ellas con las que el lector encontrará, desgraciadamente, familiaridad al ser bien conocidas y difundidas por los libros de historia o los medios de comunicación.
Durante el periodo histórico conocido como Renacimiento, los niños fueron objeto de representación en numerosas obras de arte. Esto, lejos de convertirlos en una figura a admirar, no tuvo ninguna influencia en seguir utilizándolos, como se venía haciendo hasta el momento, como mano de obra barata y objeto sexual. En la Revolución Industrial las cosas se pusieron aún peor para la infancia, siendo los niños muy requeridos en las grandes fábricas por su pequeño tamaño, aspecto que les condecía una gran habilidad para colarse entre los engranajes de las máquinas para su reparación o limpieza y por agujeros pequeños en las minas de carbón. Desde hace varias décadas y en la actualidad, los niños son reclutados como soldados debido a su carencia de un patrón ético, lo que les hace sugestionables y amorales, capaces de las mayores atrocidades. Por otro lado, son empleados como meros juguetes sexuales por mafias sin escrúpulos que se enriquecen ilícita e inmoralmente a su costa.
El cine ha querido, en ocasiones, concederles la oportunidad de vengarse por todos los desmanes y tropelías que los adultos han cometido con ellos. Si bien es cierto que, por regla general, las películas que tienen a los niños (de una forma u otra) como antagonistas finalizan con la victoria de los adultos, no es menos cierto que han logrado provocar una sensación inquietante en los espectadores. Se supone que los niños son la personificación viviente de la inocencia, la pureza y la paz del espíritu hasta el punto de que la religión cristiana sugiere a sus seguidores que se vuelvan como ellos si quieren alcanzar el paraíso prometido tras la muerte. Pero, ¿y si los niños se hartasen de ser manipulados, violados, torturados y, en definitiva, de estar a expensas de lo que los adultos decidan hacer con ellos? El resultado podría ser mucho más terrible de lo que imaginamos y el cine nos lo muestra en varias películas. Vamos a ver unas cuantas de ellas, quizá las más significativas.
Se previene al sufrido lector de que a partir de este punto, se comentarán detalles reveladores de la trama y el argumento de las películas que se incluyen (tras este aviso, diríjanse las reclamaciones al maestro armero).
LA MALA SEMILLA
The bad seed, Mervyn LeRoy, 1956
Rhoda es una niña de ocho años, perversa, cínica y muy inteligente. Christine, su madre, que sospecha que ha asesinado a un compañero de colegio, acaba relacionando este hecho con otros trágicos accidentes y piensa que la niña puede ser responsable de todos. Christine se debate entre la culpabilidad por los actos de su hija y el desconcierto por no poder adivinar qué mueve a Rhoda a comportarse de la forma tan malvada como lo hace. Y es que la película formula un interrogante filosófico bastante sugerente: ¿el mal nace o se hace? Durante centenares de años, pensadores de todas las épocas han tratado de dilucidar si la naturaleza humana es buena y resulta pervertida por el mundo o, por el contrario, es mala y sólo la educación mantiene a raya nuestros malvados instintos. Pues bien, y para no andarme por las ramas, tras ver la película seguiremos con la misma duda existencial al no quedar resuelta de manera solvente y sí con demasiada premura y previsibilidad.
Muy criticada por resultar estática en su desarrollo y algo pueril por la profusión de detalles que nos son explicados pormenorizadamente, algo en el tratamiento de la acción recuerda más a una obra de teatro que a una película para la gran pantalla. Y no se trata de una impresión: de hecho está basada en una novela de William March (escritor y marine de los Estados Unidos) que había triunfado como obra de teatro en su anterior puesta en escena en Broadway por James Maxwell Anderson. De este autor se adaptó también la obra que la gran pantalla conocería como Cayo Largo (Key Largo, John Huston, 1948). Esto explica que algunos de los diálogos, verdaderos monólogos algo fuera de lugar, no terminen de encajar en medio de la trama para el espectador actual, más acostumbrado a tontas conversaciones dinámicas e intrascendentes incluso en medio de una explosión nuclear, si se tercia. El final, excesivamente justiciero y facilón, puede resultar algo risible y tan artificioso como el resto del metraje.
Concluyendo, La mala semilla de LeRoy es una de esas numerosas películas que sólo cabe reivindicar atendiendo a su posible valor histórico y por ser pionera en su estilo (de hecho, se pedía al espectador que no revelara nada sobre la niña ni el final) si bien ha quedado totalmente desfasada por el transcurso del tiempo. El hecho de no mostrar las fechorías cometidas por la niña, que en principio fuerzan al espectador a usar su imaginación, le resta cierto interés morboso que hubiera sido un punto a su favor. Pese a ello, conoció un remake para televisión en 1985, con el mismo título, y dirigida por Paul Wendkos (director televisivo estadounidense nacido en 1925 y fallecido en 2009). La película obtuvo un Globo de Oro a la mejor actriz secundaria (Eileen Heckart) y fue nominada a cuatro Oscar; mejor actriz, mejor actriz secundaria dos veces (Patty McCormack y Eileen Heckart), y fotografía en blanco y negro. Aunque personalmente no acabe de gustarme, debo admitir que algo tendrá el agua cuando la bendicen…
EL PUEBLO DE LOS MALDITOS
Village of the damned, Wolf Rilla, 1960
La sinopsis es bien conocida aunque sólo sea por las veces que la han emitido en televisión: En un apacible pueblo, de repente, algo deja a todo el mundo inconsciente en lo que se denomina tiempo muerto. Todo el que intenta entrar más allá de una invisible frontera cae en redondo a los pocos segundos. Cuando, varias horas más tarde, despiertan los habitantes, todo parece haber vuelto a la normalidad. Sin embargo, durante los siguientes días, muchas de las mujeres del pueblo descubren que están embarazadas en una gestación acelerada que culminará tan sólo dos meses después. Agentes del gobierno supervisarán los embarazos, para investigar su relación con el extraño suceso que aconteció en el pueblo. Cuando las madres dan a luz, todos los recién nacidos presentan unos intensos ojos azules y pelo albino, además de una increíble inteligencia, una ausencia total de emociones humanas y una poderosa e irresistible telepatía con la que logran controlar la acciones de todos aquellos que están a su alcance.
Los alienígenas que han dejado embarazadas a las mujeres de la pequeña localidad inglesa utilizan una estrategia similar a la del cuco, que veremos más adelante, para la invasión de la Tierra. Los niños nacidos en Midwich tienen poderes que sobrepasan las limitaciones humanas, además de poseer una enorme inteligencia, y comparten un objetivo común. A lo largo de la película se nos mencionan otros nacimientos similares en otras localidades del planeta, con diferentes reacciones: desde el asesinato de madres y niños, hasta tratar de educarlos para controlar sus dones. Tres años más tarde, en Midwich los niños parecen tener ya doce años de edad y son una amenaza para sus convecinos, a los que manipulan a placer. El peligro es real. Tanto, que los soviéticos han empleado armas nucleares para deshacerse de sus cuclillos. El profesor Gordon Zellaby es la única persona capaz de enfrentarse a ellos y, tras una tensa lucha, se produce un final un tanto ambiguo que no hace presagiar nada bueno.
La película es una adaptación de la novela Los cuclillos de Midwich (The midwich cuckoos, 1957) escrita por el autor británico John Wyndham (su nombre completo es John Wyndham Parkes Lucas Beynon Harris, razón por la que no voy a repetirlo más). Marcado por su servicio en la Segunda Guerra Mundial, en la que participó en el desembarco de Normandía, su obra se centra en las invasiones catastróficas; otra de sus novelas es El día de los trífidos, (The day of the triffids, 1951). Hay que destacar también su novela Chocky (1968) que fue adaptada para la televisión (los más veteranos del lugar saben de qué hablo) y que supone un contrapunto pacífico a todo lo anteriormente dicho. El nombre de la novela sobre la que se basó El pueblo de los malditos se encuentra en el ave llamada cuclillo. Los cuclillos, o cucos, son unas aves que ponen sus huevos en los nidos de otras especies. Tras el periodo de incubación, el polluelo eliminará al resto de hermanos arrojándolos del nido al vacío.
SUSPENSE
The innocents, Jack Clayton, 1961
Un nuevo y desconcertante caso de cambio en el título original de la película que hace que la expresión traduttore, traditore se quede corta. Como este asunto es ya una batalla perdida, pasemos a la sinopsis: Una puritana institutriz es contratada para hacerse cargo de la educación de dos niños huérfanos que viven en una apartada mansión rural de estilo victoriano. Pronto empieza a sospechar que los antiguos criados, muertos hace algún tiempo, ejercen todavía una perniciosa influencia en la vida de los niños. Tanto es así que el pequeño Miles, de diez años de edad, habla y se expresa como lo haría un adulto. Pero, ¿se trata realmente de un caso sobrenatural o la explicación a lo que está sucediendo es más mundana y realista? Como ocurre con la novela en la que está basada, una verdadera obra maestra de la literatura, cada espectador puede sacar sus propias conclusiones sin que ninguna de ellas parezca ser más plausible que otra. La disposición de los elementos y personajes permite retorcer la historia una y otra vez.
El guión de la película corrió a cuenta de William Archibald, Truman Capote y John Mortimer que transformaban para la gran pantalla la conocida novela de Henry James, escritor norteamericano nacido en 1843 y fallecido en 1916, titulada Otra vuelta de tuerca (The turn of the screw, 1898). A pesar de tratarse de una adaptación bastante brillante, ha sido injustamente relegada e incluso olvidada por el público. Esto es muy posible que en parte se trate a su moderna trama y desarrollo; películas muy posteriores como El libro de piedra (1969) de Carlos Enrique Taboada o Los otros (2001) de Alejandro Amenabar, tienen muchos elementos tomados de The innocents (no, no me importa la cacofonía y no pienso llamarla Suspense) y sin embargo no han tenido los mismos problemas que esta sufrió. Hay una versión española que adapta la misma novela titulada El celo (Presence of mind, Antoni Aloy, 1999). The innocents capta con sutileza y estilo las ambigüedades de la novela de Henry James.
La institutriz, brillantemente interpretada por la escocesa Deborah Kerr, se erige como nuestros ojos en la película y todo lo que sucede se muestra siempre bajo su subjetivo punto de vista. Dada la imaginación de señorita Giddens y cierta represión que podemos adivinar bajo su altanero comportamiento, ¿es una narradora fiable? De los dos niños bajo su tutela, destaca Miles, interpretado por Martin Stephens y que anteriormente ya había adoptado este tipo de papel en El pueblo de los malditos, vista anteriormente. Su actuación hace creer al espectador que se trata de un niño aconsejado desde las sombras del más allá por el espíritu de Peter Quint, el criado fallecido, quizá hasta incluso poseído por él en ocasiones. La señorita Giddens cree que los niños son conscientes de las apariciones fantasmagóricas y fingen disimularlo, entre otras razones, para atormentarla. No obstante es muy posible que todo se deba a una desquiciada, reprimida e imaginativa mente… ¿o no? Que cada cual lo interprete a su manera.
LA RESIDENCIA
Narciso Ibáñez Serrador, 1969
La señora Fourneur es la directora de una residencia para señoritas. Sus estrictos métodos no son del agrado de las alumnas, y de hecho, tres de ellas se han fugado recientemente, sin que se haya vuelto a saber de ellas. A la residencia llega una nueva chica, Teresa. Pronto conocerá el funcionamiento de la misma, y el control que sobre las otras jóvenes ejerce Irene, una despiadada jovencita que se ha convertido en la predilecta de la directora. Dentro del edificio también vive Luis, el joven hijo de la directora, quien se ve en secreto con una de las chicas, huyendo de la sobreprotección de su madre. Además, Luis espía habitualmente a las alumnas, pese a las reprimendas de su madre. Una madre que, como una viuda negra cómodamente instalada en el centro de su telaraña, es consciente de cada uno de los movimientos de sus alumnas, sufriendo al igual que sus protegidas las mismas pasiones indecorosas, sadomasoquistas y enfermizas. Pero algo se escapa a su control… y es capaz de matar.
La película, cortada en algunas escenas debido a su contenido erótico y lésbico (recordemos que la acción transcurre en una residencia para jovencitas) tiene un desarrollo lento. La escena de las duchas, por ejemplo, en la que todas las residentes se están lavando con el camisón puesto, resulta adecuadamente lenta y permite al espectador ponerse en el lugar de Luis, el hijo de la directora. De hecho, podemos sentir la claustrofobia que debe inundar al niño cuando, tras contemplar a las chicas se queda encerrado en un conducto de ventilación. Al final logra salir de allí, pero de donde no logra escapar es de las garras de su madre, que le graba a fuego en su joven e impresionable cerebro que lo que él necesita es una mujer buena, a alguien como yo, que te cuide, que te quiera… El vínculo que ata es el vínculo que mata pero, llevado al extremo, es el vínculo por el que matar. Alfred Hitchcock ya nos había mostrado en Psicosis (Psycho, 1960), basada en la novela homónima de Robert Bloch, los peligros de una madre invasiva.
Decía Fernando Morales en una crítica cinematográfica en el diario El País, que La Residencia es una original película que hoy día parece algo trasnochada. No seré yo quien le lleve la contraria, pero sí me gustaría añadir que mucho antes de que Lucky McKee nos sorprendiera con May (2002) y el escritor argentino José Pablo Feinmann se quejase de que la obra era un plagio de una novela suya titulada El cadáver imposible (1992) o sintiéramos repulsión por los desechos humanos en movimiento de Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), Narciso Ibáñez Serrador presentó La residencia. Para tratarse de una obra algo trasnochada sigue actualidad. De hecho, la construcción de un cuerpo usando trozos de otros para posteriormente imbuirle de vida tiene su origen en la obra de Mary Shelley titulada Frankenstein o el moderno Prometeo (1818). La diferencia se encuentra en que Frankenstein y el doctor West querían emular a Dios, mientras que May y Luis sólo buscan a alguien que les acepte y les quiera como son.
EL OTRO
The other, Robert Mulligan, 1972
A mediados de los años 30, dos hermanos gemelos rubios y de aspecto angelical, descendientes de una familia de origen ruso, viven junto a Ada, la abuela de ambos. Niles y Holland han crecido escuchando los cuentos y leyendas rusos de boca de la anciana. Mientras que el primero de ellos es bueno, sumiso y complaciente, Holland es cruel, malvado e incluso disfruta torturando pequeños animales. Un día, la abuela de los muchachos enseña a Niles lo que ella llama el gran juego. Con las enseñanzas de la anciana, Niles puede entrar en la mente de quien quiera y ver el mundo a través de los ojos de quien ocupe. Ambos hermanos llevan una vida casi normal en una pequeña zona rural de Nueva Inglaterra pero Holland se muestra como un chico excesivamente rebelde por cuyas travesuras también es castigado Niles. Y aquí es donde el lector inteligente ya habrá adivinado la terrible verdad: no hay un Niles y un Holland, sino un único niño con la conducta desdoblada.
Mediante el gran juego, Niles decide meterse en la mente de su hermano Holland, fallecido dos años atrás mientras torturaba a un gato. Incapaz de aceptar la muerte de Holland, Niles recrea su existencia y disocia su mente para actuar como él. Ser como él. De hecho, ser él. Pero, ¿realmente era Holland malvado o sólo se trataba de un niño amoral, sin capacidad de distinguir el bien y el mal? La pregunta es la excusa que despista al espectador para que no repare en que, aunque los niños juegan juntos y charlan durante todo el día, en el momento de la comida o la cena sólo se ve a uno de ellos. Sí, las fotografías muestran a los dos niños juntos, pero el espectador libre de espantos se dará cuenta de que no coinciden nunca en el mismo plano, lo que supone una pista fundamental sobre lo que está ocurriendo. La película coreana Dos hermanas (Janghwa, Hongryeon, Kim Ji-woon, 2003) y su versión norteamericana Presencias extrañas (The uninvited, Charles y Thomas Guard, 2009) también quisieron engañarnos de formas parecidas.
El guión de la película adaptó la novela del mismo título del actor estadounidense Thomas Tryon que, desilusionado por el cine, comenzó a escribir novelas de ciencia ficción, terror y misterio. A pesar de no ser su mejor trabajo, en opinión de la crítica especializada, The other se convirtió en su novela más conocida. Los dos hermanos son las dos caras de la misma moneda: el bien y el mal, la luz y la oscuridad, Niles y Holland. La relación entre ellos resulta compleja pues, a la vez que Niles sirve de contención para la maldad de Holland es este último, y su gran vitalidad, la que logra imponerse a su hermano. Como ya sabemos por El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson y la libre adaptación titulada Mary Reilly (Christopher Hampton, 1995) basada en la novela de Valerie Martin, el mal parece tener una fuerza y un ansia de sobrevivir que se impone al bien. Resulta digna de destacar la ambientación creada, una mezcla entre lo inquietante y lo enfermizo. Muy recomendable.
EL EXORCISTA
The Exorcist, William Friedkin, 1973
Regan es una niña de doce años víctima de fenómenos paranormales como la levitación o la manifestación de una fuerza sobrehumana. Su madre, aterrorizada, tras someter a su hija a múltiples análisis médicos que no ofrecen ningún resultado, acude a un sacerdote con estudios de psiquiatría. Éste está convencido de que el mal no es físico sino espiritual, es decir, que la niña es víctima de una posesión diabólica. Por eso, con la ayuda de otro sacerdote, decide practicar un exorcismo. El exorcista es, la adaptación de la novela homónima de William Peter Blatty que, a su vez, se inspiró en un exorcismo real ocurrido en Washington en 1949 mientras él era universitario. La novela vendió cerca de trece millones de ejemplares sólo en Estados Unidos y su estreno en cine fue un éxito apoteósico de crítica y público. Recibió dos Oscar en 1973, mejor guión adaptado y mejor sonido, aunque era candidata a diez estatuillas. También recibió el Globo de Oro a la mejor película, mejor director, mejor guión y mejor actriz de reparto y el Premio Saturn a la mejor película de terror.
Probablemente nos encontremos ante la película de terror más famosa de la historia del cine. La banda sonora incluía un extracto de cuatro minutos de una obra titulada Tubular Bells compuesta por un jovencísimo Mike Oldfield unos meses antes y que, a pesar del éxito que supuso la asociación de su melodía con la película, no obstante declaró a la prensa no estar satisfecho con ello. Los efectos de sonido incluyen el zumbido de un enjambre de abejas enfurecidas y la película contiene algunas imágenes subliminales bastante inquietantes. Todo ello se une al hecho de que la película se considera maldita por la gran cantidad de incidentes relacionados con su rodaje, directa o indirectamente, incluyendo un incendio que retrasó el rodaje seis semanas. Como detalles anecdóticos, en la escena del laboratorio de audio se puede ver un cartel blanco con la palabra tasukete escrita en letras rojas. Dicha palabra significa ayúdame en japonés. Por otro lado, el póster de la película (una imagen icónica del cine) está inspirada en el cuadro L’empire des lumières del maestro belga surrealista René Magritte.
El Diablo mostrado en la película difiere de versiones posteriores como El corazón del ángel (Angel heart, Alan Parker, 1987) o Pactar con el Diablo (The Devil’s advocate, Taylor Hackford, 1997). ¿Menciono el asunto de las traducciones de los títulos o lo dejo pasar? Total, que el caso es que el Diablo de Friedkin es brutal, agresivo, salvaje, mentiroso y terriblemente obsceno. Resulta imposible que no deje huella en el espectador y que esta perdure en el tiempo. Las versiones más modernas le muestran más adaptado a los tiempos modernos: inteligente, sutil, encantador e incluso educado… aunque no por ello menos temible, por supuesto. Robert De Niro y Al Pacino, dos de los mejores actores que el cine nos ha dado, han interpretado esta versión más humanista y humanizada del Diablo. Y han sido muy acertadas, sin duda, pero es la pequeña Regan, levitando en su cama y soltando vómito verde, la que pasará a la posteridad como la imagen más infernal del enemigo de Dios en el celuloide.
¡ESTOY VIVO!
It’s alive, Larry Cohen, 1974
La película cuenta la terrorífica historia de una pareja, Frank y Lenore, que acuden al Community Hospital cuando la mujer se da cuenta que está a punto de dar a luz. Lejos de tener un niño normal, se encuentra con que el hijo que ha estado esperando es un bebé de aspecto deforme e instintos asesinos. La razón de su horrendo aspecto y sus inclinaciones homicidas se encuentra en el consumo, por parte de su madre, de unas píldoras anticonceptivas en mal estado mientras ya se encontraba embarazada. En el mismo instante de su nacimiento, y tras asesinar a todo el personal médico que ha asistido a su madre en el parto, el bebé escapa del hospital y comienza su persecución por parte de la policía, encabezada por el teniente de policía Perkins. Mientras tanto, sus padres comienzan a ser el centro de la atención pública. La película, además de todo lo que se quiera decir de ella, es un alegato antiabortista tan descarado que alguno no dudó en tacharla de conservadora y derechista.
La segunda parte, que la hubo, se tituló Sigue vivo (It’s live again, Larry Cohen, 1978) y narra la historia de otra pareja que espera con impaciencia el nacimiento de su primer hijo. Un día, la pareja recibe una misteriosa visita: un desconocido que les advierte de que el hijo que ella va a dar a luz puede ser un peligroso mutante. Cuando se desata el caos descubrimos que la policía ha creado un grupo especial preparado para perseguir bebés asesinos (sí, sé perfectamente cómo suena, pero ese es el argumento de la película). Por último y para colmo, la tercera parte se tituló La isla de los vivos (Island of the alive, Larry Cohen, 1987) y concluye la saga contándonos la existencia de una isla en la que quieren confinar a todos los bebés monstruosos nacidos hasta ese momento a causa de productos anticonceptivos en mal estado para posteriormente exterminarlos. Una madre coraje se niega a que maten a su hijo, aunque se trate de un monstruo (y es que en caso contrario nos quedaríamos sin historia que contar).
Me permitirá el lector que cuente mi historia personal con esta película de Larry Cohen. Contaba yo unos siete años cuando la vi por primera vez en un vídeo 2000 (hubo vida más allá del Betamax y el VHS) y recuerdo que quedé totalmente traumatizado ante la visión de un bebé asesino que mataba médicos, policías y cuanta persona se le ponía por delante. También tardé años en dejar de soñar con la explosión craneal de Scanners (David Cronenberg, 1981) pero eso es otra historia y será contada en otro momento. El caso es que vista casi cuarenta años más tarde de su estreno, diría que la única función que puede desempeñar la película de ¡Estoy vivo!, y siempre y cuando se tenga en versión DVD, es dar miedo a las palomas si se cuelga en la terraza de casa. En fin… quizá no sea para tanto y se trate de una vendetta personal contra una película que me aterrorizó en mi infancia pero, como hasta nueva orden este es un país libre, aquí queda constancia de mi repulsa por el monstruito de goma con tamaño de bebé.
Continuará...
Ameno, interesante e hilarante por momentos. Me ha encantado. Leeré con avidez las siguientes entregas. De momento, a ver si me las apaño para ver La residencia...
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.